Un concierto para los expertos, dirán. Para los fans que le siguen por toda la gira y contrastan los setlists como si un cambio de canción en el repertorio fuera un cambio en el sermón del profeta. No fue el concierto con más hits, pero ofreció también una buena muestra cuanto más avanzaba la noche y cuanto más se calentaba el estadio. A grandes rasgos, una entrañable recuperación de los álbumes Born in the USA y Nebraska y una incursión por el soul (ya os digo, hemos ido a una misa) en la pieza más memorablemente interpretada de la noche, Spirit of the night, poniéndonos alas en la espalda a golpes de coros de trompetas. Y una traca final generosa y desinhibida, con el buen sabor que dejan las visitas de los amigos que siempre te arrancan una sonrisa. Y que te garantizan que, aunque no lo parezca, sí bailarás.
Las señales de complicidad con la comunidad catalana replicaban los ya existentes el jueves, bandera cuatribarrada al mismo nivel que la del estado visitante, y saludos iniciales en la lengua autóctona. No se hizo esperar más de diez minutos, lo que se le agradece desde ese conductor de moto que apura hasta el final porque sabe que puede aparcar como quien dice en la puerta. Podría haber llovido, pero las nubes de verano sólo querían darnos aire.
El encorbatado Springsteen es ahora un hombre maduro y gentil, con esos rarísima mezcla entre grandeza y humildad y que sólo se puede explicar a través de la simpatía: en Estados Unidos muchos comienzan a odiarle por su impúdica postura política liberal, mientras que aquí parece simplemente un tío que dice cosas razonables y que se acerca muy a menudo al público para compartir una pizca de mayúsculas en el apellido. Bruce parece un hombre normal que, simplemente, se levanta cada mañana siendo nada menos que Bruce Springsteen y que tocará al anochecer con una banda de amigos, la E Street Band, impecable en todos los sentidos. El sonido, la diversión, la precisión de todos ellos, perfectos.
El inicio del concierto era, como decíamos, para el público menos mainstream: My Love Will Not Let You Down, Lonesome Day, Ghosts, y así hasta que el pueblo menestral logró reconocer a Darlington County (con una explícita picadura de guiño inicial a los Stones), Racing in the Street o Waiting On en Sunny Day y empezar a notar los efectos del elixir (esta última, ofreciendo el micro a una niña de las primeras filas que ejecutó su improvisada parte a la perfección). Bruce lo remata llevándonos abajo de The River, seguramente la pieza que uno necesita escucharle cantar (y acompañarle en el aullido final) al menos una vez en la vida. Un servidor se considera un alma más pop que rockera, pero la excepción que hago con Bruce (y que hago también con algunos pocos grupos modernos) tiene que ver con esa capacidad de transformar cada frase musical, o casi cada palabra y cada acorde, en un discurso histórico. Ni siquiera las frivolidades que se permite son frívolas o superficiales, todo tiene un sentido profundo o un barniz de gran momento. Ponte y pruébalo tú.
Jake Clemons y su saxo preciso, enérgico, salvador, perfeccionan cualquier canción que tenga la menor tentación de quedar a medias. Un pequeño momento para recordar a los miembros de la primera banda que formó y, con Last Man Standing, admitir la perplejidad de saberse el único superviviente. Luego The Rising, Badlands, Thunder Road, Born in the USA, Born to Run, Glory Days, por si nos faltaban hits, y una popera Dancing in the Dark para que no fuera dicho que todo iba de nacimientos trascendentales, folclore americano y profecías de carretera.
Bruce nos hace ciudadanos de una especie de república de las esperanzas que no deja ni un momento de tener los pies en el suelo, pero que sabe que de la tierra deben salir frutos
Sorprendió finalmente con 10th Avenue Freeze-Out y cumplió con la previsión de cerrar el concierto con un impecable Twist & Shout y un íntimo, testamental, I’ll See You In My Dreams. La calidad de todo el conjunto de piezas es innegable, sin mácula, pero la presencialidad del personaje es aún más efectiva y amable en los ojos y en las orejas. Bruce, como decíamos, nos hace ciudadanos de una especie de república de las esperanzas que no deja ni un momento de tener los pies en el suelo, pero que sabe que de la tierra deben salir frutos. Salimos del estadio constatando de nuevo una organización tan limpia, tan civilizada, que parece que hayamos ido a un concierto en la plaza del barrio. Cuesta tanto creer que sea el último, que el comentario parece casi un chiste. Que muy bien, Bruce, como siempre, y que ya nos avisas cuando vuelvas. Entonces nos volverás a preguntar cómo estamos y te responderemos, con agradecimiento infinito, que muy bien.