Fiebre por los patinetes

El día ocho de enero, primer laborable después de reyes, comenzó el festival, y aún dura. Sus majestades, en lugar de traer lo típico (esa mirra, ese incienso, ese oro…) trajeron patinetes, para desgracia de los vendedores de Segways y bicicletas. Ver a los nuevos usuarios de patinete es un espectáculo que, ahora que no podemos ir al campo del Barça, nos ayuda a pasar el ansia de “frankfurt y circo”, que decían los romanos. Es evidente que en Barcelona hace falta una regulación urgente para evitar males mayores.

 

Lo podéis comprobar contemplando el carril bici desde uno de los bancos de la Diagonal a la altura de la parada del tranvía. El día ocho fue el mejor, porque los patinetes de los reyes eran de estreno, pero ha pasado casi un mes y todavía les garantizo emociones. Desde el banco, te dices: “Esta no pasa de Francesc Macià, la pobre; perderá la vida o la movilidad en la parada de taxis”; “este será acusado de homicidio involuntario por atropello de peatón a la altura de l’Illa”; “este hará alunizaje involuntario contra el escaparate del Oysho y, si sobrevive, los que hacen cola disciplinada en la acera para comprarse unos pijamas de rebajas lo rematarán”…

Ilusiona bastante ver como los ciclistas, que hasta hace dos días eran de la casta más baja, la de los shudrás, ahora han subido un grado en el escalafón y ya son los vaishias, porque los patinetes han pasado a ser los nuevos shudrás (encima de todo están los brahmanes, que son los coches y, por debajo, los peatones, que en teoría deberíamos ser chatrías, pero a menudo somos los parias). Ahora, los ciclistas increpan a los de los patinetes (nos falta una palabra, como patinetistas o patinetedores, para definirlos) como los peatones les increpaban a ellos. Los peatones, ahora, los increpamos a ambos.

El patinetedor tiene una característica odiosa inspirada, directamente en la mitología. Así como el centauro era mitad hombre, mitad caballo, el patinetedor es mitad hombre, mitad vehículo (por favor, tomen este “hombre” como genérico y no traten de verle ninguna connotación de género). El patinetedor se comporta como un vehículo en el carril bici y, de hecho, tiene un motor. Pero, ¿qué hace cuando llega a un paso de peatones? Entonces no se comporta como vehículo (¡si se comportara como vehículo tendría que esperar a que pasara yo!), sino como bípedo y atraviesa por el mismo lugar que yo. Silenciosamente, para poder arrollarme con comodidad y asepsia.Y una vez que ha atravesado como bípedo, vuelve a convertirse en vehículo para seguir circulando a 30 por hora y llegar antes que yo a la cola del Oysho.