Con la colaboración de
Parque infantil de Barcelona.
El Servei de Famílies Col·laboradores del Ayuntamiento representa un complemento para las familias usuarias en el cuidado de sus hijos e hijas. © Àlex Losada

Familias voluntarias ayudan a familias sin apoyo a cuidar a sus hijos

El Servei de Famílies Col·laboradores acumula 38 años de trayectoria conectando a personas voluntarias con familias que requieren colaboración para cuidar a sus hijos y que no disponen de red de apoyo en la ciudad

La pequeña llega prácticamente dormida y aún en pijama. Es muy temprano, su madre tiene que ir a trabajar, y Quima abre la puerta también en pijama. La tumba en el sofá; van a seguir durmiendo mientras su madre se va a trabajar. Volverá en unas horas, que su hija pasará con Quima. No es una pariente, ni una amiga de la familia, ni mucho menos una canguro. Quima es voluntaria en el Servei de Famílies Col·laboradores (SFC) del Ayuntamiento de Barcelona, que pone en contacto a familias sin red de apoyo en la ciudad con personas dispuestas a dedicar parte de su tiempo a cuidar temporalmente a sus criaturas. 

“Hay niños que te cambian la vida”, proclama la voluntaria, que entró a formar parte de las familias colaboradoras hace dos años y medio. Desde entonces, ha contribuido a cuidar a dos hermanas dos sábados al mes durante cerca de dos años; a un niño una tarde a la semana durante un año; a otro niño en ocasiones puntuales, y a una niña sobre todo en periodos vacacionales. Son horarios y colaboraciones a medida de las necesidades de las familias y, en primer lugar, de sus hijos: el bienestar del menor es la prioridad del servicio, gestionado por la Fundació Surt. 

“El servicio es muy flexible”, destaca la coordinadora y psicóloga del SFC, Mayca Velasco. Y es que el objetivo del servicio, que el año pasado atendió a 62 menores, es complementar la labor de las familias que no pueden hacerse cargo de sus hijos en determinados momentos y situaciones, por motivos que pueden ir desde responsabilidades laborales hasta hospitalizaciones que impiden cuidar al menor de forma temporal, pasando por madres víctimas de violencia que necesitan espacios para cuidarse a ellas mismas sin que sus hijos pierdan “el calor del hogar y la atención que necesitan”. 

Independientemente del motivo, las familias acceden al servicio derivadas por referentes del ámbito educativo, social o de la salud. Pese a la variedad de situaciones, las familias usuarias suelen tener en común que disponen de pocos recursos para buscar alternativas de apoyo profesional por su cuenta. Entre ellas, el 66% son monomarentales, mientras que el 7% son monoparentales. En otros casos, las parejas están separadas, y es que “son pocos los casos” en los que haya dos adultos que se hagan cargo de los menores, como detalla Velasco junto a Silvia Collado, gestora de Proyectos del Departamento de Atención Social a la Infancia y Familias del Institut Municipal de Serveis Socials. Las familias colaboradoras, a su vez, son variadas en modelos y edades: la mayoría son parejas con hijos, pero también hay voluntarios individuales y personas solas con hijos a cargo, que ejercen de “complemento” a la familia del menor, y no como sustituto, remarca Collado. 

El servicio, que acumula 38 años a sus espaldas, cuenta actualmente con 79 familias colaboradoras, y se propone agrandar esta cifra para poder ampliar también las familias a las que da apoyo y disponer de un “banco de voluntarios suficientemente grande y diverso para dar respuesta a todas las solicitudes”, según Velasco. Desde su experiencia como voluntaria, Quima considera que el SFC tiene como barrera el hecho de ser un servicio único, y es que es una propuesta que sólo existe en Barcelona: “A menudo es difícil de entender, porque no tienes referentes de casos similares”. Y es que “no es una adopción ni una acogida, y aún menos, un canguro. Es una categoría distinta: ser familia colaboradora”. 

Y esta categoría tiene elementos singulares, que pasan por la incorporación de la criatura en la dinámica de la familia voluntaria, como relata Quima. “Te obliga a ser más flexible: cuando tienes a un hijo propio lo haces a tu manera, en base a tus valores y formas de hacer, y aquí te encuentras a niños que tienen un bagaje y unas costumbres distintas que no debes tratar de cambiar, sino que tienes que hacerlas compatibles con tu vida. Y esto es enriquecimiento”, destaca la voluntaria. 

Quima es voluntaria del SFC desde 2022.
Quima describe como muy enriquecedora su experiencia dentro del SFC.

Para ella, este elemento es diferencial: “Cuando eres canguro, te adaptas a la vida del otro; aquí no, el niño se adentra en tu vida”. Y acompaña al voluntario en sus dinámicas, ya sea a hacer la compra, a una reunión familiar o a una cita con amigos. “Es muy positivo que disfrute también de tu red, y es enriquecedor para todos”, defiende Quima. Tanto es así que la última Navidad la pasó con su familia y con una niña y madre del servicio. “Fue un revulsivo y rompió muchas dinámicas, porque compartir experiencias como esta te hacen más flexible y te hacen ser más abierto”, relata la voluntaria, que bromea refiriéndose al vínculo que se genera a través del servicio como el de “una tía artificial”. 

El contacto con la red de Quima se hace evidente con el dilema de uno de los niños con los que colabora, que a menudo está también con los padres de la voluntaria: “Me dice que todavía no sabe si quiere celebrar su quinto cumpleaños en mi casa, o en la de mis padres. Su madre se muere de risa, y dice que ya nos apañaremos”, ríe la voluntaria. Situaciones como esta no sólo dejan entrever las relaciones que pueden tejer las criaturas con los voluntarios y con sus redes, sino también la tranquilidad y confianza que el servicio puede transmitir a las familias de los niños y niñas. Aunque en ocasiones las relaciones se ciñen al servicio, en otras se produce este “encaje mágico” que lleva la relación más allá, incluso cuando termina la colaboración formal. Así, los vínculos que se generan a través de las familias colaboradoras no tienen por qué romperse cuando se sale del circuito del SFC. “No implica una ruptura, se puede trascender el servicio”, como hace la propia Quima con un niño y su madre, con los que colaboró durante un año. 

Zapatillas de niños del SFC en casa de una voluntaria.
Las criaturas que participan en el SFC se integran en la vida de los voluntarios, como en el caso de Quima, que a menudo los cuida en su casa.

Para facilitar estos “encajes mágicos”, el servicio empareja a las familias voluntarias con las usuarias en función de sus características y logística, teniendo también en cuenta la proximidad entre ellas. Las familias colaboradoras, que pasan por un proceso de validación, mantienen una relación constante con el SFC. El servicio lo hace “prestando apoyo y acompañamiento a las familias colaboradoras ante sus dudas”, especialmente en los primeros encuentros, que se realizan de forma paulatina y respetando los ritmos de las criaturas, según Velasco. Todo con un objetivo: “Generar redes artificiales que se transformen en naturales”.

Los interesados en ser familias colaboradoras pueden contactar por teléfono al 93 291 59 66 y al 93 291 59 67, o bien enviar un correo a [email protected].