Aunque (según parece) el espectáculo no sacudió el mundo teatral, a mí sí me sacudió. Me podría haber sacudido un poco más si la música (que es el centro, y no el circo) hubiera sido algo más que Bonita: si hubiera sido un poco más épica, con algún capítulo de ritmo más acelerado, de acción musical y escenográfica más trepidante y menos de cristal frágil. Pero el resultado me pareció emotivo, perfeccionista, sensible y estético. En el escenario se desplegó un delicado y lúcido tributo a la naturaleza y al paso del tiempo.
Con un lenguaje sin palabras (circo, danza y canción en directo), el montaje se desarrolla en una pista giratoria central, rodeada de poesía visual. La cantautora Pomme, con gorro de marinero y un aire retro que evoca a Jane Birkin (y esa voz característicamente sensual, susurrante, de las cantantes francesas), cantó y narró el ciclo vital a través de su álbum Saisons. Acompañada de un cuarteto de cuerda vestido como hadas, tejió estaciones que se convertían en escenas delicadas: desde el nacimiento (representado por un huevo luminoso y confeti) hasta paisajes acuáticos y planetarios de luces redondas.
El circo contemporáneo de Yoann y Marie tiene una huella poética que ya conocemos de Minuit (2018) o Celui qui tombe (2023), pero aquí la energía transgresora dio paso a un ritmo pausado y contemplativo. Discrepo de las críticas que limitan el espectáculo a un “montaje precioso y sencillo”. Entiendo la saturación, pero, siendo justos, los detalles están cuidados al extremo, y ya me gustaría que todas las obras del Grec estuvieran tan minuciosamente estudiadas. Algunas imágenes (la superposición de proyecciones, el cuerpo flotante de las acróbatas y las esferas luminosas que evocaban planetas) alcanzaron momentos de gran belleza. Ya lo he dicho: solo eché en falta épica, entre tanta lírica.
Si la intención era ofrecer una velada agradable y familiar, la propuesta dio en el clavo. Los más pequeños (y también aquellos adultos que hayan renunciado al capitán Garfio y aún recuerden la inocencia infantil) conectaron con ella, seducidos por el ritmo suave y la poética clara. El espíritu veraniego se hizo presente en cada verso de Pomme (“Todo recomienza, todo sobrevivirá”), una idea central del montaje y de la propia inauguración.
Leticia Martín, en su primera cita más allá del Liceu, celebró un ambiente distendido, con cava y coca en los jardines superiores, una noche que abrió las puertas a siete semanas de descubrimiento escénico. Y es cierto: fue exactamente eso, una fiesta amable, un preludio que no fue un gran vuelco al corazón, pero sí una caricia a las constantes vitales. En mi opinión, el espectáculo confirmó que el Grec puede encontrar su lugar ideal entre la experiencia y la sublimación artística. Sin ser una revolución, tampoco tiene complejos: parte del sentido común y del equilibrio, y no quiere más de lo que puede ofrecer. Es fresca y veraniega, como pedía el momento inaugural. ¿Una culminación de la performance escénica? No. ¿Una cena al aire libre? Sí. Y en ocasiones, la oportunidad de saborear la belleza sin prisas es mejor que el trueno inesperado.

Los grandes momentos: la aparición del cuerpo de luz, el ritmo pausado de la pista giratoria, el final con luces planetarias. Lo que le falta: un vértigo dramático y una tensión escénica más intensa. Pero quizá esa no era la intención: quizá se trataba de celebrar el inicio, no de temblar.