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– ¿Cuál es la ‘joya de la corona’ de la programación de este año?
– El espectáculo Al este del cante, a cargo con el cantaor Arcángel y Les Noves Veus Búlgares [23 de mayo, sala BARTS]. Lo coproducimos desde el Taller, y después de su estreno en Barcelona habrá cuatro o cinco fechas más en varios puntos de España. Para nosotros es muy especial, porque en cierta medida rememoramos el concierto de Enrique Morente y Les Veus Búlgares en la plaza de la Catedral hará justamente veinte años, por la Mercè de 1998.
– El festival comenzó en el JazzSí, el club del Taller de Músics en la calle Requesens, pero en este cuarto de siglo ha ido cambiando de ubicación e incluso de nombre…
– Sí, es cierto. Comenzamos como Festival de Flamenc de Ciutat Vella en el JazzSí, por donde además de Morente, nuestro gran aliado, pasaron Juan Habichuela, Esperanza Fernández, Mayte Martín, Miguel Poveda… Después lo hicimos en la plaza dels Àngels, pero al aire libre era un guirigay, hasta que nos acogió el CCCB, donde actuaron todos los grandes de la época: El Lebrijano, Chocolate, Paquera de Jerez, Agujetas… En el año 2012 nos trasladamos al Mercat de les Flors y fue cuando adoptamos el nombre de Ciutat Flamenco. Flamenco con “o”, porque creemos que hay que decirlo así: ¿verdad que no decimos “tang” ni “boler” cuando hablamos del tango y el bolero? En el Mercat estuvimos hasta el año pasado. En esta edición, nos desplegamos por toda la ciudad, con nueve ubicaciones diferentes, desde el Palau de la Música hasta el Auditori de Sant Martí.
– ¿Qué perfil de público tiene el festival?
– Clase media-alta, la clase de gente ilustrada, con intereses culturales, que puedes encontrar en los conciertos de jazz, el teatro… Siempre ha sido así. Si tú llevas a artistas como Chicuelo o La Tana a lugares como el Centro Cívico de Trinitat Vella, te vendrá público de clase obrera, pero la verdad es que a ese público del área metropolitana le cuesta mucho desplazarse al centro de la ciudad. Por eso este año hemos procurado descentralizarnos. Yo pienso que los festivales que recibimos ayudas públicas nos debemos a la ciudad, y por eso hemos querido acercar los conciertos a más sectores sociales.
– Cataluña es la tierra de Carmen Amaya, y siempre ha tenido una escena flamenca viva. Con todo, es verdad que a finales de los ochenta y principios de los noventa, esta música alcanzó una proyección pública más potente que en años anteriores…
– Ciertamente, y eso fue todo gracias a la figura de Mayte Martín. Pero no surgió de la nada, ¿eh? Si tú hablas con Mayte, estoy seguro que te dirá que uno de sus referentes es Faraón, un bailaor de aquí que también sabía mucho de cante y de guitarra de la generación anterior, poco conocida por el gran público. En el periodo 1965-1985, hay toda una generación perdida de artistas, aunque muchos de ellos no llegaron a profesionalizarse. Te hablo de cantaores como Diego Garrido, Jiménez Rejano –que sí pudo llegar a profesionalizarse, pero murió muy joven–, o de El Nene de Graná, que cantando por seguiriyas nadie le ganaba. Era gente que habían venido a vivir a Cataluña de pequeños. También el Chiqui de la Línea, que daría clases de canto flamenco en el Taller y en la ESMUC, y que ha sido decisivo para toda la generación de novísimos que hay ahora: Rosalía, Paula Domínguez, Mariola Membrives, Pere Martínez…
– Pero en ese resurgimiento del prestigio del flamenco que comentábamos antes, ¿también podemos hablar de un cambio de mentalidad por parte del público?
– También, claro que sí. Durante mucho tiempo, una parte de la sociedad catalana rechazaba el flamenco porque lo veía como algo ajeno. Se pensaba que era una música, una baile y un canto impuesto por el franquismo. Lo cual es un absurdo porque, entre otras cosas, el flamenco es anterior al franquismo, ¡ah, ah, ah! Esto empieza a perder sentido en los ochenta, por una parte porque aparece una generación que ya no lleva encima esa carga de la Guerra Civil, y por otra porque aparece gente como Faustino Núñez, José Luis Ortiz Nuevo o José Manuel Gamboa, que empiezan a estudiar el flamenco desde una perspectiva diferente, y dan una visión no ligada al nacional-catolicismo…
– Así pues, ¿podemos dar por muerto y enterrado ese recelo?
– En muy buena medida, pero no totalmente. Hay una parte de nuestra sociedad que siempre lo rechazará, pero ahora ya no es una cuestión política, ni porque Franco persiguiera a la lengua catalana. Es simplemente porque hay una parte de la sociedad catalana que es lánguida, que no se emociona por nada… ¡y el flamenco es tan pasional!
– ¿Cuál es la ‘joya de la corona’ de la programación de este año?
– El espectáculo Al este del cante, a cargo con el cantaor Arcángel y Les Noves Veus Búlgares [23 de mayo, sala BARTS]. Lo coproducimos desde el Taller, y después de su estreno en Barcelona habrá cuatro o cinco fechas más en varios puntos de España. Para nosotros es muy especial, porque en cierta medida rememoramos el concierto de Enrique Morente y Les Veus Búlgares en la plaza de la Catedral hará justamente veinte años, por la Mercè de 1998.
– El festival comenzó en el JazzSí, el club del Taller de Músics en la calle Requesens, pero en este cuarto de siglo ha ido cambiando de ubicación e incluso de nombre…
– Sí, es cierto. Comenzamos como Festival de Flamenc de Ciutat Vella en el JazzSí, por donde además de Morente, nuestro gran aliado, pasaron Juan Habichuela, Esperanza Fernández, Mayte Martín, Miguel Poveda… Después lo hicimos en la plaza dels Àngels, pero al aire libre era un guirigay, hasta que nos acogió el CCCB, donde actuaron todos los grandes de la época: El Lebrijano, Chocolate, Paquera de Jerez, Agujetas… En el año 2012 nos trasladamos al Mercat de les Flors y fue cuando adoptamos el nombre de Ciutat Flamenco. Flamenco con “o”, porque creemos que hay que decirlo así: ¿verdad que no decimos “tang” ni “boler” cuando hablamos del tango y el bolero? En el Mercat estuvimos hasta el año pasado. En esta edición, nos desplegamos por toda la ciudad, con nueve ubicaciones diferentes, desde el Palau de la Música hasta el Auditori de Sant Martí.
– ¿Qué perfil de público tiene el festival?
– Clase media-alta, la clase de gente ilustrada, con intereses culturales, que puedes encontrar en los conciertos de jazz, el teatro… Siempre ha sido así. Si tú llevas a artistas como Chicuelo o La Tana a lugares como el Centro Cívico de Trinitat Vella, te vendrá público de clase obrera, pero la verdad es que a ese público del área metropolitana le cuesta mucho desplazarse al centro de la ciudad. Por eso este año hemos procurado descentralizarnos. Yo pienso que los festivales que recibimos ayudas públicas nos debemos a la ciudad, y por eso hemos querido acercar los conciertos a más sectores sociales.
– Cataluña es la tierra de Carmen Amaya, y siempre ha tenido una escena flamenca viva. Con todo, es verdad que a finales de los ochenta y principios de los noventa, esta música alcanzó una proyección pública más potente que en años anteriores…
– Ciertamente, y eso fue todo gracias a la figura de Mayte Martín. Pero no surgió de la nada, ¿eh? Si tú hablas con Mayte, estoy seguro que te dirá que uno de sus referentes es Faraón, un bailaor de aquí que también sabía mucho de cante y de guitarra de la generación anterior, poco conocida por el gran público. En el periodo 1965-1985, hay toda una generación perdida de artistas, aunque muchos de ellos no llegaron a profesionalizarse. Te hablo de cantaores como Diego Garrido, Jiménez Rejano –que sí pudo llegar a profesionalizarse, pero murió muy joven–, o de El Nene de Graná, que cantando por seguiriyas nadie le ganaba. Era gente que habían venido a vivir a Cataluña de pequeños. También el Chiqui de la Línea, que daría clases de canto flamenco en el Taller y en la ESMUC, y que ha sido decisivo para toda la generación de novísimos que hay ahora: Rosalía, Paula Domínguez, Mariola Membrives, Pere Martínez…
– Pero en ese resurgimiento del prestigio del flamenco que comentábamos antes, ¿también podemos hablar de un cambio de mentalidad por parte del público?
– También, claro que sí. Durante mucho tiempo, una parte de la sociedad catalana rechazaba el flamenco porque lo veía como algo ajeno. Se pensaba que era una música, una baile y un canto impuesto por el franquismo. Lo cual es un absurdo porque, entre otras cosas, el flamenco es anterior al franquismo, ¡ah, ah, ah! Esto empieza a perder sentido en los ochenta, por una parte porque aparece una generación que ya no lleva encima esa carga de la Guerra Civil, y por otra porque aparece gente como Faustino Núñez, José Luis Ortiz Nuevo o José Manuel Gamboa, que empiezan a estudiar el flamenco desde una perspectiva diferente, y dan una visión no ligada al nacional-catolicismo…
– Así pues, ¿podemos dar por muerto y enterrado ese recelo?
– En muy buena medida, pero no totalmente. Hay una parte de nuestra sociedad que siempre lo rechazará, pero ahora ya no es una cuestión política, ni porque Franco persiguiera a la lengua catalana. Es simplemente porque hay una parte de la sociedad catalana que es lánguida, que no se emociona por nada… ¡y el flamenco es tan pasional!