El Concierto para dos pianos y orquesta que Wolfgang A. Mozart compuso pensando en su hermana Nannerl (inmejorable partenaire en los juegos que muchas de sus obras proponen), reúne a dos intérpretes con historias muy especiales que merecen ser contadas. Ignasi Cambra es un joven pianista que rehúye el calificativo de prodigio o virtuoso. Sonriente, se debate contra algunos de los prejuicios que podrían pesar en su contra y restarle entidad como intérprete, bajo el pretexto de jugar a su favor.
Contar con el apoyo y la colaboración desinteresada de un mito de la interpretación como Maria João Pires en ningún caso puede ser fruto de la casualidad, ni resultado de alguna circunstancia azarosa. La pianista portuguesa, alma mater del Proyecto Partitura (que promueve la formación de jóvenes promesas de la interpretación), mantiene en la sala grande de L’Auditori un diálogo de tú a tú con Ignasi. La complicidad se evidencia en el ensayo general y, por supuesto, también en la ocasión determinante (en el directo), cuando regalarán al público un hermoso bis: el primer movimiento de la «Sonata para cuatro manos en Re mayor».
Seguimos a Ignasi en su preparación del concierto, en el ensayo previo al encuentro con Pires. Un ensayo con tres pianos de cola: dos que interpretan cada una de las partes solistas (el propio Ignasi y Keiko Ueno, en el papel de Maria João Pires) y un tercero encargado de representar a la orquesta (Anna Tarré). Se aprecia la complejidad real de una obra en efecto ligera, como nos recordará posteriormente en su casa, en una entrevista repleta de anécdotas. Ignasi Cambra demuestra una tremenda conciencia de su papel como músico, una responsabilidad que comienza con la propia música pero que trasciende los límites de cualquier praxis artística. Se entienda como don o no, el hecho de dar forma, con esfuerzo y sacrificio, a aquello que internamente se atesora, y lograr que fructifique también para los demás, dota de sentido moral a la profesión.
Es imposible determinar a priori si Ignasi seguirá los pasos de su mentora en lo que respecta a presencia internacional, pues, aquí sí, intervienen un sinfín de circunstancias condicionantes. Pero no cabe duda de que su calidad como intérprete y su calidez como persona iluminarán el camino de muchos otros. Lejos de su intención ser ejemplo de nada. Y, sin embargo, su caso despierta admiración. Advierte de las posibilidades del ser humano, insondables y también maravillosas, al tiempo que ilustra una dimensión de la persona (la propiamente moral) que de forma implícita o explícita acompaña el decurso vital.