Cultura y dignidad

El Àrea Metropolitana de Barcelona (AMB) acaba de presentar un informe que actualiza el Salario de Referencia Metropolitano (SRM) para el año 2022. El salario de referencia, tal y como cuentan los autores del documento, es un indicador que establece el umbral de ingresos a partir del cual una persona trabajadora y su familia pueden vivir dignamente. En el caso de la ciudad de Barcelona, el SRM asciende a 1.552 euros. Una barbaridad. Y agarraos: vivir dignamente en Barcelona es un 46,5% más caro que hace cinco años y no hay nada que haga pensar que hayamos tocado techo.

Me he descargado el documento completo del AMB, principalmente, porque me interesaba saber qué metodología utilizan los autores de este informe para calcular el SRM y me he llevado una desagradable sorpresa que os contaré más adelante y que, al fin y al cabo, es la razón de ser de este artículo.

Sin embargo, antes que nada, quiero ofreceros algún detalle más sobre cómo se las ingenian los del AMB para concluir que los barceloneses necesitamos más de 1.500 pavos que dicen en el Upper para vivir dignamente en la ciudad. La metodología de cálculo que utilizan se llama Cálculo de las Necesidades Vitales Básicas (Basic Living Costs Approach) y es una adaptación de la metodología empleada por el Área Metropolitana de Londres (Greater London) y la desarrollada por el Massachussetts Institute of Technology (MIT). En pocas palabras, consiste en la elaboración de un presupuesto de necesidades básicas que permita tener una vida digna y, después, cuantificarlo monetariamente. Un importe que, por supuesto, varía en función de cuántas personas viven y trabajan en cada casa. Por ejemplo, en el caso de una persona sola con un hijo, se necesitan más de 2.400 euros para vivir dignamente.

Más que la tipología de los hogares, para mí, el quid de la cuestión es el concepto “necesidades básicas”. Las hay muy evidentes como la vivienda que se lleva el 34% del SRM o los alimentos y bebidas, un 22%. Por debajo de estas dos grandes necesidades básicas se encuentran los gastos extraordinarios (15%) y los gastos del hogar (12%). Para entendernos, desde cambiar una persiana a comprar una nevera. Si echáis cuentas, veréis que ya llevamos gastado el 83% del salario. El 17% restante queda repartido de la siguiente manera: 7% a gastos personales y ocio, 4% a educación, 3% a ropa y otros, 2% a transporte y 1% a limpieza.

Y ahora la sorpresa desagradable: ¿dónde queda la cultura en todo este reparto? He buceado un poco más en los detalles de cada una de estas partidas buscando el gasto en cultura. Es decir, la compra de libros, entradas para teatro, cine, conciertos o exposiciones. Pues bien, mi asombro ha sido mayúsculo al descubrir que el único rastro de cultura que contemplan estas necesidades básicas aparece en la partida de gastos personales y ocio. Para calcular este 7% se tiene en cuenta el gasto en restaurantes, la factura del móvil y… ¡Las entradas de cine!

Sobre esta escasa presencia de la cultura en las necesidades básicas de los barceloneses dignos quiero decir tres cosas:

La primera: creo que dice muy poco de nosotros que el único gasto cultural que incorpora esta cesta de necesidades básicas quede en la partida de ocio. No señores, la cultura, tal y como yo la entiendo, no es simplemente una distracción para pasar el rato.

La segunda: me parece preocupante que alguien considere que, en una ciudad del primer mundo y en pleno siglo XXI, se puede vivir dignamente sin tener una cierta capacidad de gasto en cultura. Justamente, una de las grandes ventajas que tiene vivir en Barcelona es el acceso a una amplísima oferta cultural.

Y, la tercera: ligado a todo lo que he apuntado anteriormente, creo que estos datos deberían encender las alarmas del gobierno municipal, de la propia AMB y de la Generalitat. Ya podemos ir subvencionando la producción cultural y haciendo campañas en favor del catalán: si no hay mercado no hay industria cultural. Si la ciudadanía va tan justa de dinero que, una vez pagada la hipoteca o el alquiler y llenada la nevera, solo puede permitirse el Netflix o, ni eso, piratear películas y libros, ¿quién será el guapo que se dedicará a escribir, hacer teatro o componer canciones? Y, más difícil todavía, ¿a hacerlo en catalán?