Esperemos que el cambio de dígito del calendario nos depare un futuro mejor. ©Pixabay

Crónica (apresurada) de un mal año

2023 ha sido un año de malas noticias; pero todavía tengo cierta esperanza

2023 ha sido un año de noticias más bien nefastas. A lo que los cursis llaman la “cronificación” del conflicto en Ucrania, ahora se le suma la masacre de Gaza y, en general, el retorno a los conflictos marcados por aquello que el cinismo occidental definía como “daños colaterales” (que no es otra cosa que mucha peña diñándola de forma injusta). Los tiempos decadentes nos regalan imágenes muy risibles, como la de una reunión de ecologistas comprometidos para evitar el cambio climático presidida por un magnate del petróleo. El mundo se calienta a ritmo de brasero y, en lugares donde el clima tendía a ser templado, uno va viendo como la tierra se seca mientras el fenómeno llamado lluvia únicamente sale en las películas. En Catalunya hemos comprobado que el mundo nos mira, concretamente porque nuestros estudiantes (es decir, nuestros adultos) suspendemos en educación infantil. De política, convendrán conmigo, casi mejor no decir ni mu.

Barcelona no se salva de esa dinámica funesta. Como sabrán mis pacientísimos lectores, tengo auténtica devoción por mi ciudad; pero el amor incondicional no me impide notar que, desde que tengo conciencia, diría que nunca había visto la capital del país en horas tan bajas. En este punto, no hay más remedio que referirse a la gobernanza, básica (y brevemente) para constatar que no hay un solo político del ámbito municipal que tenga un proyecto estimulante y ambicioso para Barcelona (la sensación, empezando por la propia alcaldía, es justamente la contraria; todo quisque parece vivir a gusto con el perfil muy bajo). Lo escribo y repito por cienmilésima vez: sea por el aumento inasumible del coste de vida o por la falta de oportunidades laborales bien remuneradas, Barcelona está a punto de sufrir un éxodo de indígenas que la pueden convertir en ciudad de simple visita.

 Que las macronoticias del mundo sean más bien para echarse a llorar y que mi país y mi ciudad se estén convirtiendo en lo peor que puede devenir un colectivo urbano (a saber, un lugar tirando a sumamente aburrido) no me hace perder la esperanza. A pesar del esfuerzo de las autoridades para convertirla en una capital donde sea más que difícil vivir, Barcelona sigue siendo una de las ciudades más bellas del mundo y una gran generadora de talento. Por cosas de la existencia y del trabajo, conozco un buen grupo de músicos, escritores, traficantes de ideas y gestores de la cultura que podrían vivir perfectamente de su arte o comandar cualquier equipamiento artístico mundial de primer nivel. El problema es que, por mucho que nos pese, en Catalunya no tenemos industria en el ámbito de la cultura. Y es así como, día tras día, contemplo a decenas de jóvenes de la ciudad que se exilian a otros lugares porque allí tienen el pequeño detalle de pagarles una nómina.

A pesar del esfuerzo de las autoridades para convertirla en una capital donde sea más que difícil vivir, Barcelona sigue siendo una de las ciudades más bellas del mundo y una gran generadora de talento

Esta situación no rige por ley divina. Barcelona sufre una dejadez que no es imputable a una sola administración ni a la política en general. También, para ser honestos, tiene origen en nuestra propia pereza; al fin y al cabo, aquí se vive bastante bien a base de ir tirando y de organizar algún megasarao de aquellos que te ponen unos días en el mapa mundi del business. Y si nos aburrimos, siempre nos quedarán polémicas de tres al cuarto como el pesebre posmoderno de Plaça de Sant Jaume o la sobrepresencia de patinetes en Ciutat Vella. De hecho, y no es algo menor, el debate público de nuestra ciudad es de una calidad cada día más pésima y difícil de digerir. Mis amigos optimistas cuentan que todo esto es una fase, que la Rosa de Foc volverá pronto porque siempre desmiente a sus ilusos enterradores. A mí, qué queréis que os diga, cada día me cuesta más ver alguna rendija de luz. 

De este 2023, un mal año, se pueden contar pocas cosas alegres. Esperemos al menos que el cambio de dígito del calendario no nos depare un futuro todavía peor. El dueño de esta Punyalada, a pesar de los pesares, os desea una buena irrupción en 2024, esperando que podáis recibirlo en la más estricta intimidad.