Mi padre era un friki de los trenes, por usar una palabra que él no conoció y que no sé si gusta a los amantes de los trenes de ahora. Le gustaban tanto los trenes que, cuando hablaba del tema, se le ponía una voz oscura y trascendente. En el garaje tenía una maqueta, construida por él mismo, a base de cajas de fruta y cartón cubiertas de sacos (los sacos del grano de los animales) y, a su vez, cubiertos de yeso, y luego, pintados. Construyó montañas, arroyos y arbolitos y, por allí en medio, las vías. Recuerdo la marca de los trenes: Märklin. No todos los trenes y los vagones, que se iba comprando, mantenían las proporciones. Yo no he heredado esta pasión, pero a mi alrededor la veo. ¿Por qué hay tanta gente que adora los trenes? No ocurre con otros transportes públicos, como aviones, barcos, autobuses. Son los trenes.
No he estado nunca en el centro de operaciones de Rodalies y pienso en cómo le hubiera gustado verlo a mi padre. Cómo le hubiera gustado hacer de maquinista (siempre lo decía). ¿Cómo será? ¿Quién está, allí, frente al ordenador, cuando se produce una avería? Llamo a Antonio Carmona, al que todos los periodistas conocen, porque es el Delegado de Comunicación de Renfe en Catalunya. Él es quien se esfuerza, siempre, para hacernos amable este sistema de transporte que padecemos y criticamos a diario. “No desayunes”, me dice por teléfono, “que vamos a ir a un lugar de tortillas que te gustará”. Las tortillas me parecen uno de los inventos más importantes de la civilización, así que me reservo un hueco.
Quedamos de buena mañana en la Estación de França. Protocolo. Carnet, tarjeta de visitante para entrar, porque vamos a las oficinas. “Todo esto pertenece a Adif”, me dice Antonio. “Nosotros estamos de alquiler, entre comillas. Es como Iberia con Aena”. Subimos a una sala grandiosa con una pantalla gigante de color negro. “Es la que controla todos los tráficos”.
Me presenta al jefe del centro de gestión de Rodalies, Luciano Troya. “Sí, desde aquí”, remarca, “llevamos el control”. Entiendo que él es el que decide qué hacer cuando se produce eso que llamamos “una incidencia”. Sonríe y explica: “Por ejemplo, si hay que cortar la línea entre Vilanova y Sitges porque ha habido un accidente. Todo esto lo hacemos con Copérnico, nuestro programa”.
“Avería en Castellbisbal”, oigo que dice alguien. Y Luciano me cuenta: “Un tren se ha quedado parado en Castellbisbal. No era nuestro. El nuestro, el 25015, ha tenido que cambiar de vía. Se ve que alguien ha tirado de la alarma, el tren se ha parado y ha tenido que ir el maquinista. Diez minutos parado. Si esto llega a pasar en Plaza Catalunya te afecta mucho más, porque por allí pasan todos los trenes. Hay momentos del día en que tenemos veinte trenes por hora. ¿Hora punta? Las nueve. Tenemos dos túneles para poder desviar cuando hay una incidencia. ¿Y por qué hay retrasos? Por muchas cosas. Imaginemos que hay una incidencia por la mañana y se resuelve al cabo de unas horas, pero el maquinista ya termina el servicio. Tenemos unos 600 maquinistas, el 15% de los cuales, mujeres. Piensa que tenemos una puntualidad del 94%. Ya sé que no es vuestra percepción. Las obras de Sants nos han ayudado mucho con la puntualidad. Hay veces que las incidencias son delicadas. Por ejemplo, los atropellos…”.
Esta es la palabra que escuchamos, a veces, en las noticias. “No lo llamamos suicidios, nunca. Ante todo, porque no lo podemos saber a ciencia cierta, y después, por la familia… Lo llamamos siempre atropello. Hay un atropello por semana, sí. Entonces, cuando pasa una desgracia así… Supongamos que es a las ocho de la mañana. ¿Qué hacemos? ¿Buscamos autobuses? No, porque tenemos todo el tráfico de entrada a las escuelas. El forense quizás tarda tres horas en levantar el cadáver…”. Miro a Antonio. Le pregunto si tienen psicólogos para los maquinistas. Sí que tienen.
“No lo llamamos suicidios, nunca. Ante todo, porque no lo podemos saber a ciencia cierta, y después, por la familia… Lo llamamos siempre atropello. Hay un atropello por semana, sí”, explica el jefe del centro de gestión de Rodalies, Luciano Troya
“Los trenes se revisan cada 15 días. Son diferentes niveles de mantenimiento. Un grafitti, por ejemplo, no es lo mismo que una avería. Al año nos gastamos ocho millones de euros en limpiar grafitis. Ahora, por ejemplo, les ha dado por romper cristales. Cogen el martillo interior y rompen los cristales. Antes de la pandemia movíamos 450.000 viajeros. Ahora, la mitad. Hemos recuperado el 65%. Costará tiempo llegar donde estábamos. Nos hemos dado cuenta de cosas curiosas. Por ejemplo, la R1, la del Maresme, tenía el mismo número de viajeros durante el año que en verano. Y esto es porque los turistas un día o dos siempre bajan a Barcelona. ¿Día nublado? ¡A Barcelona!”.
Nos despedimos. “Es cierto que lo del hobby ferroviario lo vemos mucho”, dice Antonio mientras salimos a la calle para coger un taxi. “En Twitter, sobre todo. Hay gente que sabe más de trenes que yo. Ahora, en el Clot, te presentaré a la responsable de redes, que te explicará cosas de estas. ¿Que cómo es el servicio que damos? ¡No es tan bueno como quisiéramos, pero no es tan malo como dicen!”.
El Clot es una estación que hace mucho tiempo que no pisaba y allí es donde está el C.T.C., el Control de Tráfico Centralizado. Es un lugar fascinante, con todo de trabajadores ante una pantalla gigantesca. Antonio me presenta a Xavi Canalejas, que es el responsable del centro, y, este sí, un fanático de los trenes. “Lo mío es inexplicable”, me dice riendo. “De pequeño, en Cunit, cuando iba a la playa, me ponía en el puente y me esperaba hasta que pasaba el tren…”. Sonrío pensando en mi padre. Me había contado cómo le fascinaba el cambio de troles de los tranvías. “Hoy es un día fantástico, todo va bien”, exclama Xavi. “Si no, empiezan a sonar los móviles y los fijos”.
La chica que se encarga de las redes sociales, Carlota Alajarín, asiente con la cabeza. “Normalmente, ahora, cuando hay una incidencia los viajeros hacen un tuit”, me cuenta. “Nuestra frase, la que decimos cada día es, Hay ruido?, el tuitero nos ayuda. Si vemos que dice, por ejemplo, que la escalera mecánica de tal lugar no funciona…”. Antonio me pone un ejemplo: “Si lo comparamos con Correos… En Twitter no comentas que no te ha llegado una carta que esperabas. Pero sí comentas que el tren que tienes que coger va tarde”. Y Carlota, respondiendo a mi pregunta, añade: “En un día normal tenemos unos cien tuits que nos mencionan. Quejas, explicaciones… Tenemos un usuario, Bruce Dylan, @Dani_the_boss, que cada día comenta cosas”.
“Esperamos con muchas ganas las infraestructuras prometidas“, me dice Xavi. “Estamos inaugurando cosas… Piensa que, claro, no podemos montar un tren sobre una acera, como si fuera un autocar. Tenemos cinco modelos de horario. El de los días laborables, el de los festivos… Tenemos un espacio y tenemos un tiempo, y lo tenemos que cuadrar. Mil trenes y condicionantes a raudales. Las famosas vías únicas que conoce toda Catalunya, por ejemplo”.
Es la hora del desayuno, por lo que vamos al bar prometido: el bar Clot Aragón, en la estación. Un local pequeño y sencillo con una cantidad ingente, inmoral, maravillosa de tortillas de todo tipo. De patatas, de berenjena, de chorizo, de patata con dátil y puerro… Cerveza, pan con tomate y todo tipo de pinchos. Mientras hacemos el particular festival, nos viene a ver Ricard Riol, que es técnico de operaciones en el Clot. “Jose, el de la barra, a las tres de la mañana ya está aquí”, me dice. “El pan se lo llevan del horno de al lado. Y a las cinco ya levanta la puerta para la gente. Cuando entras por la puerta ya hueles. Con todo el cataclac sufrió mucho, claro. Tiene, sobre todo, cliente local”.
No se pierdan este pequeño bar, escondido en los sótanos de la ciudad. Junto a los trenes.