Cinco buenas noticias musicales para empezar la primavera

De Clamor, de Maria Arnal y Marcel Bagés, a la vuelta de Manel, pasando por el Heliogàbal y un diamante en bruto

Maria Arnal y Marcel Bagés cumplen expectativas

¿Exagerado? Para nada. Que el nuevo disco de Maria Arnal y Marcel Bagés fuera uno de los álbumes más esperados del año no es casualidad. Sea o no por voluntad propia, el combo catalán tiene la capacidad de trascender, de ir siempre un pasito más allá en cada uno de sus nuevos movimientos. La salida de Clamor (Fina Estampa, 2021) da buena prueba de ello, de cómo un grupo de música pop puede estar en continua transformación, coqueteando con nuevas sonoridades que van de lo industrial a la electrónica y el folk. Eso sí, siempre fijando su campo base en la potencia artística de María Arnal, brillante una vez más en la parte vocal.

Tras su aclamado debut, 45 cerebros y 1 corazón (Fina Estampa, 2017), un disco sobre memoria y desmemoria, en Clamor siguen mirando a los ojos a la justicia social, esta vez a partir de otras perspectivas: la transformación humana y espacial. Un ejercicio hipnótico, con tintes más bailongos que su disco anterior y que muta con ecos a Arca y Bjork. Once canciones que la pandemia nos ha retrasado demasiado, pero que forman un trabajo arrebatador y un ejercicio orgánico de reflexión y ensoñamiento. Si Maria Arnal y Marcel Bagés buscaban seguir trascendiendo, lo han vuelto a conseguir.

El retorno del hijo pródigo

Una nueva canción de Manel siempre es motivo de celebración. Tras dos años de silencio desde su último largo, Per la bona gent (Cerámicas Guzman, 2019), la popular banda barcelonesa vuelve al ruedo con L’amant malalta, canción con video incluido y de claras referencias a un hecho desgraciadamente común este último año: estar enfermo por una enfermedad parecida a una “gripe con fiebres altas”. La música sigue la estela de su último trabajo: influencia del pop de los ochenta, con sintetizadores y hasta un saxofón, una de las grandes novedades de esta nueva referencia.

Como acostumbra a pasar con todo aquello que escribe Guillem Gisbert (principal letrista del grupo), Manel vuelven a ser los cronistas del entorno. Aquí hay que situarse al principio de la pandemia, cuando todavía no estaba muy claro qué era la Covid, que se equiparaba con una gripe corriente (“mi amante está enferma, me ha contactado a media tarde, dentro de las sábanas sudadas, su cuerpo tiembla”). L’amant malalta formará parte de un EP de edición limitada que saldrá el 16 de abril. Tipus suite (también presentada estos días) y La jungla, todavía inédita, completarán la lista de canciones.

Carlota Flaneur, una de las artistas destacadas del mes de abril en el Heliogàbal (Hidden Tracks)

La casa de la música sigue sonando

Por fin vuelve a reinar cierta normalidad en los escenarios de Barcelona. Aún es pronto para tener audiencias mínimamente grandes, pero esta época repleta de incomodidades también hay una gran ventaja: poder ver a algunos de tus artistas favoritos a pocos centímetros de ti y en situaciones mucho más íntimas de lo habitual. Y si hay un lugar especialista en esto de tener músicos cerca, ese es el Heliogàbal, sancta sanctorum de la música de la ciudad y templo cultural del barrio de Gràcia.

La buena noticia es que tras un vigesimoquinto cumpleaños más bien accidentado, parece que la música vuelve a sonar con regularidad en el reformado local de la calle Ramón y Cajal. Por ello han preparado una programación para el mes de abril ecléctica y resultona: vuelven con el ciclo Segells residents, por el cual irán pasando las discográficas independientes de la ciudad, esta vez el sello Gandula presentará conciertos tan interesantes como el del colectivo Seward, Blood Quartet, con el histórico Mark Cunningham y los excitantes Gambardella. Además, han programado un buen puñado de espectáculos fuera del ciclo, como el de Carlota Flaneur con Flashy Ice Cream, uno de los tótems de la nueva música urbana en catalán. Esto sí son brotes verdes.

 

Benditas nuevas guitarras

 No siempre están anunciados con luces de neón de carteles de grandes festivales, ni acaparan titulares rutilantes en los medios. Pero todo eso da igual si detrás hay buenas canciones. Y en eso la escena independiente de Barcelona no deja de darnos noticias excelentes. Diamante Negro es una de las últimas. Son un trio de chavales de la ciudad que hacen temas de aire desencantado y rabioso. Englobados en este grupo de militantes de la guitarra y los buenos estribillos, recuerdan a bandas como Medalla (con quién comparten miembros), pero también a coetáneos de aquí (Alavedra, Pantocrátor) y de un poco más allá (Camellos, Futuro Terror). Todos ellos forman esta estupenda resistencia guitarrera a la última hegemonía pop, últimamente focalizada en pedales de chorus y autotune vocal.

De momento, y esto tal vez sea generacional, han preferido la publicación de canciones y EP’s al disco largo. Su debut fue Mercurio Retrógrado (The Yellow Gate Records, 2019) al que siguió Cortés (The Yellow Gate Records, 2020). Desde entonces se han centrado en los sencillos más que en publicar un elepé. Estos meses están dejando una buena colección de canciones desencantadas, que hablan de amores juveniles y aires al pop garajero de principios de siglo. Sino escuchen Futuro incierto, himno generacional en el que encontrarán aires incandescentes a los Babyshambles. Su última canción es Cobi, con título de mascota olímpica pero letra de incomprensible desazón.

Los clásicos The Byrds, banda residente en Laurel Canyon (Henry Diltz)

LSD y hits en Los Angeles

Una de las historias más alucinantes de la historia del rock es la del barrio angelino de Laurel Canyon, que a mediados de los años sesenta empezó a ser habitado por algunos de los mitos de la música popular más importantes e influyentes del siglo XX. La lista de gente que se mudo allí asusta vista ahora: The Byrds, Buffalo Springfield, Brian Wilson de los Beach Boys, Jim Morrison, Eric Clapton, Fleetwood Mac, The Eagles… una acumulación de talento impresionante. Pero no solo era eso, también una concatenación de gente joven haciéndose millonaria y triunfando en todo el mundo.

Nuevos ricos veinteañeros con dinero, drogas para parar un tren, espíritu libre y ganas de practicar sexo en cada esquina. De todo aquello quedan fortunas enormes, canciones maravillosas (Hotel California, Eight miles high o Our house són de esa época’) y miles de anécdotas fascinantes recogidas en el libro Hotel California. Cantautores y vaqueros cocainómanos en Laurel Canyon 1967 – 1976, de Barney Hoskyns, y que ha publicado la editorial barcelonesa Contra. Un clásico instantáneo sobre una de las concentraciones de talento más gigantescas y a su vez uno de los caos más productivos de siempre. Además, contado por sus protagonistas.