Encontrarse a sí mismo en la melodía de Barcelona

El músico Clarence Bekker tocaba en el Portal de l'Àngel cuando lo ficharon para Playing for change. Ahora es la arrolladora estrella de la sala Jamboree

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a vida de Clarence Bekker tiene tantos giros y vaivenes como sus piruetas vocales y coreográficas. La historia de este músico-residente del Jamboree, que cada jueves convierte el club en una auténtica fiesta, bien merece una entrevista en profundidad. Acarició el éxito con la música dance a principios de los 90, con títulos tan bailables como It’s a loving thing y Send me an angel. Entonces era CB Milton. Apenas tenía 20. Y una profunda crisis le trajo hasta Barcelona, donde ejerció de músico callejero. “Viajé por todo el mundo hasta que el 11-S (el día de los atentados a las Torres Gemelas) regresé a Amsterdam y ahí me di cuenta de que no era feliz. Con la insatisfacción y el aburrimiento, llegaron las drogas. Tenía dinero y me resultaba fácil conseguirlas. Pero no me aportaban felicidad. Por fin entendí que eso lo tenía que buscar dentro de mí. Pensé que una buena manera de lograrlo era actuando en las calles. Así que me vine a Barcelona y todo cambió. Empecé a investigar quién era. Por qué pensaba, decía y sentía las cosas. Me llevó mucho tiempo darme cuenta a qué tenía que renunciar. Y hoy por hoy creo que ya sé quién soy. Y que por eso estoy aquí, celebrando la Navidad en Barcelona”.

Fue en Barcelona donde este artista, nacido en Suriman y nacionalizado holandés, comprobó el poder transformador de la música a nivel personal. Y a nivel  profesional

Celebrándola y compartiéndola a lo grande. El martes 18 de diciembre salió a hombros del Teatre Tívoli con A Christmas Story. El espectáculo con el que puso la guinda a la programación con la que la promotora Mas i Mas anda festejando sus bodas de plata a cargo de la sala Jamboree.

Fue en Barcelona donde este artista, nacido en Suriman y nacionalizado holandés, comprobó el poder transformador de la música a nivel personal. Y a nivel  profesional. Primero con la formación 08001, abierta a todos los artistas de diversas partes del mundo que día a día llegaban a El Raval (el nombre del conjunto corresponde a su código postal). Y luego con Playing for change, formando parte de este también interracial proyecto cuando estaba en fase embrionaria. Fue después cuando se incorporaron artistas de renombre como Keith Richards, Bono, Manu Chao, Lila Downs, Carlos Vives, Andrés Calamaro…

Se encontraba Clarence tocando en el Portal de l’Àngel cuando se le acercó el productor norteamericano Mark Johnson y le habló por primera vez de Playing for change. “No entendí nada de lo que me decía. Y poco sospechaba lo que me iba a suponer”, admite. El caso es que de pronto se vio cantando en un local okupa y con un equipo de grabación móvil el clásico Stand by me. “Firmé una especie de contrato, pero no pensé que aquello tuviera mucho futuro. Dos años después, cuando lo había olvidado, recibí en el buzón un DVD con la canción. ‘¡Es fantástica!’, pensé’”. El vídeo supera los 123 millones de reproducciones.

 

Johnson lo llamó después para hacer una gira con los otros intérpretes (del Nepal, África, Irlanda…) que se fueron uniendo a la grabación (con cascos, escuchaban a los anteriores e iban incorporando su parte). Y, con ellos, siguió embarcándose en giras por todos los continentes.

Ahora, su lugar/hogar es Barcelona, donde reside. Concretamente, y no podía ser de otra manera, en el barrio de El Raval. “Recuerdo los años en que me crié en Rotterdam, que no deja de ser el puerto de Holanda y una población con muchos inmigrantes (…) vivir en un lugar con tanta diversidad cultural me hace sentir como en casa. Feliz”

Para Clarence Bekker, su incorporación a Playing for change ha sido clave, más allá del trampolín que ha supuesto para su carrera. Porque Playing for change es también una fundación que construye escuelas de música en todo el planeta. La primera, Ntonga Music School, se inauguró en el 2008 en el barrio de Gugulethu, en las afueras de Ciudad del Cabo, en Sudáfrica. Música que derriba fronteras y acerca pueblos, sin importar la condición social, política… Músicos conectados por el cambio.

Desde la infancia, Bekker ha sabido convertir las canciones en válvulas de escape. “Cuando tenía 11 años, murió mi padre y nos trasladamos a Europa. Me cuidó una madre viuda con cinco hijos. Cambiábamos de país donde vivir. Y cantar me ayudaba a evadirme de ciertos pensamientos, a poner mi alma en algún lugar. Ahora, su lugar/hogar es Barcelona, donde reside. Concretamente, y no podía ser de otra manera, en el barrio de El Raval. “Recuerdo los años en que me crié en Rotterdam, que no deja de ser el puerto de Holanda y una población con muchos inmigrantes. Siempre he estado rodeado de gente de todo el mundo. Así que vivir en un lugar con tanta diversidad cultural me hace sentir como en casa. Feliz”.

Las citas de cada jueves, dos pases, de Clarence Bekker en el Jamboree empezaron en septiembre del 2017. Y las sigue disfrutando como el primer día. “Algo que me gusta mucho es que mientras yo les entretengo, ellos, la gente, me entretienen a mí. Es como un juego”

Clarence Bekker combina con absoluta normalidad estilos tan diversos como el soul, el funky, el reggae, el jazz… Y lo mismo hace versiones de clásicos que se reconocen a la primera escucha como incluye piezas de su autoría, convertidas en clásicos de su repertorio, como Mr. Policeman. Le preguntamos sobre su relación con la autoridad, si sufrió el trato que denuncia en esta letra. “Claro que sí -responde-. Varias veces y de distinta manera. Soy una persona negra, ¿qué esperas? Siempre estoy en la primera línea del crimen… Y no solo yo, todos mis hermanos han vivido situaciones similares. Cuántas veces me han llegado a meter en el coche de policía, llevado a la comisaría y al comprobar que no había hecho nada, se han disculpado. En Barcelona mismo, estaba sentado en una esquina y había a mi lado una lata de cerveza. Se me acercó una policía, cogió la lata, me miró y me preguntó si era mía. Al decirle que no, que era de la basura, se enfadó, pidió refuerzos y otra vez me vi dentro de un coche de policía…”.

Las citas de cada jueves, dos pases, de Clarence Bekker en el Jamboree empezaron en septiembre de 2017. Y las sigue disfrutando como el primer día. “Algo que me gusta mucho es que mientras yo les entretengo, ellos, la gente, me entretienen a mí. Es como un juego. Algo muy chulo que solo puede surgir en lugares como este emblemático club de la plaza Reial. El público siempre me aporta cosas nuevas. Pensamientos nuevos. Y me gusta dejar que participe activamente. Cuando canto canciones del pasado y veo que se las saben, se crea un sentimiento de unión que, aunque dure los cinco minutos de la pieza, valoro mucho. Tengo la suerte de contar con una audiencia muy leal y cariñosa. Sin ella no sería nada. Y tienen desde 1 hasta 100 años. ¡Maravilloso!”.

“Imagínate una vida sin poder moverte ni bailar con alguien. Es como intercambiar energías a través del cuerpo. ¡Es como el sexo!”.

A su carisma, energía arrolladora y capacidad de conectar, hay que sumar sus dotes como bailarín. ¿Cómo, cuándo y con quién aprendió? “Con mi abuela y mi madre. Ellas me decían: ‘tienes que bailar’, así que lo hago desde la más temprana edad. En mi familia todos son buenos bailarines. El otro día estaba hablando con mi hermano y le decía eso, que él bailaba muy bien, y él muy serio me dijo, ‘no, no, que yo soy un DJ [risas]. Me encanta bailar. Imagínate una vida sin poder moverte ni bailar con alguien. Es como intercambiar energías a través del cuerpo. ¡Es como el sexo!”.