El cantautor mallorquín Joan Miquel Oliver
El cantautor mallorquín Joan Miquel Oliver. ©Francisco Ubilla

Joan Miquel Oliver: “Nacimos con la intención de no ser una versión de nada”

El mallorquín rememora el decimoquinto cumpleaños de su primer disco en solitario con la reedición del álbum en vinilo y una gira de celebración que le lleva este jueves a actuar en la Sala Barts

Si el mundo acabara hoy, decir que ha sido lo mejor compositor de música pop en catalán de todos los tiempos no sería ningún disparate. Joan Miquel Oliver (Soller, 1974) no se quedó solo con el mayúsculo catálogo de canciones con Antònia Font, ha ido añadiendo una rica y prolífica obra en solitario que sigue las huellas del excelso grupo mallorquín y añadiendo nuevos matices. Quince años después de estrenarse con Surfistes a càmera lenta, Oliver celebra aquella primera referencia con una reedición del disco en formato vinilo y una gira de cumpleaños que le permite actuar esta semana en Barcelona. Buena ocasión para acercarse a uno de los grandes discos de la década pasada y rememorar un repertorio que sigue sonando fresco.

—La última vez que te vi en directo fue en el Heliogàbal y casi ni se podía respirar. ¿Cómo son los conciertos en un mundo pandémico?

—Muy distintos a ese. La parte musical está igual, pero a un concierto normalmente no vas solamente por la música, sino para vivir la experiencia. Es en aquí donde ha cambiado mucho la cosa. Ahora me cuesta más meterme dentro del personaje, me planteo y pienso movimientos que antes me salían solos.

—¿Eres mucho de mirar las caras del público? Ahora con las mascarillas solo ves los ojos de la gente.

—En un concierto, que puede durar un par de horas, tienes tiempo para todo. Hay momentos que estás más concentrado en la música, otros que no piensas en nada, y que, incluso, se te olvida que estàs en un escenario. Pero también hay ratos que observas lo que pasa delante tuyo: cómo reacciona la gente a lo que estamos haciendo. Si el público está más atento o, por el contrario contrario, más de fiesta. ¡En los conciertos de hoy parece que todo el mundo esté superconcentrado en el repertorio! (rie)

—¿El confinamiento fue una época de creación para ti?

—Lo aproveché para tocar la guitarra, para aprender. Hacía años que lo tenía pendiente, porque aunque haga tanto tiempo que toco, nunca me había parado a estudiar el instrumento. Siempre lo había hecho de oídos o improvisando, así que aproveché el confinamiento para dedicarme al estudio por primera vez. No me salió escribir mucho y de alguna manera tenía que matar el tiempo.

—El año pasado publicaste Aventures de la nota La. ¿Si lo revisitamos de aquí a quince años, como ahora con Surfistes a càmera lenta, que crees que dirás?

—No tengo ni idea. Es un disco que sale de las ganas de experimentar y que defiende la idea que tengo de la música, que no es tanto un lenguaje de iconos y figurativo, sino puramente abstracto: Aventures de la nota La es la faceta abstracta de la música.

—Cuando publicaste Surfistes a càmera lenta, tu primer disco en solitario, con el grupo os iba muy bien tras publicar Taxi. ¿Recuerdas que fuera una época especialmente feliz?

—Feliz es difícil de decir, pero es cierto que con Antònia Font estábamos en un momento de ver qué queríamos hacer: tras publicar Alegría teníamos la opción de seguir siendo un grupo de canciones pop o, por el contrario, ir un poco más allá. Yo me había resignado a que Antònia Font fuera esto, una banda de canciones y ya esta. Con esta idea empecé a escribir Taxi, pensando que sería mi primer disco en solitario. Lo que pasó es que al resto del grupo les encantó cuando escucharon las maquetas. Era un giro bestial después de Alegría, pero les gustó tanto que se quedó como disco de Antònia Font y yo tuve que hacer otro primer elepé en solitario (rie).

Siempre he querido pensar que hay una dicotomía entre el punto experimental de lo que he hecho yo con mi nombre y el más conservador, que era con la banda. Al final tampoco es tan así: uno de los trabajos más experimentales que he hecho nunca es Vostè és aquí, que fue con Antònia Font, y en cambio Electra, disco de Joan Miquel Oliver, es un disco de canciones sin ninguna vocación de experimentar.

—Surfistes aparece el mismo año que Batiscafo Katiuscas de Antònia Font, que era un disco hasta cierto punto melancólico y tiene cierta grandilocuencia épica en algunas canciones.

—Es un trabajo de pequeños iconos: la mujer que mordió un piano, Fitipaldi, un hombrecillo de montaña… la canción más pop que hay es Foto. El resto son como instantáneas. Es un disco de titulares.

Joan Miquel Oliver recupera su primer disco en solitario
Joan Miquel Oliver recupera su primer disco en solitario. ©Pere Joan Oliver

—¿Y como han envejecido aquellos iconos?

—Muy bien, con la reedición puse el disco bastantes veces y lo puedo defender. Surfistes a càmera lenta me gusta más ahora que cuando lo hice, que no estaba tan convencido. La propuesta estética es concreta y se aguanta perfectamente. Han pasado quince años de aquel disco y no lo haría de otra forma.

—Revisitarlo es un acto de nostalgia…

—Sobre todo es disfrutar de aquel repertorio y hacer algo especial, diferente de lo que hemos estado haciendo últimamente. En Surfistes a càmera lenta cada canción tiene sus particularidades, no como en mis últimos discos, que son más planos y todo suena un poco más igual.

—En Antònia Font quien estaba en el centro y cantaba era Pau Debon. ¿Fue difícil dar el paso a hacerlo tú?

—Me costó mucho ponerme a cantar. Cuando grabábamos el disco no lo veía claro y hasta cinco minutos antes del primer concierto no sabía si sería capaz de hacerlo. El debut fue un lugar muy pequeño y familiar, para probar. Cuando empezó estaba mi pareja entre el público y la miré y me hizo un gesto de “todo bien”. Esto me dejó más tranquilo.

—¿Siempre te había interesado cantar?

—Sí, desde que era pequeño que siempre había cantado, iba a una coral y todo. Era el instrumento que llevaba encima, siempre lo hacía y a la gente le gustaba: cuando haces música en tu imaginación, siempre la cantas.

 

—Tuviste un tiempo de componer para la banda y componer para ti. ¿Cómo lo hacías?

—Por proyectos. Abría una etapa de escritura y aquellas canciones eran de Antònia Font y cuando había acabado, abría otra que eran para Joan Miquel Oliver. No era demasiado intercambiable. Pensaba en discos, en ciclos. No escribo canciones al aire, sino con un calendario y un objetivo: hacer un disco por un lado o por el otro.

—Acostumbras a sacar hierro al legado de tus discos, en solitario y con Antònia Font, y a la importancia que han tenido en los músicos de la Isla. Después hablas con ellos y todos, del primero al último, te citan como referente.

—Cuando te lo dicen tanto, al final piensas en ello. Creo que la explicación puede ser que con Antònia Font nos encontramos con un terreno muy virgen, todo era embrionario. Entonces cada grupo parecía la versión catalana de algo que ya existía: los que sonaban a los Beatles, o a los Rolling Stones, o Metallica, al que fuera. Nosotros nacimos con la intención de no ser una versión de nada. No quiere decir que el terreno no estuviera explorado, en la música catalana había Sisa y Pau Riba, por ejemplo, pero a nivel de grupos en general todo era muy clásico. Añadimos experimentación, con samba, bossanova, rumba, hablando del espacio exterior, añadiendo toques mediterráneos… eran elementos que no habían ido juntos. Antònia Font éramos una cosa diferente con un discurso propio.

—María Jaume cuenta que su madre le ponía Coser i cantar cuando era pequeña. ¿Da vértigo oírlo?

—Absolutamente. Es que no te das cuenta y ya tienes cuarenta y siete. Esta gente nueva eran niños pequeños cuando tocamos en el Liceu.

—Hay una muy buena generación de música mallorquina: Da Souza, Maria Jaume, Jorra i Gomorra.

—Son muy creativos y no tienen ningún complejo ni miedo de nada, músicos muy liberados y cada cual tiene su manera de trabajar. Los oyes, a ellos, o a propuestas como la de Joan Pons, con El Petit de Cal Eril, y son modernos con un nivel muy alto en composición y concepto. Me gustan, son muy buenos.