— ¿Quién sois, y qué hacéis en Barcelona?
—Empezando por la segunda, Barcelona es el mejor sitio donde hacer lo que queremos hacer. ¿Y qué queremos hacer? Queremos ser capaces de identificar a todos los agentes de la industria musical en nuestro país, que levantan alrededor de 900 millones de euros y que van mucho más allá de los músicos: hablamos de escenarios, de infraestructuras técnicas, de sostenibilidad, de tecnología, de seguridad, de control de las audiencias, de gestión de derechos… Queremos descubrir esta industria entera, pero después también hacer que hablen entre ellos, que haya gente que invierta y que ganen dinero, impulsar aquellos proyectos que se hagan desde Barcelona, así como proyectarlos internacionalmente.
— ¿Pero la inversión que se busca es extranjera?
— No: extranjera o nacional. Cuando Eurecat (Centre Tecnològico de Catalunya) desarrolla un sistema de audio multicanal, no lo vende a una empresa catalana como Kelonik, sino a Dolby, que es americana: no es una crítica, es constatar que no hay una empresa catalana que compre ésta patente. Pues eso, queremos revertirlo.
— ¿La investigación juega un papel importante pues?
— Hay ocho centros de investigación musical en Catalunya. Ocho! Queremos que puedan aplicar esta investigación en el país, para que la industria de aquí pueda trabajar. Y esto se consigue identificando a los agentes y poniéndolos en contacto.
— ¿Pero sois un hub? ¿Un cluster?
— Somos una fundación. Desarrollamos algunas funciones propias de un cluster, claro, pero los clusters y los hubs funcionan de forma más sectorial o más vertical: nosotros vamos desde los artistas hasta quienes investigan con Inteligencia Artificial pasando por escenografía, innovación, sostenibilidad…
— Aparte de ser una fundación de “especial interés público”, por supuesto.
— Exacto, lo que tiene unas ventajas fiscales de hasta un 90% de desgravación en las donaciones que podamos recibir.
— Más anglicismos: un lobby, ¿admites que lo sois?
— En el sentido positivo, sí.
— En el sentido positivo lo pregunto.
— Más que hacer de grupo de presión, construimos puentes y unimos fuerzas. En este sentido, podemos cambiar muchas cosas a nivel legislativo evidentemente. Piensa que si algo somos, es la primera entidad jurídica que intenta reunir a todo el sector. Ya existen muchas asociaciones, empresas, gremios, agentes, pero nosotros aspiramos a un concepto holístico que vaya desde las empresas de tecnología hasta la gestión de derechos de propiedad intelectual.
— Eso es porque ha detectado carencias en el sector. ¿Cuáles son?
— En primer lugar, la fragmentación: es un sector bastante atomizado, con muchos proyectos y mayoritariamente de tamaño “no grande” para entendernos. En segundo lugar, existe una concentración de grandes grupos en el ámbito de la música en vivo y esto no facilita el desarrollo de una industria alternativa o independiente. Y después, que no somos una capital de estado.
— ¿Por qué es importante esto?
— Esto hace que los centros de decisión de las grandes empresas prefieran instalarse en Amsterdam, Londres o Madrid. Ahora Barcelona aparece a menudo para estas grandes empresas como una delegación madrileña de la “zona Mediterráneo”. No puede sucedernos como ha sucedido con Warner, o con Universal Studios, que han preferido estar cerca de los ministerios.
— Pero hay ciudades a las que les va bien, sin ser capitales de estado.
— Nos iría mejor si al menos tuviéramos un sector bien articulado. Mira al sector farmacéutico, o al de biomedicina: ellos saben hacer de polo de atracción unitario, y Barcelona destaca muchísimo en estos sectores. Pues tenemos que hacer lo mismo. Tenemos un ecosistema riquísimo, muy diverso, muy grande en cantidad y más articulado que el de Madrid: lo que debemos hacer es estarlo más aún.
— ¿Pero somos referentes en algo?
— Barcelona es hoy la capital europea, de facto, de la música en vivo: estamos hablando de 250 festivales de música anuales en Barcelona, y de 430 en toda Catalunya. Esto no ocurre casi en ninguna parte. Sumando a los grandes como el Primavera, el Sònar o el Cruïlla, que son enormemente competitivos.
— Por tanto, la fundación llega para compartir.
— “Si vas solo llegarás más rápidamente, si vas acompañado llegarás más lejos”. Estamos hablando de compartir conocimiento y tecnología, de saber antes que la competencia sobre las nuevas innovaciones, sobre gestión de residuos, sobre nuevas formas de desarrollar proyectos… Desde la fundación organizamos retos concretos, como ahora mismo el de sostenibilidad, y llamamos a startups que trabajen en esta materia. O hacemos programas de incubación y aceleración de empresas, sobre temáticas relacionadas con la energía, por ejemplo. Todo esto puede aplicarse a la música, y muy concretamente a los festivales. ¡Ahora mismo en Barcelona tenemos las únicas dos cátedras de todo el Estado español sobre música e IA!
— Se dice mucho que el directo ha matado a la estrella de la grabación.
— Antes del fenómeno del streaming, la música grabada suponía para el artista un beneficio de unos 2,5 euros de cada 10. Ahora, a través del directo, recibe 7. Y eso afecta desde la música clásica al pop y en el hip hop. A nivel mundial, ahora la música en vivo tiene un incremento anual del 15%-20%.
— Vosotros tenéis relación con el Cruïlla: vuestro presidente es Jordi Herreruela.
— Trabajo con él, y con Genís Roca de la Fundación PuntCat, y con Josep Maria Martorell del Barcelona Supercomputing Center, y con Enric Jové, de McCann. Quiero decir que aspiramos a trabajar con todos, desde cualquier ámbito, y el Sònar de hecho también empezó a trabajar con nosotros desde muy pronto.
— Otra cosa que se dice: saturación de festivales en Catalunya.
— Prefiero que estén a que no estén, francamente. La música en vivo aporta riqueza económica, puestos de trabajo, salud mental, cohesión social y territorial… ¿Quién quiere menos de todo esto? Que me lo presenten.
— ¿Demasiado mainstream?
— Tampoco. La mayoría de festivales de aquí han partido de un concepto alternativo, underground. No lo compro, niego la mayor. Sí hay una concentración de fondos, como he dicho antes, pero este riesgo es mundial: y precisamente por eso nuestra fundación intenta velar por el ecosistema musical catalán.
— ¿Y qué startups van apareciendo, dentro de vuestro ámbito?
— Nosotros intentamos ayudar desde varias vertientes, por ejemplo el jurídico cuando hablamos de IA o de derechos de propiedad intelectual, pero también en el ámbito creativo: nuestros programas de aceleración de startups derivan en proyectos que aunque sean hechos aquí, estoy seguro de que si se hubieran hecho en Silicon Valley los tendríamos todos en el móvil.
— ¿Cómo se singulariza Barcelona, en este sector, entonces?
— Barcelona es bastante singular, pero tiene el defecto de que a veces parece que nos molesta que pasen cosas. Y, ciertamente, está bastante saturada de cosas pero tenemos unas buenas infraestructuras, unas buenas conexiones, unas instalaciones cercanas… Solo es cierto que en junio y julio quizás se concentra demasiado todo.
— Para terminar: después de tu paso por el ICEC, ¿cómo vives el paso al otro lado de la mesa?
— La otra parte de la mesa la conozco desde mucho antes de mi paso por el ICEC, pero estoy muy contento de lo que hicimos: pasamos de un presupuesto de 56 millones a uno de 110 millones, con la pandemia de por medio. Pudimos cambiar las cosas, y lo hicimos de la mano del sector. El error es intentar hacer las cosas desde el paternalismo, o desde un falso heroísmo individual. Adaptamos las normas vigentes a una situación tan crítica como la de la pandemia. Y debo destacar mucho la entrega del personal de la casa, que fue absoluta, aparte de la apuesta clara por el audiovisual y por el impulso de la lengua catalana en la producción a lo grande. A mí algunos me decían el “apreteu de la cultura”, porque en efecto sin la complicidad del sector no haces nada.
— “Ayúdate a ti mismo”, que diría Beethoven.
— Yo más bien diría “ayudadme a ayudaros”.