“Aunque siempre fue mi sueño, dibujar y hacer cómics no me parecía una opción viable, por eso estudié diseño y filosofía, y empecé a trabajar como diseñador. El caso es que echaba de menos dibujar”. Acodado a la barra, Carlos Sánchez se toma un segundo de pausa dramática para sorber el primer trago de su Campari Spritz, “fresco y con un punto amargo”, acabado de servir.
“Echaba mucho de menos dibujar —prosigue, poniendo énfasis en lo de mucho, que suena a muuucho—, por eso, al final decidí apostar por ello, me apunté a un posgrado de ilustración y, bueno, aquí estoy, unos años después”.
A su lado, sobre la barra, un ejemplar de Runas (HarperKids), la primera novela gráfica de un joven risueño que, desde pequeño, presa de un romance con el cómic de los que duran toda la vida, dibujaba sus propias historietas. “Quizás una de las cosas que más me ha marcado fue el ir a ver El castillo ambulante al cine. Tuve la suerte de que mis padres me llevaron a verla en cuanto salió y, para mí, fue un antes y un después. Saliendo de la proyección me convencí de que quería hacer cosas así de guays en algún momento de mi vida”. Y las hizo, claro. Las hace.
Y, ciertamente, no se puede negar un evidente amor por la imaginería de Studio Ghibli, echando una atenta ojeada a su trazo y a la historia de su debut, plagada de magia, dragones, ogros, druidas, alusiones a Lewis Carroll “y referencias culinarias, sobre todo, gofres, porque la verdad es que gran parte de la historia y los personajes de este cómic los ideé con la ayuda de mi pareja, mientras tomábamos largos desayunos durante los fines de semana”.
Tan bonito, que parecía spam
Cuando decidió apostar por la ilustración, el parroquiano enseguida comprobó que la jugada era ganadora. “De repente, me encontré haciendo lo que realmente me gustaba hacer y disfrutando de lo que estudiaba”. Además, en la academia fue donde conoció a Monika, su pareja, “que es una ilustradora genial y con la que trabajo codo con codo”, y a un “variopinto grupo de amigos” con los que sigue en contacto.
Sánchez está trabajando en la segunda entrega de Runas, que será “más profesional” que la primera
Finalizados los estudios, publicó ilustraciones en algunos libros y revistas, fogueándose y dejando ver aquí y allá de lo que era capaz. “Hasta que un día Flying Eye Books contactó conmigo y me dio la oportunidad de publicar un cómic con ellos”.
—Debiste alucinar, ¿no?
“Pues mira, la verdad es que tardé varios días en creérmelo —ríe—, pensaba que se trataba de alguna clase de engaño o de spam. ¡Pero no! Resultó ser cierto y nos pusimos enseguida con las manos en la masa, a trabajar en Runas que, además de ser mi primer trabajo como comiquero, es en cierto sentido bastante personal”. La obra vio la luz originariamente en inglés, “y ahora podemos disfrutarla en castellano y catalán, lo que me hace inmensamente feliz porque, entre otras cosas, ahora mis padres han podido leerla”.
La inercia positiva hace que el artista confiese estar metido “en mil cosas a la vez”, presa de un exceso de creatividad que le lleva a empezar proyectos constantemente, “aunque muchos de estos no llegan a ningún lugar”. Lo que sí se divisa en un horizonte razonablemente cercano es la segunda entrega de Runas,“que ahora mismo estoy horneando y que será más chachi que la primera, más profesional, además de estar preparando paper toys de algunos de los personajes de la obra”. Por otro lado, adelanta que, entre diversos proyectos “de los que no puedo hablar mucho de momento”, está haciendo un fanzine junto a Monika, “basado en una historia que ella creó hace unos años”. Y sonríe al explicar esto. “Es un placer trabajar con tu pareja en algo que a los dos nos encanta”, añade con auténtica electricidad vibrando en su mirada.
Vivir en la ciudad mágica
“Barcelona era la ciudad mágica en la que yo quería vivir”, afirma el parroquiano, que pasó su infancia “en un barrio cien por cien andaluz de L’Hospitalet, porque mi familia es casi toda originaria del sur”. De niño, iba a un colegio del Eixample, “al lado de donde trabajaba mi madre”, y ahí, en ese vaivén entre “aquel barrio señorial lleno de pisazos, y nuestro pisito que asomaba a una calle llena de yonquis”, se fue enamorando de aquella ciudad “donde pasaban todas las cosas guays”. Y la fue recorriendo “con los libros de Carlos Ruiz Zafón, en busca de los edificios, las plazas y los lugares que describía”.
Y al final lo consiguió. “Me mudé con mi pareja y sí, aquí estamos, viviendo en Barcelona. Quizás no la Barcelona en la que aquel Carlos pequeño creía, pero sí una Barcelona más viva, más dinámica y, sobre todo, más divertida”. Y sorbe el último trago de su Spritz, antes de aludir al gran obstáculo: la situación del alquiler. “Llevo toda mi vida queriendo vivir aquí y ya veremos cuántos años voy a poder seguir haciéndolo, con los precios del alquiler subiendo a este ritmo”, reflexiona con una nube de preocupación opacando su rostro.
—Lo que va a subir, si no lo acompañas con algo de comer, es ese Spritz que te acabas de tomar. Además, ¡ya es la hora de comer!
Carlos Sánchez recupera de inmediato la alegría y llama a Monika, para que le alcance a pie de barra y comer algo juntos.
—¿Querréis menú, tapas, mirar la carta, raciones…?
“¡Raciones, siempre!”, exclama el parroquiano. “Me gusta poder picotear un poco de todo, probar diferentes platos y, sobre todo, poder compartirlos”, añade con una sonrisa de oreja a oreja.