En aquel panorama urbano poblado por protestas, bombas, represión, esplendor burgués, laicismo, catalanismo y anarquismo, Méndez iba a ajusticiar a su última víctima, Juan Rull, el Cojo de Sants, primer ejecutado en la historia de la cárcel Modelo. Con este episodio se cerraba la larga trayectoria laboral de un personaje cuyo drama vital recupera García Jiménez a través de un imponente tomo profusamente ilustrado y documentado.
El libro explica la historia y las historias, pero también traza la vida y carácter de un hombre que vivió su profesión con un espíritu ferozmente competitivo: una ígnea pasión por la labor de ejecutar de la forma más limpia y humana posible, mientras el mundo se le caía encima repetidamente, una y otra vez.
— Necesito aclarar, antes que nada, una cuestión: ¿Cómo le da a un señor de Murcia ponerse a bucear en la vida de uno de los personajes de la Barcelona decimonónica, pergeñando un ensayo que tan bien capta el espíritu de aquella ciudad en expansión y transformación?
— Me considero un escritor internacional y vivo en Murcia como podría vivir en París, Tokio o Nueva York. De hecho, he publicado en México, Argentina y Alemania. Además, cuento con libros publicados en varias editoriales catalanas como Libros de la Frontera, Ariel, Melusina o Plataforma Editorial. En el actual panorama de la literatura, la mediocridad está sobrevalorada; valga de ejemplo el Premio Planeta. Yo trato de escribir obras que no sean de usar y tirar, investigar la vida de un personaje trascendental, exprimirla, con gran cantidad de armas: las de poeta, narrador, ensayista e investigador de todos los archivos y hemerotecas, dispuesto a pagar el precio por los derechos de autor de cualquier imagen o documento.
— Hablemos del protagonista…
— Nicomedes Méndez comenzó a ser para mí el maestro de todos los verdugos españoles, digno de figurar en una biografía novelada. Lo demuestra que, en una propuesta de las Cortes por ahorrar dinero en pagar a los verdugos de todas las Audiencias Territoriales, pretendieran nombrarlo verdugo único de España, como Anatole Deibler lo era de Francia al mando de la guillotina. Hace años, impactado y arrebatado por la vida de estos funcionarios de la justicia, repudiados por el pueblo, comencé a desenterrar el drama del oscuro botxí Nicomedes, llegando hasta el fondo de todas sus angustias y secretos. Estudié a conciencia el hábitat y la historia en que le correspondió vivir. El mapa de sus actuaciones para agarrotar a los condenados a muerte fue extenso, por lo que también aparecen más de medio centenar de pueblos de la Audiencia Territorial de Catalunya en que levantaba el gran teatro público de su cadalso.
“Me considero un escritor internacional y vivo en Murcia como podría vivir en París, Tokio o Nueva York”
— El volumen consta de 455 páginas exquisitamente documentadas. ¿Cuánto tiempo le llevó completarlo?
— En la investigación empleé varios años, con una paciencia infinita, pues tenía que bucear en los archivos de protocolos notariales, archivos parroquiales, archivos de fotografías, prensa histórica, libros relativos a aquella época… descubriendo a veces preciadas joyas en forma de documentos inéditos. Por ejemplo, en la biblioteca de Valencia di por azar con el diario de un verdugo que citaba en varias ocasiones a Méndez, y logré que un coleccionista de fotos sobre la pena de muerte me concediera permiso para publicar una fotografía totalmente inédita de él en plena actuación, ajusticiando a cuatro reos en Vilafranca del Penedès. De todas las imágenes que se conservan de él, esta es en la que con más claridad se le puede apreciar. Escribir el libro y corregirlo escrupulosamente en varias ocasiones me llevó alrededor de cuatro años.
— ¿Podemos considerar esta obra una suerte de continuación de su libro No matarás, célebres verdugos españoles, publicado hace ahora 14 años?
— Aquel fue el libro del que más entrevistas, críticas y comentarios obtuvo el catálogo de la editorial Melusina: contiene nueve biografías de ejecutores de justicia españoles coetáneos de Nicomedes Méndez. Aquella semblanza que dediqué a este personaje fue el germen de las 455 páginas, más las terribles ilustraciones de las que consta el nuevo libro. Entonces plagiaron en diarios, revistas e Internet parte de mi investigación, sin citar la procedencia. Se puede advertir en la misma Wikipedia, que copia varios de los errores que cometí, como el de llamar a la esposa del verdugo Alejandra Amor o reducir su hoja de destinos únicamente a la Audiencia Territorial de Catalunya. En este nuevo y definitivo ensayo biográfico aporto cientos de nuevos datos que demuestran el plagio de todos los que hablaron de Nicomedes Méndez a la sombra de No matarás.
— ¿Por ejemplo?
— La esposa de Nicomedes Méndez se llamaba Alejandra Barriuso Amo, 18 años mayor que él, y el verdugo comenzó a trabajar en la Audiencia Territorial de Valladolid, permaneciendo allí durante once años antes de trasladarse a Barcelona. A raíz de la publicación de este libro, Wikipedia y todos los que hablaron de Nicomedes sin investigar tendrán que eliminar sus páginas y arrojarlas a la papelera. Este es también otro de los motivos que me llevaron a escribir el libro: mi rechazo a los plagiadores que tanto han proliferado en este país, desde el presidente Pedro Sánchez a los académicos Antonio Pérez Reverte y Camilo José Cela, sin olvidar a Manuel Vázquez Montalbán.
— ¿Y cómo vivió Nicomedes en Barcelona?
— Sobre Nicomedes, el acervo popular barcelonés lo retrata ya viejo, en las bodegas de Vila i Vilà, contando sus penas y hazañas a cambio de unos chatos de vino. Pero la suya fue una vida densa y dura. Por ejemplo, con la muerte de su hija en la que sin duda fue la noche más triste de su vida. Es cierto que trataba de actuar en lo que ahora se llamaría un café teatro, contando sus ejecuciones mientras presentaba, convertidos en muñecos de cera, a los protagonistas de sus patíbulos, pero el Ayuntamiento le denegó aquel lúgubre proyecto. La tragedia de su existencia la comencé a escribir sobre documentos extendidos sobre la mesa de mi despacho que nadie sabía ni que existían, perdidos entre miles de legajos que pude rescatar con gran esfuerzo. Tenía los certificados de muerte de su hija y de su hijo; su testamento, los documentos de sus entierros en el cementerio de Montjuïc, los planos de la casa que se construyó en la calle Verdi y un largo etcétera.
“La tragedia de su existencia la comencé a escribir sobre documentos extendidos sobre la mesa de mi despacho que nadie sabía ni que existían, perdidos entre miles de legajos que pude rescatar con gran esfuerzo”
— ¿Algo más?
— Su hija Paula, con 20 años, se suicidó disparándose en la sien con la pistola de su padre, abatida porque el novio había roto su relación con ella tras enterarse de que el futuro suegro era verdugo. Y su hijo Juan, no pudiendo soportar tampoco las enseñanzas prácticas a las que lo sometía su padre para dejarle en herencia su oficio, enloqueció y en uno de sus ataques murió inmovilizado con una camisa de fuerza en el asilo de pobres. La noche en que Nicomedes acarició desesperado el cadáver de su hija, la policía le salvó la vida al arrancarle de las manos la escopeta que empuñaba con el cañón pegado a un costado del cuello. A mi parecer, esta tremenda biografía de Nicomedes, un legal asesino en serie, merecería una película o serie.
— ¿Qué es el garrote catalán que inventó Nicomedes Méndez? ¿Realmente acortaba la agonía de los ajusticiados?
— Consistió en la colocación de un punzón en la argolla que apretaba el cuello de los reos para fulminarlos en el acto, sin ninguna convulsión, atravesándoles el bulbo raquídeo. Nicomedes, un hombre en el fondo amante de su trabajo, compasivo, trataba de que los condenados que se sentaban en el banquillo no sufrieran ni un segundo de agonía. Su invención fue aprobada por la Audiencia de Barcelona, comprobados sus buenos resultados, pues la mayoría de los reos preferían que fuera él quien les diera muerte por la fama de diligencia y perfección en el oficio que había alcanzado. Cada vez que terminaba su intervención, solía decir fríamente: “Vámonos con la música a otra parte”. También repetía orgulloso y ensoberbecido por aquella fatídica misión que le había encomendado la ley en el corazón de Barcelona, plaza monumental de su consagración: “Soy inventor. He inventado un procedimiento para evitar que mi hombre saque la lengua”. De hecho, había ideado la manera de meterle en la boca a sus reos agarrotados la lengua con una cuchara para evitar ese gesto horrible.

— Hablemos de esa Barcelona que por fin trascendía sus murallas y se iba, poco a poco, saneando.
— El 7 de noviembre de 1893, cuando se estaba cantando en el Gran Teatre del Liceu el segundo acto de la ópera Guillermo Tell, el terrorista anarquista Santiago Salvador arrojó desde el gallinero a la platea dos bombas Orsini. Sólo estalló una, arrojando un saldo de doce muertos y 35 heridos, de los cuales perderían la vida más adelante otros ocho. A consecuencia de estas bombas y de las que harían estallar años después los anarquistas en las calles, Barcelona comenzaría a ser conocida internacionalmente como la Rosa de Foc. Nicomedes Méndez ejecutó años más tarde a Santiago Salvador entre el aplauso y los gritos de un numeroso público, que celebraba estos actos macabros como si fuesen una fiesta.
— La ciudad es, indudablemente, una protagonista más de este libro.
— Otro capítulo tiene como contexto la Exposición Universal de Barcelona en el parque de la Ciutadella, donde trabajó el hijo de Nicomedes de carpintero, tras haber aprendido el oficio fabricando los patíbulos con que su padre liquidaba a los asesinos. Los viajes a Francia eran frecuentes. El mismo funcionario Nicomedes, como le gustaba que le llamaran, admirador de Anatole Deibler, a quien denominaban con el pomposo título de ejecutor de las Altas Obras, fue a París para presenciar como guillotinaba la cabeza a dos asesinos peligrosos. Para exhibirse en la Audiencia Territorial de Barcelona, frente a los jueces, abogados, alguaciles y guardias civiles que lo escoltaban, como el ejecutor de la Justicia más entendido del mundo, se prometió algo que no pudo cumplir: embarcarse a los Estados Unidos, ávido por presenciar cómo achicharraban a los reos en la silla eléctrica. También doy cuenta tras mi investigación de todas las casas donde vivió Nicomedes en Barcelona, y del contacto que tuvo con Blasco Ibáñez en la cárcel de Valencia y con Antoni Gaudí en el templo que estaba construyendo, la Sagrada Família.
“Nicomedes Méndez ejecutó años más tarde al terrorista anarquista Santiago Salvador, que atentó en el Liceu, entre el aplauso y los gritos de un numeroso público, que celebraba estos actos macabros como si fuesen una fiesta”
— Hablando de casas… entre las fotografías que ilustran su obra se halla el actual Palau de la Generalitat, que leyendo el libro queda claro que era como su segundo hogar.
— En efecto, la por entonces Audiencia Territorial de Barcelona era su segunda casa, y su esposa, Alejandra Barriuso, le recriminaba que pasara allí más horas que en su hogar. Nicomedes se refugiaba allí como la tortuga en su concha. La visitaba cada primero de mes para cobrar su sueldo de funcionario, deambulaba por el patio de los naranjos, subía sus escaleras, asistía a los juicios donde se olía la pena de muerte y acostumbraba a oír misa en su capilla de Sant Jordi. Repudiado por toda la sociedad, buscaba en los ujieres, alguaciles, porteros de estrados y mossos d’esquadra un gesto de amistad. Allí acudía, además, para limpiar y engrasar los manubrios y collarines de cuatro instrumentos de garrote vil que guardaba en el tabuco del sótano.
— Ya veo.
— La escalera gótica de la Audiencia de Barcelona, transitada miles de veces por el verdugo o por los reos condenados a muerte, hoy la ocupa el presidente de la Generalitat para dar sus ruedas de prensa o se la cede al jefe del Gobierno para entrevistarse con la primera autoridad de Catalunya. En este palacio que fue de la Justicia todos vestían de uniforme: los abogados usaban toga con birrete; los fiscales, toga, medalla y bastón; los porteros y alguaciles, pantalón y casaca azul oscuro con botón dorado, galón de oro y sombrero apuntado. Al único funcionario que se le permitía trabajar de paisano, con su sombrero de hongo y abundante bigote, era al ejecutor de la Justicia. De esta guisa trabajó Nicomedes Méndez como brazo de la ley en este bello edificio gótico durante 31 años, desde su toma de posesión en 1877 hasta 1908, cuando se convirtió en sede de la Diputación Provincial de Barcelona.
