Los resultados electorales dejan buenas noticias para la mayoría de votantes (que no quiere decir “para la mayoría de partidos”). En primer lugar para los independentistas. En un momento de la noche electoral, cuando ya había casi el 70 por ciento escrutado, Lidia Heredia, en el programa especial de TV3, dijo: “¡El independentismo no es un suflé, es un turrón de Alicante!”.
Tenía razón. El independentismo, gestionando la pandemia, con líderes encarcelados o fuera de España, con una rivalidad que haría palidecer de envidia a Mourinho y a Guardiola, y con toda la fuerza de la operación Illa, gana y bate records. Consigue 74 escaños y el simbólico 51% de los votos (y eso que por el camino se quedan Pdcat y Primàries). Los votantes independentistas —que, como hemos visto, no son los de Twitter— quieren que sus líderes se entiendan.
Los republicanos pasan por delante de Junts (hay empate técnico entre Illa y Aragonés, seguidos de cerca, por Borràs) lo que convierte a Aragonès en presidente y decanta el gobierno hacia la izquierda. Por primera vez, y a falta de pactos, habrá un partido que lleva el “republicanismo” en las siglas presidiendo la Generalitat. Buenas noticias para la CUP, que con Dolors Sabater hace un gran resultado, y buenas noticias para los Comunes, que son superados por la CUP, pero que pueden aprobar unos presupuestos que tengan en cuenta la crisis que se tendrá que gestionar. Ahora es el momento de Pere Aragonés. Como decía alguien en campaña: “Le dejarías las llaves de tu casa”. Mucha gente se las ha dejado. Son unas llaves que utilizará, no lo dudo, para hablar. Es lo que hace falta.
Para Salvador Illa es una buena noticia que los votantes que siguieron a Arrimadas vuelvan al PSC de los mejores resultados. Por una razón: el camorrismo, la mala educación, la altivez, la provocación, el escarnio y la banalidad no pueden ser la representación de la mayoría “constitucionalista”. No veo a Illa yendo a arrancar lazos amarillos, ni a yendo al pueblo de los padres de Puigdemont a hacer un vídeo provocador, ni, no lo olvidemos, tampoco le veo haciéndose unas fotos en el Parlament para la revista Telva. No sabemos qué habría pasado si Arrimadas hubiera hecho esta campaña y batiéndose con Illa. Diría que los resultados no habrían sido muy diferentes.
En el lado “constitucionalista”, pues, están los votantes de siempre (no hay más) repartidos de manera distinta. Pierde, sobre todo, el PP de Alejandro Fernández. Fernández es dialogante, divertido y positivo. Le oí en el programa de Laura Rosel y pensé que me iría a cenar con él, muy a gusto. Es el PP catalán, el de antes, el que tampoco iría a arrancar lazos amarillos, ni al pueblo de Puigdemont, ni se haría —espero— fotos para Telva en el Parlament. Fernández, en la comparecencia, vino a decir que había habido “fuerzas externas” que le habían condicionado el resultado. Se refería a los últimos coletazos de Bárcenas, supongo. Pero es que movió una ficha letal. Letal para Ciudadanos, pero también para él: fichó a Lorena Roldán, que había sido llamada —y creo que nada convencida— a ser una Arrimadas 2. Esto era un duro golpe para el descolocado Carrizosa (del que, como en El Cantar del Mío Cid, piensas: “Dios, qué buen vasallo si tuviera un buen señor”). Pero era una declaración de intenciones (similar, salvando las distancias, al fichaje de Álvarez de Toledo) para el votante serio de, por así decirlo, el PP de Santiago Fisas. De hecho, en campaña ni la hemos oído.
También podemos considerar una buena noticia la entrada de Vox en el Parlament. Sí, sí. Déjenme explicarme. Este partido (del que ahora conoceremos al número dos, al tres, al cuatro…) se queda con la mayoría de votantes de Ciutadans. Por lo tanto, odia, como sabemos, a los “separatistas” y a todo lo que son y representan. Pero odia a más colectivos. Y esta es la buena noticia. Los colectivos afectados nos podremos repartir mucho mejor este odio y todas sus pintorescas formas de representarlo que veremos, pronto, en el Parlament.