Entrevista a Sara Catalán, impulsora de la plataforma artística The Over y del proyecto de Bienal artística de Barcelona 2025-2026, una iniciativa que acercará la ciudad al arte contemporáneo internacional a través de una mirada social y participativa.
La curadora defiende un modelo propio de Bienal para la ciudad que responda al carácter de Barcelona: abierta, sensible, global y local, y sobre todo centrada en la cooperación entre creadores y ciudadanos.
—¿O sea que una Bienal de arte contemporáneo en Barcelona?
—Surgió la idea en 2019, cuando nos encontramos con algunos artistas en la Bienal de Venecia. Yo ya venía de la plataforma The Over, que todavía se dedica a ofrecer oportunidades a artistas fuera del circuito comercial, y a partir de esa sensibilidad se nos ocurrió repensar el concepto de Bienal. Hablando con Kemang Wa Lehulere, de Sudáfrica, o con Admire Kamudzengerere, de Zimbabue, empezamos a conversar sobre qué necesitaban ellos como artistas en una Bienal. Y sobre por qué no hay una Bienal en Barcelona. Empezamos a trabajar de forma horizontal, haciéndonos estas preguntas, qué se necesitaría, qué prototipos utilizamos de referencia, qué preguntas debemos hacer al respecto, y a partir de ahí empezamos desde cero un concepto nuevo y específico para Barcelona.
—Y las referencias, por tanto, ¿cuáles eran?
—Todas las bienales, de alguna forma, nos están sirviendo para saber qué funciona y qué no. Pero nos fijamos mucho en Lagos, Sao Paulo o Dakar. Queremos un concepto que haga interaccionar mucho a los artistas con la comunidad, con la ciudad, con los vecinos, con los artistas locales…
—¿Menos institucional?
—Queremos que los artistas pasen unas semanas en la ciudad, en residencias, y que aquí sea donde generen obra. De modo que la residencia, la creación y la interacción forman todas ellas parte de la Bienal. La creación de la obra forma parte del evento, y de la experiencia, dando lugar a obras hasta entonces inéditas. Esto, en Venecia, por ejemplo, no sucede.
—¿Y dónde está esta residencia?
—En el hotel Pol & Grace, de la calle Guillem Tell, pero también contamos con otros hoteles de todo el área metropolitana. Tenemos un convenio con el Gremi d’Hotelers en este sentido. De hecho, no es que no sea institucional, es que las instituciones forman parte también de todo el recorrido: queremos contar con museos destacados de la ciudad, con teatros, con el Ayuntamiento…
—¿Y hablamos de artistas internacionales en todo caso?
—Internacionales y locales (por ejemplo, aquí contamos con Agnès Essonti o con Lolo & Sosaku), pero con tal que hayan interactuado entre ellos. Hablamos de recibir a diez artistas y dos colectivos artísticos locales e internacionales en residencia durante dos años, porque es una Bienal continua. Además, funcionará sin pabellones. Podemos entender que la propia ciudad será el pabellón.
—Eso no es como Venecia, no.
—Y después, una vez que la obra se ha creado, la hacemos viajar de manera que explique por todo el mundo la historia del artista con la ciudad de Barcelona.
—Vale. Pues va: ¿quién lo paga?
—Contamos con conseguir financiación pública, pero también buscamos sponsors especialmente para la primera edición, que es la que pedirá más nivel de participación.
—Háblame de la plataforma The Over, a la que te referías antes. ¿Dónde comienza y por qué?
—La idea tiene su origen en Nueva York, con la misión de facilitar experiencias y oportunidades para artistas fuera del ámbito comercial. No va en contra de los circuitos comerciales, sino que actuamos en paralelo a ellos, buscando que los artistas encuentren tiempo y espacio para crear, sin presión, no contando siempre con vender, y con algo muy importante: con la capacidad de equivocarse.
Catalán prevé que la Bienal incluya acciones abiertas en los barrios: “Se trata de que la gente pasee y note que existe una Bienal de arte en Barcelona”
—Muy importante.
—Si no te permites equivocarte o no tienes tiempo y espacio, como artista vives una asfixia. Por eso en 2018 empezamos las residencias en el hotel Pol & Grace, y contamos con una rama expositiva que es la galería de la calle Sant Pere Màrtir, en Gràcia, que permite que durante las residencias los artistas puedan también exponer en el centro de la ciudad. Además, dado que el coste de la residencia no es alto, los artistas a menudo ceden obras al espacio y esto equilibra los costes. Todo esto se suma a las actividades que surgen durante su estancia: charlas, workshops…
—¿Barcelona tiene un problema con el arte contemporáneo?
—Si algo se echa de menos hoy en Barcelona es la falta de interés por los artistas internacionales, y especialmente los africanos o asiáticos. Nos falta perspectiva, somos demasiado eurocéntricos. Creo que esto ha mejorado en los últimos años, de hecho en Dakar me comentan que Barcelona tiene ahora una escena de artistas independientes bastante despierta e interesante.
—¿Somos demasiado conservadores, en cuanto a los gustos en arte?
—Creo que sí. Pero también son los canales de comunicación de la ciudad, por ejemplo las universidades, algo no se vehicula lo suficiente entre conocimiento, creación y difusión. Recuerdo por ejemplo que en El Cairo me explicaban que el movimiento revolucionario iraní es muy marcado, muy permeable a la creatividad y la comunicación, pero que en Egipto, en cambio, donde la situación de las mujeres es similar, ese movimiento carecía de cohesión. Y cuesta entender por qué. Simplemente, algunos sistemas están vivos y otros no.
—¿Qué complicidades habéis encontrado hasta ahora?
—Hemos hablado con el Ayuntamiento, con Turisme Barcelona, con el Gremio de Hoteleros, así como con varios museos que esperamos que acaben colaborando como el Picasso o el Macba, o algunos teatros. Queremos que el crecimiento de las complicidades no sea forzado o artificial, sino artesanal, natural, orgánico.
—¿Y se hará de 2025 a 2026?
—Exacto. Durante estos dos años los artistas realizarán acciones abiertas en los barrios, como por ejemplo ya hemos hecho en colaboración con la comunidad pakistaní del Raval y con el Institut de Ciències del Mar. Se trata de que la gente pasee por la calle y note que existe una Bienal de arte en Barcelona, y que haya sitios de reunión y de celebración conjunta. Un artista invitado puede ser comercial, en eso no hay problema, simplemente, lo que nosotros vamos a hacer, no lo es.
La impulsora defiende que “no es que el proyecto no sea institucional, sino que las instituciones forman parte de todo el recorrido”
—¿No interesa vender, pues?
—No es la misión, ni mi especialidad, no somos una feria. Sí tengo gente cerca que sabe vender obras, advisores y galeristas, pero no buscamos grandes ventas. Y, sinceramente, en Barcelona tampoco se compra tanto arte.
—Y todo esto por una estancia en Nueva York.
—Después de pasar tantos años estudiando Diseño y un posgrado en negocios en Columbia (además de trabajar en la UN Women de la ONU), vi el valor y el impacto de la apertura. Convivir con otras culturas, hacer cosas en común, no cerrarse. He podido además ver las experiencias de Miami (el distrito Winwood, Art Basel…) y de 2014 a 2019 he organizado exposiciones en Nueva York y en Miami.
—¿Y el contraste con Barcelona?
—Quizás nos falte una mirada autocrítica, la mirada autocrítica del colonizador. Todavía existen dinámicas de privilegios, de violencias resultantes, que perviven entre nosotros. Los artistas pueden mostrar todo esto y hacérnoslo ver.
—¿Hacer ver qué, exactamente?
—Que seguimos sin ver.