Mientras Barcelona acaba de instalar unas puertas de Plensa en el Liceu (no precisamente una de sus mejores obras), cerca del río Hudson ya hace un año que una monumental Carlota plensiana pide silencio en Manhattan poniéndose el dedo en los labios. Un poco ese sería el resumen, que ellos van de vuelta de todo, y que se atreven. Mientras en Barcelona se decide cubrir la Gran Via de infumables colorines psicotrópicos, argumentando que esto hará ganar espacio a los peatones y que se trata de “urbanismo táctico”, Nueva York hace años que rehizo las vías ferroviarias abandonadas del High Line y hoy es un parque elevado de más de 2 kilómetros lleno de especies vegetales de todo tipo, obras de arte y actuaciones musicales y teatrales, totalmente integrado en el paisaje urbano y la vida ciudadana. Se trata de algo tan difícil de definir, tan fácil de detectar y al mismo tiempo tan fundamental para la persistencia de la especie como el buen gusto. El único urbanismo que debe interesarnos no es el táctico, sino el estratégico, al igual que el único método para transformar una rana en una princesa es con un beso y no con un discurso.
A mí no me vale el argumento de que se trata de otra liga, otro presupuesto, otro planeta. No, miren, esto no es cosa solo del Ayuntamiento. Desde este lado se ve mejor: hacer una ciudad amable es responsabilidad principalmente de sus habitantes. Dejarse perder establecimientos emblemáticos no es solo culpa de la alcaldesa, sino de nuestra creciente desidia hacia lo que marca la diferencia. Cuando abres un restaurante o una cafetería puedes pensar un poco en la Barcelona que quieres presentar o bien, en cambio, hacer un interiorismo tacaño de chándal. No hay ninguna decisión política en Nueva York, sea de izquierdas o de derechas, más social o más especulativa, que no pase siempre y en todo caso por el filtro de la estética. Esta es su ética, no es el urbanismo, estúpidos: es la urbanidad. Y es así como su naturalismo se convierte en naturalidad, su comunitarismo es simplemente comunidad y su liberalismo no es más que libertad. Las cosas, cuanto menos “ismos” tienen, más genuinas son y más medida humana demuestran. Un exceso de “ismos” no deja de ser una forma de poner una barrera, ya sea en forma de cortina de humo o de telón de acero.
Hay muchas cosas que Barcelona no puede, por dimensión y por historia y por medios, pero puede hacer todas aquellas que tienen que ver con un sentido mínimo de la urbanidad. Si eres genuino y de verdad tienes algo que decir, no necesitas artificialidades ideológicas. El gran problema que hemos tenido en los últimos años es que la ideología ha pesado más que el sentido de ciudad: es como ese arte conceptual donde te aseguran mil veces que lo importante es el concepto y tú solo tienes prisa por arrancarte los ojos. No, lo importante no ha sido nunca el concepto: por eso Gordon Bunschaft puede ondular al Grace Building, no porque el concepto haga gracia alguna, sino porque dibuja una sonrisa en la ciudad y le levanta elegantemente las faldas. Y por eso el edificio de la fundación Ford (una fundación para la Justicia Social, alto que os conozco), de Roche y Dinkeloo, ofrece un enorme jardín en el atrio transparente, que no es un jardín minimalista, sino frondoso y acogedor: en Nueva York si hacen un jardín hacen un jardín, y no un decálogo de intenciones políticas. Y si hacen una plaza le dedican todo el espacio posible y todo el relato físico posible, por lo que el paisaje urbano no parece diseñado por arquitectos sino por los mejores guionistas.
Hay muchas cosas que Barcelona no puede, por dimensión y por historia y por medios, pero puede hacer todas aquellas que tienen que ver con un sentido mínimo de la urbanidad
Manhattan tendría todos los números para parecer la ciudad más artificial del mundo y, en cambio, es de las que tienen más alma. Evidentemente que también tiene sus verrugas gentrificadoras, y que los precios de las viviendas nuevas están imposibles, pero intentan compensar todo esto con talento e imaginación y no a golpe de dogma. Nunca se les ocurriría poner un tranvía en la Quinta Avenida, y mucho menos si en todas las votaciones esta idea ha sido tumbada por la ciudadanía: hay un lugar para cada cosa, y ya hace muchos siglos que Nueva York ya no es New Amsterdam. Es tan simple como eso, si deseas con todas tus fuerzas ser Ámsterdam no te preocupes que acabarás convirtiéndose en Ámsterdam. La peor gentrificación no es la que provocan los nuevos ricos o los barrios turísticos, sino la gentrificación de las ideas, las malas copias, la renuncia a realizar un proyecto único y singular. Mientras tú te preocupas de quedar bien en la foto porque te has puesto el traje de moda, los mejores llevan rato intentando crear la moda. Marcar la moda. Ser la moda.
Barcelona había llegado a ser así, a marcar estilo, a ser única e inimitable. A Barcelona se le piden muchas cosas, por un lado y por otro, desde todas las sensibilidades, pero lleva demasiado tiempo sin un relato propio. Ahora mismo todo son vulgares sucedáneos de grandes conceptos ideológicos, pero rodeados de una parálisis casi patológica, invocando siempre el recuerdo del 92 como una Pompeya cristalizada bajo las cenizas de los años de esplendor. Mientras la izquierda quiere imitar a Suecia, la derecha solo aporta unos Juegos Olímpicos de Invierno fantasmagóricos y una tercera pista que se ha explicado como una casilla del Monopoly. Mientras, a Barcelona solo se le pide que sea Barcelona.
Esto es lo que siempre te desean los que te quieren. Otros creerán que te sobra un poco de aquí, o que te falta lo otro, y aunque tengan razón, la única frase aceptable es sé tú misma y no te pares. Nunca desearía a ninguno de mis queridos el decrecimiento. Ni la táctica como modo de vida. Ni ser cocapital de nada. Ni el reflejo en modelos que no son pensados para ti. Si tienes que hacer una supermanzana, hazla a tu manera. No pretendas ponerla en todas partes, no te repitas, no pienses que están hechas para todos ni que son la solución a todo. Y sobre todo no pierdas las ganas de crecer, ni la imaginación, ni el sentido de la elegancia. Después de casi diez años yo me he encontrado una Nueva York segura, acogedora, verde, limpia, creativa e imparable. Y guapa, que es como te pones cuando eres tú. No es una ciudad perfecta, no le faltan varias oscuridades, pero está encantadísima de existir y no confunde la humildad con la rendición. Ni la popularidad con la vulgaridad, ni el progreso con la fealdad. Así como nosotros no deberíamos confundir el estancamiento de Barcelona con Barcelona.