Gente caminando por el Raval. © Paola de Grenet
Gente caminando por el Raval. © Paola de Grenet

La Barcelona metropolitana: una sociedad diversa, una representación desigual

Últimamente vienen apareciendo en redes sociales unas publicaciones que muestran imágenes de escenas cotidianas en los espacios públicos o en lugares como el metro de Barcelona en los años 80 y 90 con mensajes del tipo “qué tiempos aquellos…” o “¿puedes ver la diferencia respecto a la situación actual?”. Desconozco el origen y la intención de las publicaciones, pero es evidente que si no han surgido de personas u organizaciones abiertamente xenófobas, éstas se las han apropiado y las han reproducido o comentado para difundir su execrable mensaje: eran tiempos felices porque no había inmigrantes.

La manipulación nostálgica es una de las armas habituales de este tipo de movimientos. La manipulación de datos y de relaciones causales también. Y no se puede decir que no sea efectiva, dado el rédito político que extraen aquí y en el mundo en general.

Es evidente que la situación respecto a la inmigración ha cambiado sustancialmente desde aquella época, como tantas otras cosas en nuestra sociedad. Recuerdo que en mi instituto de secundaria, en Nou Barris, las personas con origen extranjero (normalmente adoptadas) se podían contar con los dedos de una mano, y eran tan escasas como los chicos y chicas con progenitores divorciados. En el comedor el menú era el mismo para todos y, por qué no decirlo, yo era de los pocos con una madre tres décadas largas mayor, pero claro, siendo el pequeño de cinco hermanos.

La sociedad, pues, ha cambiado notablemente, y la presencia de personas procedentes de otros lugares del mundo es no sólo la tónica general, sino una tendencia al alza.

Como es bien sabido, en los últimos años la región metropolitana de Barcelona ha experimentado un crecimiento sostenido de su población, impulsado principalmente por la inmigración, como explicaba en un artículo anterior. Según datos del Instituto de Estadística de Cataluña (Idescat) y del Área Metropolitana de Barcelona (AMB), actualmente más del 30% de los residentes en la región han nacido fuera del Estado español. En el municipio de Barcelona, el porcentaje de población extranjera ya supera el 25%, según los datos del Padrón Municipal de Habitantes de 2024.

La inmigración, pues, está teniendo un efecto significativo en la estructura demográfica. En un contexto de natalidad baja entre la población autóctona y envejecimiento progresivo, las personas migrantes —especialmente las más jóvenes— están convirtiéndose en una parte fundamental de la base de la pirámide poblacional. Tanto es así que las estadísticas más recientes del Idescat indican que casi el 40% de los bebés nacidos en la región metropolitana tienen al menos un progenitor nacido en el extranjero. Esta realidad evidencia que el futuro de la metrópolis es y será aún más, inevitablemente, multicultural y multiétnico.

A pesar de su peso demográfico creciente, la presencia de personas de origen inmigrante en espacios de representación es todavía anecdótica

Ahora bien, la metrópoli barcelonesa ya no sólo es receptora de diversidad: la genera desde dentro. En barrios de Barcelona como el Raval o la Marina y municipios como Santa Coloma de Gramenet, la proporción de jóvenes de origen migrante supera de largo el 50% según el Instituto Infancia y Adolescencia. Este dato rompe con la visión tradicional de una ciudad homogénea y obliga a repensar los imaginarios colectivos de pertenencia.

Según proyecciones del Centro de Estudios Demográficos, más del 50% de los menores de edad en el área metropolitana podrían tener origen extranjero en menos de dos décadas. Esta transformación no es exclusiva de Barcelona, dado que la mayoría de grandes ciudades europeas viven dinámicas parecidas, aunque la velocidad y la gestión institucional de la diversidad varían según el caso y el momento.

Turistas en la Plaza de Sant Jaume. © Vicente Zambrano González
Turistas en la Plaza de Sant Jaume. © Vicente Zambrano González

Así pues, las escuelas, las guarderías y los servicios públicos ya reflejan esta nueva realidad. Como dice la antropóloga e investigadora del CIDOB Blanca Garcés: “Los niños nacidos aquí de padres migrantes son la baza clave entre dos generaciones y dos mundos. Hay que garantizar que no se rompa”.

En las elecciones municipales de mayo de 2023 solo una decena de personas con origen migrante se convirtieron en concejales y concejalas en toda la región metropolitana

Pero la realidad actual en cuanto a la conexión entre estos dos mundos nos muestra un panorama bien diferente. A pesar de su peso demográfico creciente, la presencia de personas de origen inmigrante en espacios de representación es todavía anecdótica. Parlamentos, ayuntamientos, medios de comunicación, organizaciones empresariales y sindicales o entidades cívicas siguen siendo, mayoritariamente, espacios ocupados por personas nacidas aquí y, a menudo, con perfiles muy homogéneos.

En las últimas elecciones municipales de mayo de 2023, por ejemplo, solo una decena de personas con origen migrante se convirtieron en concejales y concejalas en toda la región metropolitana, aunque en algunos municipios la población de origen extranjero supera el 30%. SOS Racisme ha denunciado en sus informes como, en el Ayuntamiento de Barcelona, ninguno de los 41 asientos del Salón de Plenos es ocupado por una persona de origen africano o sudasiático, aunque estos colectivos tienen una presencia muy relevante en la ciudad.

La identidad catalana no se entiende todavía como plenamente diversa, sino vinculada a una imagen mayoritariamente blanca y de clase media

Esta ausencia tiene consecuencias graves y acumulativas, empezando por el hecho de que las políticas públicas no pueden responder adecuadamente a las necesidades de colectivos que no tienen voz propia en las instituciones. “No se trata sólo de estar allí, sino de tener capacidad real de incidencia política”, recuerda la activista y politóloga Tània Adam en el marco de su proyecto España Negra: viaje hacia la negritud en el espacio-tiempo, que fue objeto de exposición en la pasada bienal Manifesta 15.

Una de las consecuencias más invisibles y dolorosas de esta falta de representación es que muchas personas nacidas en Catalunya, pero con apellidos o rasgos físicos considerados “extranjeros”, siguen siendo vistas como “otros”. Este fenómeno, conocido como racismo estructural o institucional, se traduce en discriminaciones cotidianas, preguntas constantes sobre “¿de dónde eres de verdad?”, y dificultades para acceder a puestos de trabajo, vivienda o ámbitos de poder. La identidad catalana —o barcelonesa— no se entiende todavía como plenamente diversa, sino vinculada a una imagen mayoritariamente blanca y de clase media. Otra prueba de ello es la costumbre de no dirigirse en catalán a las personas con determinados rasgos físicos, incluso cuando éstas den réplica en dicho idioma.

La exposición Arxius Negres: Fragmentos de una metrópoli anticolonial de Tania Safura Adam durante la bienal Manifesta en Barcelona. © Helena Roig / Manifesta

Es así, por tanto, que las segundas y terceras generaciones viven en una especie de limbo: no son “inmigrantes”, pero a menudo tampoco se les permite ser plenamente “de aquí”. Esta exclusión simbólica tiene efectos psicosociales profundos y alimenta sentimientos de no pertenencia. La emergencia de referentes de éxito, en campos sobre todo como el deporte o el mundo del espectáculo son importantes, pero lo serían más otros referentes en niveles más cercanos a la realidad que viven estas generaciones, empezando por ver a sus padres y madres progresar en la administración, en la empresa o en la academia y la ciencia y disfrutar ellas mismas de oportunidades para conseguirlo, como las tuvimos los adolescentes de los 80 y 90.

Para revertir esta situación y avanzar hacia una sociedad realmente inclusiva, hacen falta acciones concretas y valientes que convendría acometer de manera progresiva, pero firme, antes de que caigan por su propio peso (demográfico) y se viva todo ello como un choque social de consecuencias imprevisibles. En el ámbito de la acción institucional y política está el recurso, siempre controvertido, del establecimiento de cuotas, de manera similar como se ha hecho con la equidad de género, pero aún con una mayor complejidad dada la diversidad de situaciones que recogemos bajo el paraguas del término “migrante” (incluso personas que no lo son, pero “lo parecen”).

La metrópoli del futuro no puede ser sólo diversa en las estadísticas: debe serlo también en los espacios de poder y en los relatos compartidos

Desde las instituciones y los partidos políticos, eso sí, se podría trabajar de manera más coordinada con el mundo asociativo para hacer oír con más fuerza las voces de estos colectivos. El distrito londinense de Camden, por ejemplo, ha establecido como una de sus cuatro misiones estratégicas para 2030 que aquellas personas que ostenten puestos de poder en el distrito sean tan diversas como la comunidad y que se prepare a la próxima generación para continuar en esta línea, de manera que ya resulte más natural su presencia en estos espacios de poder. Y han empezado por la propia administración para dar ejemplo al resto de instituciones y entidades locales.

En el Plan Estratégico Metropolitano de Barcelona nos hemos fijado también como un objetivo esencial incrementar la diversidad de las personas participantes en nuestras actividades, tanto si su rol es activo (ponentes, talleristas, etc.) como si no (espectadoras), aunque con desigual capacidad de incidencia, ya que no siempre se puede incidir en la selección de quién va a participar en ellas. En cuanto al equipo de nuestra oficina de coordinación, se ha ido configurando en los últimos años de manera orgánica una plantilla donde un tercio de las personas son nacidas en el extranjero, un porcentaje que se ajusta a la realidad de lo que es nuestro objeto de reflexión: la región metropolitana del año 2030. No tanto en cuanto a composición, ya que actualmente están representados cinco países latinoamericanos y dos europeos.

El Servicio de Atención a Inmigrantes, Emigrantes y Refugiados (SAIER) en Barcelona. © Blanca Blay / ACN

En todo caso, no hay duda de que más allá de medidas que se puedan imponer, una vez más la solución real se encuentra en la educación y en la información, que son las que permiten tomar conciencia de la realidad y actuar con espíritu crítico y constructivo, así como en la facilitación de más espacios y momentos de interacción, para generar mayor empatía. Porque no se trata sólo de sumar presencias, sino de transformar miradas.

La ciudad de los cinco millones tiene ante sí, por tanto, la oportunidad de construir una sociedad más justa, cohesionada y representativa. La metrópoli del futuro no puede ser sólo diversa en las estadísticas: debe serlo también en los espacios de poder, en los relatos compartidos y en la mirada colectiva sobre quiénes somos.