Barcelona, ‘hub fintech’ y capital del humanismo tecnológico

Catalunya ha sido siempre un país de emprendedores. A pesar de haber perdido peso político, sigue teniendo los centros operativos donde tiene lugar la innovación y el desarrollo. Los proyectos de inversión fintech son uno de los mayores atractivos para inversores y un potencial que no hemos de dejar escapar. Pero por sí solos no marcarán la diferencia. Necesitamos más.

Los datos son claros. Barcelona se ha convertido en la cuarta ciudad preferida en Europa para instalarse, tras Londres, París y Berlín, según Savills Aguirre Newman, que ha creado un índice de Ocupación Fintech en Europa. ¿Qué tiene Barcelona que atrae talento e inversión? Sin duda, una tradición vanguardista que supo des del siglo XIX adelantarse y ser motor de cambio. Capital, ideas y una ubicación geoestratégica que la situaron como hub de comercio mundial. De nuevo, ahora, está en el ojo del huracán. Tiene en su mano una nueva oportunidad para convertirse en la plaza financiera, ahora de la mano de las fintech.

Según datos de Pitchbook, Barcelona ha atraído más de 182 millones de euros de capital de fintech en los últimos cinco años y las industrias como Blockchain, según la Generalitat de Catalunya, facturarán más de 60 millones de euros en los próximos 5 años. Barcelona ya ha captado más de 2.700 millones en los últimos 4 años (Dealroom) en inversión de capital en startup.

La ciudad y su área metropolitana se han especializado en biotecnología, comercio electrónico y tecnologías de la información y la comunicación (TIC). Además, la pandemia ha acelerado la digitalización de los servicios financieros en toda Europa y Barcelona puede convertirse en un  hub de conocimiento de nuevas tecnologías. De hecho, hay expertos que auguran que las fintech serán uno de los sectores que saldrán reforzados de la pandemia.

Los principales atributos que lo hacen posible, según el citado informe de Savills Aguirre Newman, son un entorno de innovación con universidades de primer nivel; precios moderados de salarios y oficinas (representa el 65% de los costes operativos); calidad de vida con precios de vivienda asequibles; y profesionales preparados con diversidad en idiomas. Añado que, además, dispone de buenas universidades y centros de investigación que refuerzan la innovación. Y un sector industrial fuerte que apuesta por la innovación para seguir siendo competitivo: robótica, inteligencia artificial, analítica y big data, por ejemplo.

Sin humanismo, no hay futuro

Podemos ponernos medallas con estos datos. Decir, además, que tenemos el Mobile Word Congress, el 4YFN, el Smart City Congress, o que tendremos el Integrated Systems Europe que llegará en 2021 (si la pandemia lo permite). Pero nos hace falta algo más. A Barcelona no le debe temblar el pulso: es imprescindible unir innovación con compromiso social.

Ya hay y ha habido diversas iniciativas al respecto. Desde el intento del —en aquel entonces— secretario de Estado de Agenda Digital, José María Lassalle, de crear un foro similar a Davos durante el MWC que hablase del impacto de las tecnologías en las personas, a diversas iniciativas propuestas por el Ayuntamiento para debatir el futuro e implicaciones del sector, como las bienales de pensamiento Ciutat Oberta.

Sin duda, uno de los momentos clave para el impulso de esta idea, fue la presentación del documento Barcelona, capital global del humanismo tecnológico, de José María Lassalle y el consultor político Antoni Gutiérrez-Rubí, durante un ciclo de conferencias amparado por el Círculo de Economía.

La novedad de esta conferencia fue la apuesta por una Barcelona como hub fintech tecnoético, es decir, el humanismo tecnológico también en las fintech. La ciudad tiene una tradición por la paz, la justicia social, la igualdad o la ecología, que la definen, y estos valores se han de sumar a esta revolución tecnológica, integrando las tendencias más emergentes y prometedoras para repensar el mundo y la nueva realidad. Como decía Lasalle, dejar de pensar en las “Smart cities” para pensar en los “Smart citizens” y “abordar el tema de una manera más inclusiva y participativa, donde juegan un papel central las políticas públicas para desactivar las externalidades negativas de la tecnología”.

Coincido plenamente con esta idea y abogo por seguir debatiendo, pero construyendo. Sin centrar en la persona el debate, el futuro puede ser más distópico que utópico. Un error que nadie quiere cometer, sobre todo porque es el futuro en el que nos va a tocar vivir.