Virgil Simons nació en Chicago y lucha desde Barcelona contra el cáncer de próstata.
ENTREVISTA A VIRGIL SIMONS

“Barcelona es como Nueva York, pero sin el estrés”

El presidente y fundador de The Prostate Net, una organización global centrada en la prevención del cáncer de próstata, se estableció en la capital catalana hace una década y admira de la ciudad su carácter abierto y el hecho de que permite dedicar parte del tiempo a disfrutar de la vida. Eso sí, critica el exceso de burocracia y ve una cierta endogamia que posibilita que "unas 50 personas se repartan bastante el pastel".

Virgil Simons (Chicago, 1946) llegó a Barcelona hace diez años después de haber vivido en Nueva York (y trabajado en los sectores textil, hotelero y sanitario) y en París. Es presidente y fundador de The Prostate Net, una fundación con sede en New Jersey dedicada a la prevención y minimización de los estragos del cáncer de próstata. Su radio de acción es mundial y se centra tanto en educar y detectar precozmente la enfermedad (que sufrió él mismo) como en apoyar al paciente durante su tratamiento o en estado avanzado.

El haber trasladado su organización a Barcelona se debe, en parte, a la voluntad de querer expandir su acción a Europa y África, pero también al bienestar que Simons ha encontrado en la ciudad. Frecuenta todos los locales de jazz de Barcelona y vive en un piso justo en frente de la nueva torre de María de la Sagrada Familia. Alguna luz se enciende en la cueva cuando Simons se pone a hablar. En el jazz, se permite aplaudir después de un solo: Simons nos dedica unos cuantos.

–¿Qué haces aquí?

–He tenido la suerte de viajar mucho por varios países de Asia, Europa y África. Nueva York fue para mí un ejemplo de calidad de vida, y es la ciudad en la que aprendí que con imaginación puedes hacerlo todo. No todas las ciudades se prestan a ello: Chicago, por ejemplo, es la ciudad en la que nací, pero ni de lejos ofrece tantas posibilidades como Nueva York. Allí el ambiente era (y todavía es) muy discriminatorio en términos raciales. Un racismo no formal, pero sí de facto, un bloqueo de diversas salidas personales: allí, por ejemplo, los italianos hacían sus grupos e incluso las mafias podían operar, pero era porque se comportaban, se convertían en “útiles”. No había ningún incentivo para la disrupción. De pequeño, por ser negro, yo tenía que correr y obedecer determinadas normas no escritas: si eres negro, algunas partes de la ciudad no están abiertas para ti. En Nueva York los famosos “gangs” se han convertido en hombres de negocios, el libre comercio te hace más democrático y pacífico. En Nueva York se puede progresar bien, en Chicago puedes tener mucho dinero e incluso imaginación, pero seguirás teniendo barreras.

–¿Y en Barcelona?

–Aquí iba: Barcelona es aún más abierta que Nueva York. En Barcelona no te despiertas pensando que eres negro, en este sentido se asemeja a ciudades como Ámsterdam, Génova o Milán: aquí tienes la sensación de que todo es posible y que sólo hay que tener conciencia de clase.

–¿Conciencia de clase?

–Sí: aquí, sólo que parezcas algo o quieras de verdad ser algo, lo eres. Barcelona es una ciudad de armarios conectados, y aquí siento que puedo formar parte de muchos armarios distintos. Es muy flexible, más que Nueva York, y supongo que tiene que ver con el carácter catalán. Creo que sois un país abierto, de paso, de comercio, donde la diferencia no es un problema sino una virtud. Es una comunidad sofisticada, con estilo. Lo que vivisteis en 2017 se asocia a la lucha por los derechos civiles, y no es que acabara mal: la importancia de las movilizaciones contra la guerra de Vietnam no era que consiguieran detener ninguna guerra, sino que existieran. El único problema es que perder esa atmósfera es más fácil que recuperarla.

–Y ahora estamos en 2022. Es un no parar de desgracias, ¿no?

–La pandemia nos ha obligado a sacrificios y hemos aprendido a ser privados de cosas, a no tenerlo todo. Nos hemos endurecido, nos hemos fortalecido a nivel privado e individual. El potencial de esto es que el tiempo que viene, también difícil y bélico, pide esa capacidad de resistencia y resiliencia. Ahora somos capaces de hacer más cosas con menos. No me preocupa la guerra, porque nos hemos demostrado que somos lo suficientemente fuertes.

Virgil Simons.
Virgil Simons es un aficionado del jazz y la radio.

–¿Qué hace The Prostate Net?

–En el año 95 padezco un cáncer de próstata y eso me pilla en Nueva York, donde hice el tratamiento. Debo decir que aquí la calidad asistencial habría sido igual o mejor (y eso que estuve en manos de los mejores cirujanos estadounidenses), pero aquí, además, habría sido mucho más barata. Fue en el año 98 cuando vi que, de todos modos, hacían falta muchas mejoras en el cuidado y el tratamiento: a mí los doctores al principio no querían hacerme pruebas, como la medida del PSA (antígeno prostático específico), y de no haber sido por un exceso de colesterol nunca hubiera sabido qué tenía cáncer. Empecé a sentirme mal, y descubrimos que la medicación contra el colesterol me disimulaba los índices sanguíneos que marcaban cáncer. Decidí pasar a la acción y, una vez recuperado, escribí un libro sobre la gestión de la enfermedad. Luego, una web informativa y un número de teléfono gratis para preguntas frecuentes. De ahí ya pasamos a las barberías.

–Perdón… ¿las barberías?

–Había que pasar a tratar directamente con la gente, e ideamos The Barbershop Initiative. Los negros hacen de las barberías su club, su comunidad, su confesionario: utilizamos a los barberos como antenas para hablar con sus clientes, concienciarlos y dirigirlos a hacerse escáneres y pruebas. Conseguimos 75.000 personas que pasaron a hacerse pruebas. Sólo necesitamos identificar y adiestrar a barberos, poniéndolos en comunicación con médicos y promover su colaboración. Lo esparcimos por muchas ciudades americanas, y de aquí ya pasamos al I’ll go if you go: implicar a los museos, centros culturales, para celebrar eventos de información. Entonces sólo había que identificar a mujeres que hicieran posible que sus maridos fueran al museo gratis si ellos también iban, y aprovechábamos entonces para sumergirlos en conciencia sobre el cáncer de próstata. Luego ampliamos la iniciativa al cáncer de mama, invirtiendo los roles.

–Da pereza, hacérselo mirar.

—¡Y la edad no perdona! Gentlemen, check your engines fue una colaboración con Harley Davidson donde les invitamos a reflexionar que sus clientes cuidaban más de su moto que de su cuerpo. La crisis de los cuarenta, etcétera.

–No sé de qué me hablas.

–Pues Harley Davidson lo entendió enseguida: “te interesa que tu cliente, a partir de los 40 o los 50 años, se mantenga vivo”. ¿Es de una lógica aplastante, verdad?

–Pues sí.

–Por tanto, llevamos médicos a los establecimientos de venta, con aperitivos y entretenimientos, y entonces aprovechábamos para invitarles a un programa de revisión médica. Lo hicimos en todo el mundo.

–¿Y entonces se establece en Barcelona?

–Conocía Barcelona de cuando trabajé unos años en El Masnou, en una empresa textil [la antigua Dogi]. Me parece una sociedad abierta, que no mira tu dinero ni de dónde vienes. Aquí la oportunidad de vivir bien guarda bastante proporción con el tiempo y el esfuerzo que inviertes. Es Nueva York, pero sin el estrés. En Nueva York hay que invertir muchísima energía sólo para sobrevivir, la gente camina más rápido por las calles, comen en 30 minutos en la mesa del despacho, trabajan 60 horas a la semana. En Barcelona te encuentras a menos de dos horas de todo, de todas partes, y puedes dedicar una parte de tu tiempo a disfrutar de la vida.

Simons trabajó en la textil catalana Dogi.

–Me falta la parte mala.

–No es una ciudad tan fácil para realizar negocios. Se nota mucho que hay pocas familias históricas en Catalunya que han liderado el país, y se nota la endogamia creada durante los años. Detecto unas 50 personas que se reparten bastante la tarta, pero la ventaja es que si realmente consigues entrar en un armario, no te costará pasar al siguiente armario.

–Entonces no somos tan abiertos.

–Lo sois de espíritu, pero no lo disfrutáis. El reto es éste: ya que lo sois, ¡disfrutadlo en plenitud! Aprovechar para cambiar el foco, abrir la mente, vivir el intercambio. Yo no puedo entender, por ejemplo, que los trámites administrativos sean aquí tan lentos y complicados. La burocracia os ahoga. Inicié el proceso para renovar mi carné de residente extranjero en el mes de octubre y no he conseguido tenerlo hasta febrero, después de enviarme de Barcelona a Manresa y vuelta a Barcelona. La capital del móvil debería mostrar más confianza y apostar más por la tecnología: deberían ser trámites inmediatos, como lo debería ser alquilar o comprar una casa, o abrir un negocio, o tener un carné de conducir: ¡yo tenía un carné de conducir americano y me obligaron a realizar todo un curso de conducción!

–Es que aquí no quieren que conduzcamos por la ciudad.

–¡Un nuevo curso! Como si tuviera que aprender desde cero o como si las señales no fueran universales. No merecía la pena.

–Dicen también que debemos ser la ciudad de la investigación y el desarrollo.

–Nuestra fundación está muy focalizada en este ámbito, y Barcelona nos parece un buen sitio para hacerlo. Nosotros conseguimos financiar a cuatro investigadores, pagados íntegramente por el gobierno Americano… pero por el Departamento de Defensa (donde siempre hay financiación). Aquí debería ser posible impulsar iniciativas de negocio sin que caigáis en un defecto que tampoco os deberíais perdonar: robar ideas. Haced el favor de no robar. ¡Compartir! ¿De qué tenéis miedo?

–Por último: el jazz.

–La vida se asemeja más a una improvisación que a una creación en una partitura.