“Debo ser medio gata. A los 18 años tuve un accidente con un Jumbo 747 en Teherán. A los 23, embarazada de 4 meses, me estrellé en una avioneta en el Puig Padrós. Fueron seis horas de rescate con nieve hasta las ingles. La niña nació perfecta. A los 65 estuve dos meses en coma por covid, desahuciada, me recuperé. Pasé tres meses en el hospital en total y dos en silla de ruedas para aprender a caminar de nuevo. Y aquí sigo”, explica la periodista, publicista y escritora, Anna R. Alós.
Se toma una copa de tinto vespertina, acodada en la barra del Bar, con una sonrisa que oscila entre muy afectuosa y muy despierta. “Si estás abierta a que sucedan cosas, las cosas suceden. Y yo siempre he estado abierta”, sentencia.
Hija del Pueblo Nuevo —“antes se escribía separado y un regidor iluminado lo juntó en los 2000”—, Anna R. Alós cursó sus estudios de Ciencias de la Información en Bellaterra. “Me gustaba más la publicidad que el periodismo, pero la vida me llevó a ambas. El primer año me lo pasé en el césped convirtiéndome en comunista. Me duró poco, porque yo repartía pero iba siempre delante de todo, no era justo. No recibía nunca”.
Inicia su periplo laboral durante los últimos estertores del franquismo, “cuando fumarse un porro era algo parecido a ser libre. ¡Qué ingenuos!”, y rememora aquella Barcelona “creativa, ilusionada, transgresora, elegante en sus comportamientos, sofisticada sin ser cursi”. La ciudad cuyos lugares de reunión eran el “Café de la Ópera, el Pastís o la Araña”, y donde pasaban muchas cosas.
Fiera de su gran “capacidad de dispersión”, Anna R. Alós acaba de publicar su primera novela de ficción, Llámame Teresa (Roca), basada en la historia real de una prostituta que embelesó a las burguesías bonaerense y barcelonesa de principios del siglo pasado. “Una de las mayores aventuras de mi vida ha sido meterme en la narrativa. Ya me lo dijo Luis Racionero, gran amigo, que era lo más difícil”.
Ahora mismo adelanta que ya está trabajando en su segunda novela, “y pensando una acción literaria para inducir a la lectura. Y, también, planificando un viaje”.
La falacia de conciliar
Como periodista, Anna R. Alós arranca su periplo en la revista Hogares Modernos, la misma donde Vázquez Montalbán había empezado. A partir de ahí, ha prestado su talento a medios tan dispares como Cosmopolitan, Mía, varias cabeceras del grupo Vocento o el Magazine de La Vanguardia.
“En 1998 me fichan en El Mundo de Catalunya para una nueva sección: Crónica Social. Durante más de 22 años me pagan por ir a eventos, inauguraciones, desfiles de moda. Me gusta ese trabajo, me aporta agenda, muy buenos ratos, amigos y evidentemente enemigos. Pero, sobre todo, aprendo mucho de la condición humana, incluso de la mía, ya que estamos y de rebote”, ríe.
En aquella etapa no dejaron de pasarle cosas. “Como cronista social he vivido momentos sublimes. Como el día en que se me enganchó el tacón en una alcantarilla y, al perder el equilibrio, quedé abrazada a Flavio Briatore. Pobre hombre, me miraba como si fuera una fan perturbada. Su equipo de seguridad intentaba separarme y no podía porque yo no podía soltarle. El zapato acabó cediendo. O el día en que Naomi Campbell me agarró del brazo y me encerró con ella en su camerino, porque no quería desfilar y pretendía que yo lo arreglara. O cuando Carod Rovira salió huyendo al verme, por una crónica que había yo escrito después de su famoso encuentro con ETA”.
Anna R. Alós asegura no tener ningún miedo al trabajo. “Porque estudiar, trabajar, casarte a los 21, trabajar, ser madre, trabajar, divorciarte, trabajar, seguir siendo madre, trabajar, nueva pareja, trabajar, nueva ruptura, trabajar… ¿Te das cuenta? La conciliación entre la vida laboral y familiar es una falacia. Siempre he sido freelance, y en ese sector o te aclimatas o te aclimueres porque te apuñalan”.
Su gran orgullo es “haber sido capaz de sacar a mis hijos adelante, sin dramas”, y tiene claro que lo más importante de su vida es su familia —“en la que todos somos independientes”— y su trabajo.
Ciudad amada (hasta hace siete años y medio)
A Anna R. Alós le encanta la calle Princesa, “aunque tenga nombre de realeza a la que estoy poco adherida”. Le gusta su historia, abierta “para unir el parque de la Ciutadella con el barrio más popular del momento, el Raval”; su elegancia, “ya que fue una calle aristocrática, y muchos de sus pisos son auténticos palacios”; su paisanaje, “en una de esas viviendas nació el pintor y dramaturgo Santiago Rusiñol” y tiene un recuerdo especial por El Rey de la Magia, “una tienda en la que, cuando tenía 10 años, podía pasar horas de la mano de mi abuelo, comprando ratas de peluche, juegos de magia, caretas de bruja o bombas fétidas, que después tiraba en el colegio de monjas. Y mi abuelo me animaba a ello, que era anticlerical”.
—O sea que tu relación con la ciudad, bien, ¿no?
“Adoraba Barcelona hasta hace siete años y medio, porque los primeros seis meses del consistorio Colau rompí una lanza en su favor. Me pegué una buena leche, pues nunca me he topado con gente más clasista, más dada al insulto y más impositiva. ¡Una lástima! Parecía que podían aportar sensatez al sistema, pero sólo han aportado clasismo. Y mucho resentimiento acumulado, y eso es letal”, replica la periodista y escritora, que confiesa vivir la mayor parte del tiempo en la montaña, “porque Barcelona me resulta antipática e incómoda”. Por ejemplo, por el tema de las ratas: “no sólo están en el suelo, si miras hacia arriba, hacia las copas de los árboles, verás un festival”.
—Aquí no hay ratas y la cocina la tenemos como los chorros del oro. Lo que sí hay es una buena oferta gastronómica, por si quieres acompañar tu próxima copa de vino con algo de comer.
A Anna R. Alós se le escapa un carcajada y repasa brevemente la oferta culinaria antes de determinar:
—Que sea menú, y con postre. Aunque te diré: en la próxima vida me pido pesar 52 kilos y medir 1,65. ¡Y comer sin engordar!