Barcelona puede convertirse en una ciudad segura y estable energéticamente hablando. Una capital europea que, al igual que han hecho las principales poblaciones de Alemania o Italia, deja atrás un sistema centralizado, sobrecargado e inseguro, que puede provocar nuevos apagones generales el día menos pensado. En Sitges lo vivieron hace unos días. Tras el 28 de abril, un nuevo apagón —de sólo 10 minutos— afectó a varias zonas del Garraf.
Sin necesidad de aumentar o modificar la instalación fotovoltaica existente, Barcelona se puede desmarcar. La realidad es que la infraestructura necesaria para conseguirlo no necesita la instalación de placas solares para convertirse en resiliente. Barcelona puede marcar la diferencia ante la posibilidad —y el peligro— de nuevos apagones. Y es algo urgente para garantizar al ciudadano la implicación, rigor y modernidad que exige y merece por parte de la administración pública.
Barcelona, como ciudad en general, y las comunidades de vecinos como activos en particular, pueden contribuir a la transición energética y modernización del sistema eléctrico urbano. Aquí el debate no va de fuentes de energía nucleares o renovables, sino de que el sistema eléctrico en España, en Catalunya y, por supuesto, en Barcelona, es obsoleto, centralizado e incapaz de aprovechar los excedentes. Totalmente inútil —como se demostró el 28 de abril— para afrontar el estrés de cientos de miles de Gigavatios volcados en la red a horas en las que nadie las necesita. Un volumen de energía que se pierde totalmente y resulta inservible para tener la capacidad de encender las luces después.
No podemos decirle al sol que deje de brillar sobre nuestra ciudad. No podemos decirle al huerto que pare de dar tomates porque no damos abasto para comerlos. Hay que aprender a hacer conserva. Debemos saber almacenar, descentralizar y distribuir la energía. Lo que sí podemos hacer, con la ayuda de la autoridad municipal y de la complicidad vecinal, es construir un sistema en el que decenas de baterías guarden energía en todos los barrios de Barcelona, y a la vez doten de estabilidad al sistema urbano, garantizando la viabilidad y sostenibilidad de negocios y viviendas.
Esto es posible con baterías instaladas en puntos clave del plano urbanístico, que se conectan a la red y guardan su energía en momentos de sobrecarga, para devolverla al sistema cuando es necesario.
Por ejemplo, a las 12.30h del mediodía es la hora de almacenar y desestresar el sistema. Porque es la hora de máxima exposición solar y menor demanda eléctrica debido a la época del año, primavera, sin calefacción ni aires acondicionados. La misma hora en la que todo colapsó el pasado 28 de abril.
Los ciudadanos y las instituciones deben saber que pueden ser gestores de su propia energía
Las baterías distribuidas, son capaces, al mediodía, de guardar los recursos energéticos —que de otra forma se vierten imparablemente a la red— para alimentar la necesidad ciudadana a posteriori, cuando haga falta. Y eso proporcionaría a Barcelona el sistema energético que merece una ciudad Mediterránea sostenible, optimizada y sobre todo, segura.
Barcelona puede ser pionera en la transición energética. Es necesario que los ciudadanos y las instituciones tomen decisiones con conocimiento de causa. Deben saber que pueden ser gestores de su propia energía. Y pueden dar un paso adelante, no de futuro, sino de presente.
La posibilidad de un nuevo apagón general es una amenaza real que afecta a toda la ciudad de Barcelona y que la propia ciudad, con todos sus activos públicos y privados, puede ser capaz de evitar.