Una mirada retrospectiva al pasado. Nada nuevo en aquello que el periodista y escritor David Remnick denomina mantener la nota, en su reciente libro Sostener la nota (Debate, 2024); después de las cumbres interpretativas y de la fama abrumadora, llega el sosiego. El foco gira en otra dirección. Las grandes giras y las ventas forman parte del pasado. Los nuevos tiempos son aquellos en los que Sheryl Crow (1962) sale a defender un bouquet de buenas canciones que recuerdan quién fue, no la indefinición de quién es ahora. Y este es su presente. El material nuevo se redujo a la canción Evolution que da título a su nuevo álbum, del que no interpretó ninguna otra pieza.
La púrpura ha pasado. La guitarrista residente en Nashville sabe qué es la longevidad de un cancionero digno. Y así lo entendió el público asistente, que no llenó el espacio de Montjuïc. La audiencia sabía a qué iba. Encantada con la nostalgia. Para el pop y rock, el rumor de que cualquier tiempo pasado fue mejor es un dogma de fe. Y una piedra en el zapato a la hora de innovar o, cuando menos, de tener la posibilidad de reinventarse.
Superadas las nueve y media de la noche, la cantante de Misuri aparecía en el escenario, acompañada de su quinteto. Durante unos segundos se escuchó Start Me Up, una de las mejores canciones de los Stones, incluida en su último gran álbum, Tattoo You (1981). La sensibilidad de la cantante por el country rock es notoria, con un profundo olor stoniano. Hay que recordar que los británicos, a comienzos de la década de 1970, se sumergieron afanosamente en el añejo legado musical del Deep South de los Estados Unidos; dejaron una marca significativa en un par de álbumes que los veteranos seguidores del grupo conocen de memoria.
Crow se dio conocer en los años noventa con un éxito tan inesperado como consolidado en el tiempo. Y con cifras millonarias de ventas. Con el álbum C’mon, C’mon (2002), del que interpretó Soak Up the Sun, empezó el declive de su carrera. La guitarrista y compositora argumentó su presentación a partir de sus dos primeros discos, Tuesday Night Music Club (1992) y Sheryl Crow (1996). Del primero interpretó, con suerte diversa, Run Baby Run, en clave rock; Strong Enoug; Leaving Las Vegas, todo sentimiento, y su primer hit, All I Wanna Do, que extrañamente se quedó en tierra de nadie porque no insufló la suficiente energía pop que se le supone, y se quedó corto en clave de rock and roll. Del segundo, cantó A Change Would Do You Good; Hard to Make a Stand; la notable If It Makes You Happy, con la banda en la combustión, igual que pasó con Everyday is a Winding Road, con gotas de Jumpin’ Jack Flash de los Stones.
Es sabido que la compositora de Steve McQueen y coautora de I Shall Believe, el tema que cerró la sesión y de largo lo mejor de la actuación, formó parte del cambio del country hacia una enorme marca, que antes del cambio de siglo se conocía como americana. Haciendo un paralelismo, la cantante y compositora Lucinda Williams, reconocida por una inmensa minoría de admiradores, era demasiado rock para el country, y demasiado country para el rock. Crow ha vivido un enigma similar sustituyendo el rock por el pop. En el doble álbum Live at the Capitol Theatre. 2017 Be Myself Tour (2018), la cantante fue fiel al título. Sin embargo, en su reencuentro con el público barcelonés, la guitarrista apenas encontró el punto de cocción de la esencia musical que la caracteriza. Si la pretensión era hacer un juego de espejos de un repertorio todavía vivo, en la práctica, la intención quedó lejos de traducirse en un hecho tangible.
A medida que avanzaba el set, el sonido se tornó demasiado denso. Los guitarristas casi siempre estuvieron a punto de demostrar el uso sobredimensionado de sus respectivos instrumentos más allá del country pop. Este esfuerzo a menudo no coincidía con la atmósfera de la canción. El ruido y la distorsión no eran pertinentes. El pesado y poco dúctil metrónomo del batería tampoco ayudó. Además, la acústica del recinto es históricamente conocida por su particular sonoridad. El espacio no está hecho para disfrutar de las sutilezas de las guitarras acústicas, y la voz de la líder a menudo quedó sumida en la densidad sonora que llegaba del escenario. Hacía más de una hora que el equilibrio entre el empujón y el entusiasmo de Real Gone, que compuso para la película Cars (2006) y con la cual abrió la actuación, se había desvanecido.
No hay que rehuir del hecho de que el repertorio de Sheryl Crow es muy similar a lo largo de su gira europea: solo hay pequeños cambios de orden o la supresión o sustitución de una canción por otra. Ante la robotización de los conciertos, donde todo está planificado, un espectador soltó: “la cantante no ha vuelto del pasado, simplemente se ha convertido en una secuela de sí misma”.