Tiene el aspecto y la conversación humilde de los genios, de los que no pasan indiferentes por la vida. Tiene 36 años, nació en el barrio barcelonés del Maresme (descampados que hoy conforman Diagonal Mar), y acaba de recibir el Premio Nacional de Música; también ha estrenado ópera en el Teatro Real, a su edad. Cuenta su madre que cuando Raquel nació, una lechuza blanca quedó atrapada en las plantas de su balcón. La niña estudiaba música en el colegio y tocaba un Casiotone, su “juguete estrella”, pero no conoció el piano hasta que a los 10 años su profesora de música abrió una escuela en el barrio. Tanto tocó, tanto hizo correr al tiempo que, con 19, una tendinitis en los dedos le obligó a dejar sus estudios superiores con el instrumento y abrazar, abatida, la composición.
Hoy lo celebran en medio mundo: Raquel García-Tomás está nominada a los International Opera Awards 2020, que aún están por fallarse, en la categoría de World Premier por su singular composición Je suis Narcissiste. Ganar estos Oscars operísticos sería entrar en el cielo; estar nominada es ya tocarlo, con los mismos dedos.
¡Y pensar que lo sintió como un fracaso, la composición! “Componía desde pequeña, siempre tuve esta pulsión creativa; pero cuando quieres cursar estudios superiores tienes que decidirte por una disciplina concreta, y elegí el piano, porque me fascina”. Pero Raquel era muy consciente de haber empezado tarde para ser una concertista magistral, así que, guiada por su espíritu pertinaz, tocaba y tocaba y tocaba, “y me puse tanta presión que me lesioné, por miedo al fracaso. Lo había dejado todo por el piano, hasta mis estudios de Bellas Artes, y había empezado a tocar mucho mejor, a disfrutarlo de verdad. Pero aquella tendinitis, aquel dedo en gatillo, significaba dejar de tocar, dejar de estar en forma. ¡Claro que lo he asimilado!, y observándolo con la perspectiva del tiempo, creo que tenía más posibilidades en la composición, que sería como la maratón para un corredor frente a los 100 metros lisos del piano”.
Total, que cumple 36 años y le dan el Nacional de Música, ¿no es algo extraordinario, a su edad, apenas 10 años desde su graduación en la Escola Superior de Música de Catalunya? “Uy, eso les dije yo, ¿estáis seguros?, ¿en serio?, ¿no soy muy joven para esto? Porque es cierto que en la modalidad de composición se premia siempre a gente mayor. Tengo poca edad pero me ha cundido bastante, he trabajado muchísimo estos años, mucho más de la media, desde que estrené mi primera composición en el 2008, un cuarteto de cuerda, Canción al alba”. Joven para estrenar en el Teatro Real de Madrid, Je suis Narcissiste, temporada 2018-19, y para subir un monodrama al Liceu, Per precaució, estrenada el 15 de noviembre, en el contexto de seis micro óperas producidas por Òpera de Butxaca en su 25 aniversario bajo el título de Sis Solos Soles, pero que de momento nos contentaremos con escucharlo en el canal de Youtube del coliseo barcelonés, pandemia obliga.
Aborda su monodrama la tragedia de una mujer mayor que no quiere ser internada en un geriátrico porque aún espera mucho de la vida, un asunto elegido por la dramaturga Victoria Szpunberg pero que, si la casualidad existiera, a Raquel tan próximo le queda; ella que fue voluntaria como profesora coral y de animación en dos residencias de la tercera edad cuando más deprimida se sintió en su vida. “Iba en un tren, tan tan triste, cuando me encontré a un amigo que me dijo, ¿te gustaría ser voluntaria en una residencia de ancianos para hacer con ellos canto coral? Fue algo increíble, pero tuve que dejarlo porque era muy demandante, no iba a comprometerme para hacerlo de cualquier modo”. Fue cuando el dedo en gatillo, que la arrojó en brazos de la composición, porque no pudo seguir machacándose, martilleando negro y blanco.
Palpando la realidad: ¿es deber moral o razón de ser del arte? “Para mí sí lo es, estar en conexión con la realidad, más o menos abstracta, aunque sea la realidad musical: abordar los sonidos que hoy suenan, recoger el imaginario sonoro con o sin implicaciones sociales, entender el momento en el que vivo. En disPLACE abordaba los desahucios y la gentrificación, y Je suis Narcissiste es una comedia negra que retrata el individualismo egocéntrico que nos aísla sin remedio. “Yo intento tener fe en la humanidad, y reconozco que hay gente empática, pero sufrimos una serie de estímulos que nos esclavizan, especialmente a las mujeres. El código de las redes sociales, por ejemplo, en las que no nos mostramos como somos sino como nos gustaría que nos vieran. Yo misma soy capaz de encerrarme a trabajar y me encanta estar sola, pero el ser humano está diseñado para la tribu, necesitamos a la comunidad. Somos narcisistas cuando solo hablamos de nosotros mismos e idolatramos lo que hacemos, y ésta es hoy la tendencia generalizada. Creo que debiéramos mostrarnos más humanos y desmitificar al creador”.
Otra de sus composiciones, My Old Gramophone, concierto para piano, plantea las similitudes entre la máquina y el hombre, que ¿puede ser sustituido como creador de arte? “Tengo fe en ambos, hombre y máquina, pero el razonamiento siempre será necesario para el arte. Sin embargo, fíjate, la máquina está presente en todos los procesos de creación, y cuando escuchas un vinilo tienes la ilusión de estar escuchando la voz humana y sin embargo el sonido te trae una serie de recuerdos que tamizan tu percepción, y están producidos por una máquina. Sin duda la esencia humana estará siempre detrás para hacer posible el arte, llámese emoción, energía o como quieras. Esta pieza es una experiencia de nostalgia que produce ver a seres humanos comportándose como máquinas, es un juego”. Y es una pregunta.
Y para preguntas, ésta de la cuota. ¿Cuántas veces le habrán preguntado si se siente objeto de la cuota femenina, en un cartel, en un palmarés, en el fallo de un jurado como éste del Premio Nacional? Tantas que produce zozobra formular la palabra, cuota, sin más. “Si me llamas por ser mujer, mejor cuelga”, es su respuesta. Directa, sin titubear. “Es cierto que hay ocasiones en las que te hacen un encargo por ser mujer, por cuestión de porcentajes, que han de existir, son lógicos; pero me parece algo muy perverso que no consigue sino perpetuar los comportamientos paternalistas. Así que mi respuesta es: mira mi catálogo y, si te gusta, me llamas como creadora; pero cambia tu discurso. Prefiero pensar que aunque yo trabajo mucho hay otras muchas mujeres que no tiene visibilidad, y que mi aportación al menos pondera el reparto, pero ¿pensar que me llaman por ser mujer, que me lo regalan? No, eso jamás. Antes de que se contemplaran las cuotas mi carrera ya iba bien, trabajaba mucho, pero es algo que tengo que recordarme a cada momento para no dudar. No quiero sentirme culpable si algún día se me favorece por ser mujer”.
Mujer o no, Raquel García-Tomás, que nació en un barrio periférico, sin antecedentes musicales en su familia, doctorada por el Royal College of Music de Londres, prefiere achacar su destino a la fuerza del trabajo; “trabajo muchísimo”, dice a cada rato, y empieza a hablar de su próxima ópera, Alexina B., creada gracias a una beca Leonard a partir de la historia de Herculine Barbin, el primer ser intersexual del que se tiene noticia, Francia, mediados del XIX, a través de sus memorias que Michel Foucault sacó a la luz en 1985. En ello está.