Picasso vs. Picabia, duelo de pinceles

Más de 150 piezas, entre pinturas y documentos, recorren las confluencias y divergencias de dos de los máximos representantes del cubismo y el dadaísmo en la Fundación Mapfre de Barcelona

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n pequeño detalle, una postal que Picasso (1881-1973) dirigió a su amigo, el poeta Guillaume Apollinaire, da la pista de un encuentro entre él y Francis Picabia (1879-1953) en Barcelona, durante un evento taurino, ​​cuando el malagueño había regresado con los Ballets Rusos y el segundo se refugiaba, en plena Primera Guerra Mundial, y publicaba la vanguardista revista 391. Fue en 1917, un año en que todo parecía posible en Cataluña, en España y en el mundo, en el cenit de la gran Guerra y en un país sacudido por el conflicto bélico a pesar de su neutralidad proclamada. ¡Y de qué manera!

La península vivió una profunda crisis social, política, económica y militar. Lo que aconteció, sobre todo en verano, marcó el porvenir español: la falta de entendimiento entre los diferentes agentes implicados allanó el camino por el pistolerismo de los años posteriores y la instauración de la dictadura primorriverista en 1923. Esto, los dos pintores, el malagueño y el francés hijo de hispanocubano, ya no lo sufrieron, pero sus propuestas artísticas son fruto de un momento, de cada momento, porque su pincel no olvida lo que le rodea.

Ambos, sin embargo, lo hacían desde un particular y galopante individualismo. Nada de gregarismo. Y es por ello que se podría pensar que ponerlos cara a cara, enfrentarlos, podría suponer poco más que una pérdida de tiempo, un ejercicio inútil. Algo que, sin embargo, Aurélie Verdier, conservadora del Centro Georges Pompidou, se encarga de desmentir. Hay diálogo posible, hay puntos de conexión y al mismo divergencias que cobran interés al ser planteadas.

La propuesta de la comisaria Verdier se puede ver en la Casa Garriga Nogués de la Fundación Mapfre de Barcelona hasta el próximo 13 de enero -hay que darse prisa, pues- en Picasso / Picabia. La pintura en cuestión. A través de 150 obras, entre documentos, grabados, dibujos y pinturas, la muestra cruza el planteamiento de ambos artistas a lo largo de sus vidas. Picabia admiraba a Picasso. Este, sin embargo, se hacía llamar Picabia “cuando tenía algo que reprocharse, porque el francés siempre señalaba que no sabía hacer lo suficiente”, según Verdier. Hasta qué punto es eso una boutade, lo desconocemos.

En la exposición el entrecruzamiento artístico, a través de nueve secciones temáticas, parte del cubismo, movimiento creado por Picasso y Braque al inicio del siglo veinte, y del que Picabia no participa. Continúa por el influjo del dadaísmo más extremo, del que este último fue figura fundamental, y que, en cambio, el malagueño rehuyó. Coinciden en temas como las figuras de mujeres con mantilla y los toros, cada uno desde su mirada. También viven a poca distancia, pero sin contacto en la Costa Azul, y mientras Picasso centra sus últimas obras en la figura humana y el retrato, el francés toma un camino mucho menos figurativo.

Y a pesar de la distancia evidente de planteamientos, un paseo por la muestra nos deja un regusto de contacto intersticial, un je ne sais quoi compartido. Esta es la primera ocasión en que se establece un diálogo expositivo entre Picasso y Picabia, pero no entre el malagueño y otros pintores, habiendo sido ya confrontado, entre otros, con Dalí, Rusiñol y Degas. En este caso, parece particularmente interesante contemplar la posición que cada uno de los pintores establece con los movimientos a los que está o no relacionado, cubismo y dadaísmo, y de cómo ambos dejan al margen el surrealismo. La muestra se pudo ver antes en el Musée Granet de Aix en Provence, que la coproduce, y forma parte de Picasso-Mediterráneo, un gran proyecto internacional que impulsa el Museo Picasso de París.

Esta es sin duda una de las propuestas más interesantes en las que perderse durante estos días. Para esquivar las dudas, y saber de antemano que no quedará decepcionado por la visita, se puede hacer una cata mediante la visita virtual que la Fundación Mapfre habilita. Tan sólo una mirada al Retrato de Dora Maar de Picasso de 1937 y al Habia II de Picabia, del año siguiente, supone ya una pista de nuestro itinerario. El duelo de pinceles no acaba con la victoria de uno sobre el otro, sino que los complementa y los engrandece.