Federico Correa ©Antoni Bernad @VEGAP

Las razones arquitectónicas de Federico Correa

Conversaciones en la intimidad con uno de los arquitectos más influyentes y decisivos para entender la apertura de la ciudad de Barcelona al mundo, que falleció el pasado mes de octubre

Recordado por ser uno de los artífices urbanísticos del Anillo Olímpico de Montjuïc, por la realización del proyecto de la Torre Atalaya, de varias casas en Cadaqués o de restaurantes tan modernos y atemporales como Il Giardinetto o Flash-Flash, Federico Correa ejerció asimismo —y quizá por encima de todo ello— de mentor y referente para generaciones futuras. Un maestro de arquitectos en Barcelona (Tusquets), el libro de conversaciones que había de homenajearlo en vida, se ha convertido en un impagable testimonio de su manera de entender la arquitectura.

Los encuentros con Lluís Clotet, Óscar Tusquets, David Ferrer y Elías Torres —alumnos aventajados de la Escuela de Arquitectura, discípulos y amigos personales, entre los cuales se cuenta también Beatriz de Moura, que dinamiza y apostilla oportunamente en un clima de absoluta cercanía— muestran la accesibilidad de su concepción del espacio. Una concepción elegante e intuitiva que alcanza un público más amplio que el estricto círculo de especialistas por su carácter vital, por la frescura con que reconsidera los elementos que lo constituyen como habitable.

Plano de la ordenación del Anillo Olímpico © Fons Correa Milá, Arxiu Històric del COAC

“Cuando nos encargaron el Reno —explica Correa, refiriéndose con la primera persona del plural a su inseparable Alfonso Milá— lo primero que me planteé fue muy simple: un restaurante, ¿qué es? Y llegas a la conclusión de que es un sitio donde la gente va a comer, pero no sólo a comer. También a verse, encontrarse y lucirse. Por tanto, hay que buscar un ambiente que, además de iluminar el plato, favorezca a la gente”. Priorizar el carácter habitable del espacio, en la medida que permite acoger experiencias humanas y no ser sólo una forma externamente bella, le llevó a sopesar la intervención arquitectónica —exterior pero también interior, siguiendo la estela modernista— hasta en sus elementos más aparentemente insignificantes. Recuerdan sus amigos el ejercicio que solicitaba a los alumnos ya en las primeras clases: diseñar un banco, y explicar en público sus razones. Todo ello, con una apertura de miras inusual en la universidad de los años 60. Lluís Clotet le recuerda: “Tus argumentos se basaban en una gran libertad de espíritu, no había prejuicios (…) nos obligabas a pensar en cada caso: ¿y si fuera al revés de lo que parece evidente?”.

¿Qué es un restaurante? Un sitio donde la gente va a comer, pero no sólo a comer. También a verse, encontrarse y lucirse. Por tanto, hay que buscar un ambiente que favorezca

El carácter desenfadado de las conversaciones, la espontaneidad con que los participantes se manifiestan —sin atisbos de autocensura, sólo con el límite que impone la memoria, a veces caprichosa— depara momentos realmente maravillosos. “Perlas” que precipitan las risas, y en suma trasladan al lector aquella pasión por la arquitectura, entendida como un arte que crea ambientes para la vivencia de experiencias y relaciones personales. Especialmente gamberra es la conversación mantenida con Óscar Tusquets, quien revela situaciones comprometedoras, pero muy celebradas: “Te vi tras las oposiciones, te pregunté cómo había ido y tú me dijiste: «Bueno, Rafa [Rafael Moneo] ha soltado una perorata extremadamente erudita y una lista bibliográfica que nos ha abrumado». «¿Y tú, Federico?’ «Yo he explicado el problema del lavabo en la habitación [risas] y, claro, no he ganado» [risas]”. El lenguaje de Correa y el lenguaje de la academia no podrían ser más disímiles, como ratifica la boutade que recoge el mismo Tusquets: “Recuerdo que, siempre que se hablaba de bibliografía arquitectónica, tú proponías a Proust”.

Restaurante Il Giardinetto, por Francesc Català-Roca © Fons Fotogràfic F. Català-Roca, Arxiu Històric del COAC

No se trata sólo de un comentario sensualista, alineado con el gusto por el tacto y color de los materiales que reconoce Lluís Clotet que les impactó tanto, y que acabó siendo signo característico de Correa. Lo que hace es referir la necesidad de replantearse de base las cuestiones. A sus alumnos les sugería “meditar sobre el problema antes de leer acerca de cómo se resolvió históricamente este problema”. Es decir, ponerse en el lugar del creador primero, para buscar la mejor solución y fundamentarla reflexivamente. De otro modo, se corre el riesgo de repetir moldes que, extraídos de su contexto original, bien pueden no funcionar en absoluto. El extremo opuesto a la reproducción irreflexiva, el de la creación necesariamente novedosa es también puesto en cuarentena: “No sé por qué hay esta obsesión generalizada por lo nuevo, porque lo bueno siempre es nuevo”. Lo cierto es que ese imperativo posromántico —el de la originalidad, entendida como “novedad”— sigue vigente en nuestra época, lo cual acostumbra a redundar, paradójicamente, en forma de repetición.

Edificio Monitor, en la Diagonal, por Francesc Català-Roca. © Fons Fotogràfic F. Català-Roca, Arxiu Històric del COAC

De regusto oracular, aquella sentencia conecta la atemporalidad de las creaciones clásicas con el futurismo o las propuestas aparentemente rompedoras… siempre y cuando éstas, como aquéllas, cumplan con su cometido arquitectónico y no consistan en una mera forma —al estilo del edificio-escultura— o un ejercicio de exhibición técnica, sin voluntad de albergar y fomentar experiencias humanas. Correa demuestra estar tan lejos de la veneración de una obra escultórica —para ser rodeada, no habitada— como de la concepción pragmática del espacio, de una asepsia e impersonalidad imperdonables. Extrapola la lucha contra el aburrimiento, en su día a día, a la concepción de espacios que, si no sorprenden —en sí mismos— al menos habilitan la posibilidad de sorpresas. La manera orgánica y detallista, abierta a la inspiración, cómo concibió y desarrolló el restaurante Il Giardinetto o la perdurabilidad, más allá de modas, de Flash-Flash son rememoradas en diferentes episodios de estas conversaciones.

A Elías Torres le explica, en este sentido, una de las razones del éxito de la mítica tortillería: “Fue un elemento muy liberador en la época: el movimiento pop, universal, fue el que nos brindó la idea de que fuese una mujer la que llevara un flash que iluminara conceptualmente el local”. Como profesor nada convencional que fue, maestro de futuros arquitectos en el marco de su estudio privado, polemista e impecable bon vivant, Federico Correa dejó huella en sus seres cercanos y en miles de personas anónimas, que habitan o han sido albergadas en sus edificios. Por supuesto, se codeó también con algunos de los principales artistas de la época, y asistió a un número indeterminable de fiestas, “Recuerdo —explica Correa— que Dalí llegó con Amanda, y también con aquella otra modelo a la que él llamaba Louis XIV. Me las presentó, diciendo: «El rey y la señorita Amanda, a quien usted ya conoce». Yo no conocía ni a Amanda ni al rey…”.

Interior del Zurich © Fons Correa Milá, Arxiu Històric del COAC