La superilla de Sant Antoni ha sido conquistada con éxito por los vecinos. ©MireiaRiera

Nuevas geometrías de Sant Antoni

La reciente metamorfosis del barrio más bullicioso del Eixample lo convierte en un organismo expansivo y multiforme. La conquista del espacio de la Superilla genera órbitas ambientales donde cada vez afloran más especies a pie de calle.

Es sábado y el barrio se despereza. Cuando empieza el fin de semana, Sant Antoni amanece al compás de ese riego tempranero que dibuja húmedas sinuosidades por las aceras. Antes de que la madrugada descorra del todo su cortina, la quiosquera apila diarios y revistas en poliedros perfectos. A la que sale el sol, empiezan a formarse largas colas frente a las panaderías más populares, como infinitas líneas de puntos suspensivos separados por la distancia de seguridad. Algo más tarde el mercado abre sus puertas, provocando espirales de animados vecinos que charlan y llenan la cesta de parada en parada. A medida que avanza la mañana, se van habitando todos los rincones alrededor de los ejes del edificio ideado por Rovira i Trias. Los mosaicos que adornan su fachada contrastan con los chillones signos geométricos que delimitan las nuevas áreas peatonales generadas por la primera actuación de Superilles en el Eixample.

Los triángulos solapados que destacan sobre el pavimento en vivos tonos amarillos y naranjas apelan a la forma del barrio; aunque en realidad la línea poligonal que une los límites de Sant Antoni (Gran Via de Plaza España a Universitat, Ronda Sant Antoni, Ronda Sant Pau, y la avenida Paral·lel hasta Plaza España) remite más a una punta de flecha. El plan de acción para el modelo de Superilla, consensuado con entidades representativas del barrio, ha dado lugar a una nueva plaza en la confluencia de Borrell con Parlament, y esparce su área también a parte de las calles Tamarit y Manso. En estas zonas coloreadas neo-peatonales pueden verse gradas de madera, líneas concéntricas, mesas con tableros de ajedrez, maceteros cúbicos, juegos de rayuela, merenderos y bancos de piedra circulares.

Todos esos trazos y relieves sobre el arcén se unen a los círculos concéntricos, los topos alineados y los serpenteantes carriles que ya hace algún tiempo animan el paseo de hormigón habilitado en Ronda Sant Antoni como consecuencia de las reformas del mercado. Por el momento el eje estructural en torno a Comte Borrell ha permitido conquistar cerca de 24.000 m² de espacio público para los peatones, en una radiación que pretende alcanzar todo el distrito.

Se experimenta con nuevo mobiliario urbano, como esta pieza situada en la nueva plaza de Borrell con Parlament.

El Ayuntamiento ha anunciado que quiere convertir el Eixample en una gran Superilla. La idea es trazar ejes verdes que generen 21 nuevas plazas en los cruces de Consell de Cent con Rocafort, Consell de Cent con Borrell, y Consell de Cent con Enric Granados, entre otros. Este proyecto aspira a sumar más de 30 kilómetros pacificados, apelando a una moderna revisión del Plan Cerdà. Igual que el ingeniero Ildefons Cerdà propuso en 1860 desplegar el Eixample como una cuadrícula gigante aireada por chaflanes de 45º, con la idea de reducir la excesiva concentración de viviendas, en la Barcelona post pandemia se pretende hacer lo mismo con tal de disminuir el tránsito de coches. La salud del ciudadano mejorará gracias a la reducción de emisiones y la creación de nuevas áreas verdes a partir de los clásicos chaflanes.

La Superilla de Sant Antoni supone el primer paso para la gran transformación del Eixample, inspirada en el Plan Cerdà

Poco podía imaginarse Cerdà que sus espacios públicos geométricos y aireados acabarían resultando el entorno ideal para jóvenes cíborgs, ajedrecistas nómadas, entidades LGTBI+, estatuas influencers, y devoradores de latas.

Especies en dispersión

Poco a poco, el barrio se va llenando. A la hora en que el sol apunta más alto, hace tiempo que la fauna del barrio está entregándose a las alegrías de la hora del vermut. En torno al domo octagonal del mercado y sobre las formas coloreadas que delimitan la Superilla afloran nuevas especies colonizadoras, que se entremezclan con el habitual bullicio vecinal, en una perpetua conquista del espacio. Es entonces cuando podemos contemplar una creciente floración de criaturas diversas, y escuchar esa descoordinada orquesta de brindis, cantos y carcajadas por bancos, rellanos y aceras. Entre familias con ganas de paseo, patinadores asépticos, yonquis errantes, aplicados tik tokers, distraídas abuelas, niños alborotados, pelotones de adolescentes y algún afortunado turista, se va conformando un frondoso ecosistema que se extiende ordenadamente hasta invadir cada vértice del gran triángulo-flecha.

Niños jugando, patinadores, jugadores de ajedrez, terrazas con fanáticos del vermut y jóvenes consumiendo latas de cerveza y trozos de pizza, escenas habituales en el nuevo Sant Antoni.

Sobre el particular tablero del Sant Antoni actual se disponen cuidadosamente figuras tan destacadas como los ajedrecistas open-air, enfrascados en partidas eternas sobre las mesas de mármol de Comte Borrell. Conviene no ocupar uno de esos asientos públicos aun cuando lo veamos vacío. Rápidamente, estos fundamentalistas de las casillas pondrán en marcha su elaborada trama para ponernos en jaque con tal de que busquemos otro acomodo para el trasero. Cerca de allí, dos jóvenes skaters con looks de los años 90 repiten una ceremonia circular. El primero practica un estético salto que culmina sobre el eje trasero del skate. Su compañero le sigue sobre su propia tabla, grabando toda la coreografía con el móvil. Aprovechando el mobiliario de la Superilla, sobre bancos y gradas se apiñan grupos de amigos que apuran latas y botellas, parando el golpe con una porción de Pizzeria Mimmo’s o alguna espléndida rosquilla de La Donutería.

Aquí y allá pueden verse instagrammers clavando la pose más antinatural posible, en comunión con algún filtro irreal. Un vecino contempla la escena atónito, sin advertir que durante su titubeo podría haber sido atropellado por varios de esos patinadores fugaces que surcan las aceras esquivando cuerpos con gesto ausente, ajenos a cualquier forma de vida. Todo ese escenario puede avistarse al detalle desde terrazas tan concurridas como la de Sucursal Aceitera. Con suerte, podrás probar alguna oliva Km 0 antes de excusarte con la corriente continua de personas menos afortunadas que vienen a pedirte “una ayuda, por favor”. Sitios modernos y con gusto como la Sucursal o el archifamoso Federal Café han contribuido al reciente éxito de Sant Antoni, aunque los grandes tesoros del barrio se encuentran en locales veteranos como el mítico Bar Ramón, que eleva el alma a base de blues, albóndigas y bacalao de la abuela; o La Bodega d’en Rafel, un hervidero de buen ambiente y comida casera.

Sin ir más lejos, en el Bar Bodega Gol se consuma el esplendoroso contraste entre lo clásico y lo nuevo. Neil Harbisson, el chico con la antena en la cabeza, se acomoda en la terraza del viejo bar mientras sus amigos con flecos en las mascarillas piden ociosos una ronda de cañas y pimientos. Cerca de allí se encuentra la sede de su asociación cíborg, Transpecies Society. Es el exponente más outsider del particular tejido asociativo del barrio, con elementos tan indispensables como Sant Antoni Comerç, el Centre Cívic Cotxeres Borrell y el Centre LGTBI+ de Barcelona.

El histórico mercado de Sant Antoni reina más que nunca tras su reforma y la transformación urbanística de las calles que lo rodean.

 Curiosamente, al Ayuntamiento de Barcelona le gusta llamar al entorno de la Superilla “zona pacíficada”, pero por momentos allí se organiza una jarana considerable. Al caer la tarde, las conversaciones suben de tono y el trap empieza a resonar. Incluso puede escucharse un karaoke monumental, improvisado sobre el pequeño escenario de madera. La chica que canta desafina cosa mala, pero lo mismo la corean y animan con aplausos.

Las tardes del fin de semana suena trap, la animación sube de tono y se improvisan karaokes monumentales

La animación se eleva a niveles de gustera colosal, hasta el punto de olvidar pandemias y restricciones. Aunque no alcancen las cotas de rave de las tardes de 2021 en el Passeig del Born, los aires de fiesta por las plazas de Sant Antoni tienden a un crescendo que podría ser infinito. Pero se evaporan cuando unas sirenas azules aparecen para eclipsar esa leve insurrección de mascarillas bajadas y alegrías callejeras.

Cuerpos en cambio

Entre semana, el barrio sigue rebosando vida, pero su latido es diferente. Si hay tiempo, nada como empezar el día con un café de los que prepara Genaro en  Il Capriccio del Caffè, o acercarse a probar uno de los espléndidos pinchos de tortilla en la terraza del Bar Mañé Cafè.

El Bar Mañé, en la calle Comte Borrell, 76.

Por las tardes no está de más darse el gusto de llevarse a casa alguna maravilla oriental, latina o italiana de ese cosmos de variedades que ofrece el Supermercat del Món, o dejarse seducir por los aromas tostados que te invitan a entrar sin remedio en Cafès Roure. Las posibilidades de ocio reposado también se adivinan infinitas, desde una sesión en los ya legendarios Cines Renoir Floridablanca a una provechosa visita para proveernos de diversión y lecturas en la ultra ingeniosa La Llama Store o la afilada Llibreria Calders, ubicada en el pasaje que desató el big bang hipster del barrio.

Como un adolescente que supera la época de trauma y acné, Sant Antoni exhibe orgulloso su nuevo cuerpo, todavía incompleto. Más allá de complejos, el barrio es consciente de cuáles son sus grandes atributos, pero también se muestra alineado con sus defectos. En esta edad de cambio definitivo, las vallas y las obras siguen asolando sus aceras, pero el barrio encuentra su respiración interna en los interiores de manzana, que funcionan como alvéolos pulmonares. Su encanto se extiende hasta zonas en calma como la Avinguda Mistral, o perpetúa su efervescencia en puntos calientes como ese submundo que se crea a diario en la planta inferior del Mercat de Sant Antoni, donde pueden verse modernas coreografías urbanas frente a restos romanos.

Y así hasta que llega otro fin de semana y se reproducen más viñetas de curiosos frente a las paradas del mercado dominical, madrugadas con siluetas recortándose desde los afluentes del Raval y nuevos esparcimientos tridimensionales por calles y plazas. De fondo suena en bucle una banda sonora de persianas que se cierran y vuelven a subir, como un pulso metronómico y constante.

En el foso del mercado, junto a los restos de muralla, se reúnen cada tarde decenas de jóvenes para bailar.