Llega por la tarde, pese a ser más bien diurna, costumbre que adquirió de su pareja, el poeta, traductor, crítico y lingüista Gabriel Ferrater: “Él se levantaba cada mañana a las seis. Un día decidí probarlo, me gustó y ahora llevo más de cincuenta años madrugando”.
Se acoda a la barra, con su perrita, Queta, a sus pies, dejándose ver y admirar como una vedette.
— ¿Qué tomarás?
— No suelo beber alcohol, pero, ya que me paso hoy por el Bar, te pediré un Negroni, que me descubrieron en el Boadas como infalible remedio contra el dolor de cabeza.
Le gusta pensar de sí misma que es una poeta —“ojo, no una poetisa, que es una palabra que para mí tiene un regusto cursi. Poeta. Como atleta”—. Una labor que Marta Pessarrodona ha conjugado con un sinfín de trabajos en el mundo editorial, desde biógrafa de figuras como Maria Aurèlia Capmany, Montserrat Roig y Frederica Montseny, hasta traducciones de poetisas como Simone de Beauvoir, Marguerite Duras, Erica Jong, Doris Lessing o Susan Sontag; pasando por diversos trabajos sobre Virginia Woolf y el Círculo de Bloomsbury.
Recién galardonada con el III Premio Especial de Poesía de la Fundación Jesús Serra, que se suma a un palmarés que incluye la Creu de Sant Jordi, el Premi Nacional de Literatura de la Generalitat de Catalunya y el Premi d’Honor de les Lletres Catalanes, la poeta también ha sido lectora en la Universidad de Nottingham entre 1972 y 1974 —de donde es de suponer que le viene su gusto por los cigarrillos Dunhill o, en su defecto, los John Player que se manufacturan en dicha localidad—, y ha coordinado la Comisión Internacional para la Difusión de la Cultura Catalana. Pero, de lo que más orgullosa está es “de haber llegado a los 80 y seguir escribiendo poesía, a pesar de los momentos en que pude llegar a pensar que mi carrera se había terminado”.
— Obviamente, aquí sigues, dando guerra. ¿En qué andas ahora?
— Desde hace años estoy haciendo una antología personal de traducciones de poetas, exclusivamente para mi uso y disfrute. Además, estoy con un nuevo libro con el título provisional de Admiracions.
Este volumen se suma al reciente Tot m’admira (Viena), obra que recopila su producción poética completa hasta 2021 y Sobre Marta Pessarrodona (Comanegra) que aglutina la obra crítica, entrevistas y reflexiones alrededor de su figura, por parte de más de treinta autores, entre los cuales están Montserrat Roig, Antònia Carré, Anna Maria Moix, Sam Abrams o Pere Ballart.
Una educación a la autosuficiencia
Nacida en Terrassa en 1941, a sus 13 años sus padres tomaron una decisión que iba a marcar mucho el carácter de Marta. “Entonces no había institutos en Terrassa, así que me matricularon en el Maragall de Barcelona. Y yo cada día iba ahí sola, comía sola en el restaurante de al lado, hacía muchas cosas sola. Esta autosuficiencia, esta capacidad de hacer las cosas por mí misma, me viene de aquella decisión de matricularme en Barcelona y hacerme ir cada día al instituto por mi cuenta”.
Más tarde, el plan familiar era que estudiara para farmacéutica. “Gracias a Dios, me inocularon una vacuna que tuvo, como efecto secundario, una pleuritis que me hizo perder un curso. Aquello me vino bien, pues durante mi convalecencia reflexioné y decidí que por nada del mundo iba a cursar ciencias. De ahí pasé a la carrera de Filosofía y letras. Y, como no tengo una gran vocación pedagógica, más allá de hacer cursos de pocos días, me volqué en el mundo editorial, que era la opción que aquella carrera brindaba para no tener que ser profesora”. Aquello ocurría a principios de los 60, momento en que la Marta Pessarrodona poeta se iba ya fraguando del todo.
El siguiente momento de máxima importancia llegó cuando, estando ella en Inglaterra, su amigo Marià Vancells, que moriría prematuramente, presentó un poemario suyo. “Y empezó a correrse la voz de que yo escribía. Yo era muy tímida y no me movía, me daba vergüenza. Recuerdo a Esther Tusquets tratando de reunirme con Carles Barral y yo alegrándome de que no estuviera, porque no sabía qué decirle. Aun así, azuzada por mis amigos de Terrassa, que eran como mi Bloomsbury particular, hicimos un primer libro, 8 poemes, del que salieron poquísimas copias que, eso sí, se vendieron en cinco minutos. A este siguió Els primers dies del 68. Y luego se publicó Setembre 30, mi primer libro serio. Además, éste me lo prologó Gabriel Ferrater, que entonces ya era mi pareja, motivo por el cual yo no quería que me escribiera aquel prólogo, pero alguien me dijo ‘el amor dura cinco minutos, un prólogo dura para siempre’ y acepté”.
Con Ferrater iban a permanecer juntos hasta la muerte de éste, en 1972.
La gran encisera
“Para mí, Barcelona siempre será importante por ser la capital de mi país, que es Catalunya. De hecho, yo creo que la alcaldía de Barcelona tendría que votarse en toda Catalunya”, proclama la parroquiana incapaz de contener recuerdos que laten en su memoria, como verse subir las escaleras mecánicas de la estación de Plaza de Catalunya, cuando venían con sus padres de Terrassa, o memorables comidas en el Set Portes con su padre, antes de volver al carácter de una urbe de la que le gusta pensar “que el Consell de Cent fue el primer parlamento democrático que hubo en el mundo occidental”.
Establecida entre Barcelona y Sant Cugat —“sigo teniendo corazón vallesano”—, la poeta ve en la ciudad condal “aquella gran encisera que decía Maragall en su Oda nova a Barcelona”.
— Lo que también te encantará es nuestra oferta gastronómica, a base de menú, tapas, raciones o deslumbrantes platos combinados.
Marta Pessarrodona se toma un momento y una sonrisa ladeada, antes de sentar cátedra culinaria:
— A mí siempre me han gustado los platos combinados, y yo misma me hago algunos en casa.
— ¿Te gusta cocinar?
— ¡Sí, si incluso cocino para mi perra!
Y, entonces, la perrita Queta, que se huele el incipiente alboroque, emite un ladrido que corrobora las palabras de su dueña y ponen de manifiesto el apetito de ambas.