Marko Daniel (Aquisgrán, Alemania, 1964) ya se interesó por Joan Miró cuando estudiaba Historia del Arte en la University College de Londres, pero fue con su tesis doctoral cuando topó de pleno con el artista catalán. Escribía sobre el patrimonio cultural de la Guerra Civil y vino a Barcelona para hacer el trabajo de campo.
Pasó un tiempo hasta que esa curiosidad se estrechó aún más. Trabajaba en la Tate Modern de Londres y fue comisario de una exposición sobre Miró, Joan Miró: The Ladder of Escape, una gran retrospectiva con más de 150 obras que se pudo ver en 2011. Para Daniel, supuso una inmersión total en la figura del pintor durante cuatro años. Y conoció a la Fundación Joan Miró, también a la familia del artista en Mallorca. “Me enamoré totalmente. Tanto de Miró y de su obra como de la fundación”, cuenta. A principios de 2018, se convirtió en su director, en sustitución de Rosa Maria Malet, quien estuvo casi 40 años al frente de la institución.
— Con la celebración de su 50 aniversario, ¿qué quiere ser la Fundación Miró?
— Estamos trabajando para ser un museo de luz natural. La fundación fue creada por Miró y Sert con más ventanas que un invernadero. Ya no se construyen museos de esta forma, al menos durante las últimas décadas. Pero, hace 50 años, era absolutamente lógico crear un edificio que estuviera estética y arquitectónicamente abierto con muros transparentes, con el objetivo de dar la bienvenida a la ciudadanía y que el arte de Miró se pudiese ver con luz. Por motivos de conservación, se han cerrado muchas de estas ventanas, con ladrillos o pladur, y ahora las estamos abriendo. La luz es peligrosa y destruye las obras de arte. Decimos esto para preservarlas, pero los artistas quieren luz. El taller de Miró en Mallorca era del mismo arquitecto y era un espacio de luz. Por eso, Miró quería recrear aquí este ambiente.
— ¿Cuándo empezasteis a abrir ventanas?
— Desde hace dos o tres años. Es un recordatorio: la luz natural es importante. Lo hacemos para dejarla entrar otra vez y para que se vea mejor esta transparencia y apertura. No solo son valores estéticos o arquitectónicos sino también sociales y políticos. Una ventana hace que, mientras estés dentro, te puedas relacionar con el mundo de fuera. Esto nos hace respirar de una manera más relajada: te das un baño de naturaleza al mismo tiempo que también te das uno de cultura. Esta yuxtaposición nos permite ver que un museo no es una caja de zapatos o un espacio cerrado, que no está totalmente aislado del resto del mundo. El arte puede ser un refugio y un espacio de desconexión, pero también permite entrar en reflexiones críticas sobre nuestra relación como individuos con otras personas, la sociedad o el mundo. Sabemos que el hecho de estar en este edificio, ubicado en el parque de Montjuïc y con vistas a la ciudad, cambia totalmente tu actitud.
— ¿Por qué?
— Ahora hace siete años que estoy aquí, pero cada vez que subo la rampa de la entrada de la fundación tengo una sensación de elevación. Es una rampa muy ligera, no es ni una subida, pero te eleva un poco. Y, cuando llegas a las puertas, a través de las diferentes capas de ventanas, ves directamente, antes de entrar, la ciudad de fondo. Cada día siento que entro en un espacio de calma. Hay serenidad y, al mismo tiempo, un bullicio efervescente de ideas y creatividad, con unas posibilidades infinitas para crear nuevos posibles futuros. Una integración de todo lo que hay dentro de la fundación con todo lo que hay fuera; detrás nuestro, está el parque y, delante nuestro, la ciudad. Esta relación es muy potente, porque nos encontramos aquí, en Barcelona, para su ciudadanía y para la gente que viene de fuera a conocernos mejor. Todas estas relaciones están muy presentes.
— ¿Qué obras hay que proteger más del sol?
— Depende de su naturaleza. Un tapiz es muy sensible a la luz directa, pero una escultura no lo es tanto. Un grabado o una obra sobre papel son muy sensibles, mientras que una pintura al óleo lo es mucho menos. Por lo tanto, para valorar la apertura de nuevas ventanas, tenemos que trabajar mucho también las relaciones con el espacio. De cara al año que viene, en primavera, abriremos el acceso al jardín de los cipreses para continuar con esta integración de los espacios de dentro con los de fuera y crear más conexión. Entras a la fundación y puedes salir a ver la ciudad. Hay entradas y salidas por todas partes. Es una apertura visual y experiencial.
— Todo esto con la celebración del primer medio siglo de la fundación de fondo.
— El hecho de llegar a los 50 solo puede significar una cosa: las cosas ya no son las mismas que hace 50 años. Estos cambios los estamos implementando para ayudar desde la fundación a las necesidades del momento y para trabajar para el futuro. Siempre pensamos que estamos aquí para la gente del mañana, no para la del pasado. La transparencia y la apertura son valores que también son muy significativos porque nosotros celebramos 50 años el mismo año que se cumplen 50 años de la muerte de Franco. Nuestra vida y la de la España democrática coinciden. Este vínculo con la sociedad es muy importante para nosotros.
— Y ahora Miró en Japón.
— Miró lo visitó en 1966 para hacer una gran exposición retrospectiva en Tokyo y Kioto. Después volvió porque le encargaron un gran proyecto para la Exposición de Osaka de 1970, donde hizo un mural cerámico enorme que hoy se encuentra en el Museo Nacional de Arte de Osaka. Esta es la conexión física entre Miró y Japón. Pero todo esto empezó mucho antes porque a Miró le interesaba mucho el pensamiento asiático y el budismo zen. Cuando él visitó el país acumulaba una curiosidad de casi tres décadas. El primer libro dedicado íntegramente a Miró que se publicó en el mundo lo escribió un poeta y artista japonés en los años 30. Vistos todos estos contactos entre Miró y Japón, es absolutamente sorprendente poder hacer la exposición más grande que se haya hecho en Tokyo desde 1966. Que en todo este tiempo no se haya organizado ninguna muestra tan importante es un milagro. Pero también quiere decir que hay una curiosidad enorme por ver la obra de Miró.
— Antes hablaba de Montjuïc y se acerca el centenario de la Exposición Internacional de 1929, con todos los cambios que se esperan.
— Es una gran oportunidad para nosotros. Fira de Barcelona es consecuencia de esta gran exposición y la visión que se tenía hace casi 100 años ya era la de abrir la ciudad al entorno natural. Si coges el tren desde el Maresme o vienes del sur, Montjuïc es esa roca que ves en el horizonte. Cuando estás aquí y miras como crece Barcelona, no solo la ciudad sino toda el área metropolitana, Montjuïc se está haciendo cada vez más y más céntrico. Para mí, se encuentra en el centro de la ciudad y con los años que están por venir lo veremos aún más. Este espacio verde de aquí es una riqueza enorme para Barcelona, una ciudad que no tiene tanto verde. Montjuïc es el Central Park de Barcelona.
— Y siempre dice que no es una montaña.
— No lo es, incluso, no llega a ser una montaña a nivel geográfico. Es un pequeño collado, pero sobre todo es un parque. Tenemos muchas instalaciones deportivas, científicas y culturales… La diversidad de la oferta es muy importante, así como la biosfera. ¿Qué necesitamos? Que la comunicación funcione muy bien. Los visitantes llegan en transporte público y queremos que funcione bien, con más frecuencias, pero también que la gente tenga la confianza de que se puede llegar en transporte público. Tenemos un autobús circular que va de plaza Espanya a todos los equipamientos. Es el 150, ¿por qué no se llama el “Bus cultural de Montjuïc”? Pero hay otras cosas. Por la noche, el parque está muy oscuro. Se tienen que arreglar muchos caminos y se tienen que clarificar. Todo el mundo tiene que poder venir con dignidad, en invierno no puede ser que la gente tenga miedo de salir por la tarde. Las percepciones son muy potentes. Por eso, cuando se llama montaña, parece como si fuera una excursión y no ayuda. Aquí no necesitas botas ni una tienda de campaña. Es un pulmón verde que nos hace respirar de una manera diferente.