Convenientemente explicados a través de códigos QR, por todo el establecimiento encontramos cántaros de diseño exagerado, de cómic; grandes cuadros desenfadados y veraniegos, alegres, coloridos; otros más pequeños, en blanco y negro, más policíacos e intrigantes; botes, cuencos y tazas de fondo blanco y trazo coloreado; perros —sí, claro, muchos perros—; platos cuadrados en forma de cuadro enmarcado; escenas cotidianas o de película; cartas, copas, botellas, luces, contraluces, en el restaurante Speakeasy; dos impresionantes murales en la sala Marie Brizard, uno claramente cubista y el otro más cercano a una viñeta de cómic; pantallas con animaciones; esculturas que dan la bienvenida en la entrada; e incluso uniformes para los camareros con diseños de Mariscal. Todo un homenaje.

También encontraremos un cóctel tematizado, el cóctel Mariscal, con explicación del proceso creativo incluida: búsqueda de colores vivos, detalles orgánicos elegantes, base cítrica mediterránea con notas verdes locales, con calidez y dulzor sutiles y un toque de fruta exótica. Alegría, optimismo y “chispa”. En definitiva: clementina, yuzu, limón amarillo, bergamota, licor de ají y whisky ahumado. Admito que la combinación tiene un regusto mariscalero innegable.
Javier de las Muelas explica que la costumbre de los bares, la cultura del bar, es muy “nuestra”. Precisa que eso significa muy española, es decir, muy suya, y la reivindica como una tradición que intenta imitarse bajo el concepto de tardeo, pero que ya estaba inventada desde hace tiempo. Se conocieron con Mariscal de jóvenes, cuando éste estudiaba medicina y acababa de llegar de Valencia. De las Muelas se remite a la época del primer Gimlet en el Borm, y a la intención que tenía entonces de acercar la cultura del cóctel a la juventud de la época. Mariscal se apoya en ello para remarcar que De las Muelas lo salvó de la vulgaridad en el beber: que enseñó a aquella generación a beber correctamente, que eran “unos hippies drogados” (sic), y que con él aprendieron a limitarse a coger “el punto”. Hoy en día (sic), está tan mal visto drogarse (sic) como decir que una chica tiene “unos buenos melones” (sic).
De las Muelas se quedó sorprendido al ver tanta obra guardada en el taller de Mariscal, y decidió colocarlo todo en su establecimiento
El diseñador del Cobi, que despertó tantos gustos contrapuestos (el mío aquí no importa), define Barcelona como una ciudad de la libertad. Una ciudad culta y muy mestiza, donde puedes pensar como quieras. Entiendo lo que quiere decir cuando afirma que la gente puede ser independentista y no pasa nada, aunque dicho así objetivamente no sea cierto, pero sí se entiende la apelación al espíritu libertario, liberado, libre, liberador que conserva la ciudad pese a los contextos. El próximo president de la Generalitat, afirma, podría ser “un moreno del Empordà” (sic).
En cuanto a la exposición en el Dry (una “catedral” de la cultura del bar), De las Muelas se quedó sorprendido al ver tanta obra guardada en el taller de Mariscal, y decidió colocarlo todo en su establecimiento. La idea surgió el día de la presentación de la exposición Hola Barcelona, el año pasado, con retratos de la fotógrafa Maria Espeus sobre la Barcelona de los ochenta. Son obras que ya existían entonces, aunque un par de ellas las ha realizado el autor durante el último año. “Pintar y dibujar están muy mezclados”, afirma el artista, y “últimamente estoy pintando mucho, porque tengo mucho tiempo”.

Mariscal reivindica la célula eucariota, que es la madre de todos (diga lo que diga la Biblia, deja claro), y a los ladronzuelos que él retrata pero que tienen mucha más bondad que el Tío Gilito de Disney, al que le tiene una manía especial. Pero también se reivindica como un artista cubista, o inspirado en el cubismo y el pop art, así como en las técnicas ceramistas que se usan desde hace miles de años y que ya existían antes del Homo sapiens.

De las Muelas, por su parte, reivindica el carácter cotidiano de las escenas y objetos de Mariscal: platos, ajedreces, de hecho todo eso que ahora se ve en las tiendas de los museos, él ya lo había hecho antes. Y el ritual del Dry se ha adaptado: el famoso cóctel se sirve con un cántaro y en una bandeja hechos por el artista. Uno diría que entrar ahora en el Dry Martini es como subirse a una máquina del tiempo hacia el 92, pero eso solo quiere decir que la marca de autor sigue siendo la misma de hace treinta años. Mariscal puede gustar o no, pero se reconoce a primera vista. La amistad de toda la vida, también.