Serrat Museu de la Cera
Joan Manuel Serrat posa con su nueva réplica en el Museo de Cera.

Un figura

Crónica de la inauguración de la nueva figura de cera de Joan Manuel Serrat en el Museo de Cera de Barcelona

Joan Manuel Serrat es un casteller de la Colla Jove Xiquets de Tarragona. Concretamente un tercio, de los que apenas sobresalen del folre y la soca, lo que ocurre es que él todavía no lo sabe. Tampoco sabe que comparte esta tarea con el Che Guevara, que le mira fijamente y lo coge por los hombros, como diciendo “a ti también te han reciclado, ¿verdad?”. Y es que ya hace muchos años que existe la figura de cera de Serrat, desde los inicios del museo en el año 73, y un servidor (que va al menos una vez al año desde que era pequeño) recuerda que entonces Serrat se encontraba en un comedor con vistas a Montserrat y que representaba el rincón de la cultura catalana junto con Núria Feliu, Jacint Verdaguer, Prat de la Riba y un “pastoret dels remences”. Ahora, el Museo de Cera de Barcelona ha cambiado de arriba abajo y ha decidido relegar al antiguo Noi del Poble Sec como casteller mientras, hoy, el cantante en persona presenta su nueva figura.

El objeto en cuestión se encuentra tapado con una especie de gran burka granatosa, en medio del pasaje de la Banca, casi parece que hayan secuestrado a alguien si no fuera que Serrat habla por teléfono en una esquina y van llegando invitados (amigos) como Xavier y Fede Sardà, hermanos reales, y Toni Cruz y Tatxo Benet, que, aunque mucha gente les confunda y hayan decidido vestirse de azul y blanco (precisamente igual que Serrat), no son hermanos. Me confirma el cantante que él nunca había venido al museo, que no sabía que tenía una figura desde 1973, y que la idea de tener una réplica de cera es como tener un hermano gemelo pero sin tener que pelear.

Cuando le descubre la sábana, aparece un Serrat que ni de coña es un gemelo sino en todo caso un hermano mucho más joven: como el de la figura del 73, pero más estilizado y sobre todo mejor vestido (el cantante confiesa que es ropa de armario, de las piezas que dieron a una subasta solidaria y ahora han sido recuperadas por el museo). Han querido inmortalizarlo en su época de Mediterráneo, justo cuando estaba a punto de comerse el Atlántico y el Pacífico. Por eso se hace extraña la foto, porque ya hace muchos años que tenemos en la retina la imagen de un Serrat con nostalgia en la piel y tembleque en la mirada. El cantante juega con su yo de juventud y se esconde detrás, como delegándole todo el trabajo. Pero, aunque diga que el museo va a gustar sobre todo a sus nietos, sabrá en todo momento poner una sonrisa de niño maravillado. Son muchos años y es todo un profesional.

Me explica que lo de retirarse en diciembre es, “por ahora, una decisión firme” y “dentro de lo que se puede estar seguro”. Vale, pero me confiesan por el otro lado que no las tiene todas porque se lo está pasando demasiado bien. En cualquier caso, lo que me subraya es que es una decisión personal y que no le ha venido por ninguna circunstancia externa. De acuerdo. Mientras hacemos el recorrido (saludando al Serrat casteller y después al Copito de Nieve, Neruda, Franco, Picasso o los piratas de un barco donde veo que la antigua figura de Serrallonga ahora es un bucanero sin nombre), me dice que él no sabría llamarse ni músico ni poeta sino que él es alguien que hace canciones, que nunca se ha planteado hacer un libro de poesía, ni una gran obra musical, sino que la canción le da el tamaño exacto de su expresividad. Con los años, explica, la técnica se le ha desarrollado por este lado y es su forma de expresión: ya hay gente que sabe pintar (pasamos por delante de Dalí), o cocinar (justamente nos encontramos delante de los Roca, Adrià y Ruscalleda), y cuando piensa en un tema, aunque pudiera hacerse un relato literario o musical, no tarda mucho en derivarlo siempre hacia la forma de canción. Y aquí lo tenemos finalmente, colocado por arte de magia en la sala principal y junto a un Elton John que saluda desde el escenario, dando la espalda a los Beatles y sentado con un micrófono cantando para Adele, Rosalía y Michael Jackson: Joan Manuel Serrat.

Mientras Sardà (Xavier) se inmoviliza haciendo ver que es de cera, y Sardà (Fede) hace bromas de últimos asientos del autocar, le lanzo la reflexión sobre el hecho de que todavía en el año 2022 no haya forma que España presente una canción en catalán en Eurovisión. Quizás el problema no era (ni es) Franco, ¿no cree? Me responde que también le cuesta entenderlo, aunque el año pasado casi ponen unas cantantes en gallego, ¿verdad? Verdad. Me cuenta que, tras el agujero eurovisivo del 68 al 80 y pico, se decidió designar a las canciones candidatas por votación popular. ¡Pero que entonces salió Chiquilicuatre (ríe)! Y después de ese susto, y de modular los criterios de selección sin someterlo al 100% a votación popular, tampoco ha resultado nunca que se designara una canción en catalán. Ni de una forma, ni de otra. Quizás es que no hay manera, le digo. Quizás sí, me reconoce. Y quizá incluso, le añado, tenía algún punto de razón ese director de TVE que tuvo que vetar su Lalalà cuando le dijo que debía decidir si sería un cantante universal o provinciano. Pero no, aquí tampoco le pillo: leemos literatura japonesa y polaca, ninguna lengua impide nada, ni siquiera ganar un Nobel. Ni siquiera formar parte de una pequeña y desdichada tierra (me dice, evocando Espriu) impide nada. Como estoy hablando con un cantante que se hizo grande sobre todo expandiéndose hacia las Américas hispanas, y en castellano, me quedo con la duda. Qué le vamos a hacer si esta provincia tiene tan difícil escapatoria. Qué le voy a hacer, si yo nací en el Mediterráneo.

Finalmente se toma unas últimas fotos con Toni Cruz, director artístico del museo, y acabamos hablando de Barcelona. Mil cares té Barcelona, ​​cantaba él, pero le pregunto si la Barcelona de hoy es la que se le da la espalda o la que le da la mano. Echa un discuso sobre las mil facetas que tiene Barcelona, ​​su pluralidad, su evolución constante, que hace que de repente la encuentres un poco extraña. Esto no es malo, me dice: significa que está viva. Pero el riesgo es que el mundo del dinero y de la especulación, lamenta, le estropeen la personalidad. La realidad, me dice ya detrás de una mesa y una cerveza, siempre guarda mucha distancia con los sueños, y entonces su trémolo de voz casi se me contagia al alma. Acaba matizando que existen iniciativas de emprendedores de raza, como el nuevo Museo de Cera, que a su criterio muestran la mejor cara de la ciudad. Barcelona hace estas cosas, me dice. De esas pequeñas cosas, pienso mirando la figura de carne y hueso que me sonríe, que son grandes aunque te creas que las mató el tiempo y la ausencia.