Siempre conviene releer o descubrir a Joan Sales. Ha sido sobre todo durante la última década que Incerta glòria —su gran novela, una de las mejores sobre la Guerra Civil— ha vivido un resurgimiento en cuanto a su recepción y consideración dentro y fuera de Cataluña. El precario año institucional que se le dedicó en 2012 coincidiendo con el centenario de su nacimiento sirvió, a diferencia de la efeméride de Espriu, para regenerar a los lectores y activar un par de proyectos importantes.
Mientras la biografía de Montserrat Casals sobre el escritor se iba retrasando —no la pudo terminar: el cáncer acabó con su vida— llegó la adaptación teatral, dirigida por Àlex Rigola, que se pudo ver de mayo a junio del 2015 en la sala pequeña —detalle que no debería pasarse por alto— del Teatro Nacional. Esta primavera se estrenó su versión cinematográfica, dirigida por Agustí Villaronga, que condensaba en algo menos de dos horas las casi seiscientas páginas de la novela: desde el 2012 se vende por separado del epílogo —más fantasmagórico y elegíaco— de El vent de la nit.
Durante los últimos cinco años, además de reimprimirse con regularidad en catalán, Incerta glòria de Joan Sales ha disfrutado de una acogida remarcable en la traducción alemana, rumana e inglesa. Esta última fue elegida por The Economist como una de las diez publicaciones de ficción más relevantes del 2014.
Aun así, Incerta glòria todavía recibe, de vez en cuando, algún ataque reduccionista. Recientemente se ha pretendido descalificarla como si fuera una variante de Gironella. No lo podríamos entender como una crítica injusta porque —peor— es la constatación de un desconocimiento. Hay quien, desde un “a priori” todavía niega la notable calidad literaria de la novela de Joan Sales. Incluso se ha escrito que la prosa de Incerta glòria es mediocre. La consistencia formal y ética de la novela lo puede rebatir fácilmente.
A diferencia de un porcentaje importante de la ficción publicada en catalán entre los años cincuenta y principios de los setenta —la primera versión del libro, que ganó el Premio Joanot Martorell, es de 1956; la cuarta y definitiva, de 1971—, la prosa de Joan Sales es ágil, directa y actual.
Incerta glòria es un hábil combinado de ideas y emociones, en el que el autor sabe encajar la solemnidad desengañada de los monólogos de Juli Soleràs con el tono cristalino —de una inocencia encantadora— de las cartas de Trini Milmany y las tenebrosas descripciones de los pueblos aragoneses y del ambiente del frente por parte de Lluís de Brocà. Las conversaciones tienen una fuerza insólita. Las historias que los soldados se explican a veces hacen sonreír, como ocurre con el ataque de sonambulismo de Cruells que por poco que le cuesta la vida; en otras ocasiones ponen la piel de gallina, como en el relato del descubrimiento del cadáver de un asno durante las expediciones de Soleràs a una cala donde, de pequeño, espía a una pareja de extranjeros mientras se besan: intrigado por la hinchazón del animal, el joven lo pincha con un junco marino, y cuando lo saca, el agujero emite un ruido que es como el silbido de una “boca llena de saliva”, imagen tan perturbadora como el detalle sobre la boca del amante masculino, que tiene “unos dientes magníficos”, “blancos e insolentes como solo los tienen los perfectos cafres”.
Durante los últimos cinco años, además de reimprimirse con regularidad en catalán, Incerta glòria ha disfrutado de una acogida remarcable en la traducción alemana, rumana e inglesa. Esta última fue elegida por The Economist como una de las diez publicaciones de ficción más relevantes del 2014
En Incerta glòria, el horror de las momias de los frailes exhumadas por los anarquistas y expuestas alrededor del altar de un monasterio aragonés, simulando el último matrimonio oficiado en ese espacio sagrado —al novio “le han colocado un cirio” (…) de forma grotesca— convive con la conversión al cristianismo, “flotante y nebulosa”, por parte de Trini. Quien busque estampitas acríticas y cegadas en Incerta glòria no las encontrará: la fe, en todo caso, es atacada por el contrapunto salvaje no solo de la guerra, sino del intento de mantener una vida en pareja que es una ficción de una lacerante perversidad.
“Venimos de lo obsceno y vamos a lo macabro”, admite Juli Soleràs en más de una ocasión. Enigmático, idealista y contradictorio, Soleràs es el antihéroe del libro, capaz de deambular de un bando al otro mientras que Luis, en vez de pensar en Trini y en su hijo, se obsesiona por “el aura dolorosa” de Carlana. El desencanto —que arrastra desde pequeño, y que se evidencia simbólicamente a través del dolor de muelas— le permite poner en duda ideologías de partido y afiliaciones marmóreas. A estas alturas reducir un novelista de tantos matices —por más polémicos que se quiera— a la condición de ultracatólico o parafascista —por ejemplo— es tan sesgado que, por comparación con una literatura francesa que celebra la calidad más que la ideología, es como volver a un campo de batalla imaginario donde las balas verbales son disparadas a diestro y siniestro, sin ninguna justificación, y donde la víctima, sea del bando que sea, siempre es la buena literatura.