Carrer de la Rambla gairebé buit
LA RAMBLA ESPERA UNA REFORMA QUE NO LLEGA. ©Marc Lozano

La Rambla volverá a levantarse: cómo vencer la crisis del paseo de Barcelona

La pandemia ha despojado de turistas esta emblemática vía con fama mundial y ha reavivado su cara más ciudadana: los barceloneses vuelven a ir arriba y abajo cómodamente sin tener que desplazarse entre visitantes, e incluso pasean el perro o van a correr. Este es un recorrido por la Rambla que trata de hallar la manera de volverse a levantar del agujero donde la ha llevado el virus después de años de haberse vendido el alma al turismo, como reconocen los propios comerciantes.

La Rambla es de esos lugares que muchos barceloneses quieren y al mismo tiempo miran de reojo, como si de alguna manera ya tuvieran asumido en el fondo de su alma que este paseo ya no va con ellos. Sus razones tienen si se admite que ya hace mucho tiempo que los designios turísticos (y no los locales) son los que han marcado el pulso de esta vía de fama mundial. El Ayuntamiento busca que sea atractiva de nuevo para los vecinos con un tímido programa cultural a pie de calle y quiere retirar los puestos de los antiguos pajareros lo antes posible, pero deja la larga reforma urbanística para más adelante a pesar de que el proyecto ya está terminado. Algunas voces no entienden cómo es que el Consistorio no aprovecha para iniciarla ahora que se ha reducido tanto la actividad por la pandemia, mientras que otras avisan que solo con tocar la piedra no basta y que hay que diversificar la economía de la ciudad.

 

Para hacerse una idea de hasta dónde ha llegado este sentimiento ambivalente de amor-odio del barcelonés hacia el paseo basta con escuchar el relato de una escena que ha vivido recientemente uno de los pintores callejeros. “El otro día pasó una señora, se quedó mirando la parada y le dije: – ¿Le hacemos una caricatura, no? Y ella me contestó: – ¡No, no, soy de aquí!”, explica el pintor. Esto mismo se puede haber repetido infinidad de veces, al menos en la mente de muchos barceloneses, cuando caminando por el paseo les han ofrecido, a veces en inglés, sentarse en una terraza para tomarse un litro de cerveza y unas tapas a precios desorbitados, una imagen que, al menos temporalmente, no se está repitiendo por la pandemia.

En el mosaico de Miró se respira tranquilidad en un día de entre semana. ©Jordi Bes

La desconexión del vecino con la Rambla que se fraguó con el auge turístico, y que parecía no tener fin desde los Juegos Olímpicos de 1992, ha sufrido un frenazo en seco con la irrupción del coronavirus. Ahora la Rambla pasa los días trampeando como buenamente puede con el ánimo de sobrevivir. Son pocos los paseantes y hay muchas persianas bajadas, porque habrá a quien no le salga a cuenta abrir por la falta de visitantes de fuera, pero también por las restricciones para detener el virus. Resta así a la espera de que vengan tiempos mejores y de una ambiciosa reforma urbanística que el Ayuntamiento ya ha anunciado que no comenzará este 2021 porque, según argumenta, este año no hay dinero para ponerla en marcha. El argumento no convence a algunas de las voces más vinculadas al paseo, dado que el coste de la primera fase serían unos 10 millones de euros, un importe que no consideran inasumible aunque se esté en pandemia, y más teniendo en cuenta que está en juego el porvenir del paseo de Barcelona.

El argumento de no poner en marcha la reforma este año no convence a algunas de las voces más vinculadas al paseo, dado que el coste de la primera fase serían sólo unos 10 millones de euros

El concejal de Ciutat Vella, Jordi Rabassa, recuerda que en el mandato pasado se hizo un proceso participativo sobre el futuro del paseo “que pasaba por que sea más vecinal y menos turístico”. Según Rabassa, “esta reflexión era válida y sigue siendo válida, y este es el objetivo” con las intervenciones ya previstas. Este 2021 se trabaja con un triple objetivo: poner en marcha este mismo febrero la Ràdio Rambles, que emitirá desde una parada de flores en desuso, y durante el año otras actividades culturales (sujetas a las restricciones por la pandemia); aprobar el proyecto ejecutivo de la reforma urbanística también este febrero, y la retirada de los 11 puestos de los antiguos pajareros que venden souvenirs y helados, algo que el regidor ve prioritario. “No aportan ningún valor añadido y creemos que durante este año se podrán empezar a sacar”, asegura Rabassa. Este asunto está en los tribunales y el Ayuntamiento se escuda en una de las sentencias para sacar adelante la retirada, y con la cual se declaró nulo el convenio de reconversión de los pajareros como paradas de recuerdos.

Una reforma anhelada

De todas estas iniciativas, la más significativa es la reforma urbanística. Es una obra dividida en cinco fases de 18 meses cada una, de modo que, si se ejecutan sin solaparse, son al menos siete años y medio de trabajos. Entre las características principales de esta transformación figura la creación de varias plazas a lo largo de la Rambla para facilitar que el Raval y el Gòtic se den la mano y los vecinos hagan vida en ella (se prevé conseguir levantando la cota del asfalto de los carriles de coches), el ensanchamiento de la acera central (el sentido de bajada del tráfico hacia el mar perderá un carril, y al ámbito de Colón la Rambla se prolongará) y tiene elementos singulares e innovadores, como en el aspecto medioambiental (con el drenaje del arbolado, entre otros). Está previsto comenzar por el tramo más próximo a Colón, en la Rambla de Santa Mònica, pero en los planes municipales no entra iniciar obras este año. “Ahora mismo la disponibilidad presupuestaria no lo permite”, sostiene Rabassa, si bien garantiza que “la Rambla es una prioridad y a la que se pueda se hará”, pero no concreta cuando será.

Las floristas ya hace años que perdieron ventas con el auge turístico y ahora los barceloneses que pasean también pasan de largo. ©Jordi Bes

Los argumentos de Rabassa no convencen a Amics de la Rambla, que hace años que quiere una reforma, ni tampoco a la urbanista y arquitecta Itziar González, una de las principales responsables del proyecto de transformación de la Rambla (a través del equipo kmZERO ) y que fue concejal de Ciutat Vella entre 2007 y 2010 con el socialista Jordi Hereu de alcalde. Habitualmente se había hablado de que la reforma implicará una inversión de unos 35 millones de euros. A estas alturas el Ayuntamiento no revela si éste será el importe final a pesar de las preguntas que le ha trasladado este medio, pero, según los últimos cálculos vinculados al proyecto ejecutivo a los que ha tenido acceso The New Barcelona Post, se elevaría a 44,4 millones: las fases primera, segunda y cuarta rondarían los 10 millones (10, 10,5 y 10,2 millones, respectivamente), mientras que la tercera se quedaría en los 5,4 millones y la quinta en los 8,3 millones. Para hacerse una idea respecto a un proyecto que sí que se quiere iniciar este año: las obras de urbanización del tranvía por la Diagonal entre Glòries y Verdaguer se prevé que le costarán 56 millones al Ayuntamiento y se ejecutarán en dos años.

Así que, en la Rambla, ¿cómo es que el Ayuntamiento no saca adelante al menos una primera fase de 10 millones? Varias de las fuentes consultadas sugieren algunas hipótesis, como que el Gobierno municipal de BComú i el PSC encabezado por Ada Colau no se siente suya la reforma, que es un proyecto ambicioso que hace respeto sacarlo adelante o incluso argumentan que hay algún elemento que se les escapa que le está poniendo freno. Entretanto, en frente del Liceu, sobre el Cafè de l’Òpera, cuelga un gran contador luminoso que se va actualizando con los días que hace que se espera el inicio de la reforma urbanística de la Rambla desde que en 2016 se aprobó el plan especial de ordenación del paseo. Ya se acumulan más de 1.700 días desde entonces, para desagrado de Amics de la Rambla, que reúne a comerciantes y a algunos vecinos del paseo.

Un contador recuerda que hace más de 1.700 días que se espera la puesta en marcha de la reforma de la Rambla. ©Jordi Bes

El presidente de la entidad, Fermín Villar, lamenta que “el Ayuntamiento no tiene ninguna intención de hacer la reforma”, y lo ejemplifica con el hecho de que el presupuesto municipal “más expansivo de la historia” no incluya una partida para la Rambla. “Hay algún tipo de intención que no nos explican para no ponerlo en marcha“, sostiene. Mientras tanto, la entidad ha promovido una campaña para que los barceloneses bajen a la Rambla, si bien se ha visto deslucida por las restricciones por la pandemia y se está a la espera de que se suavicen para relanzarla. Mientras pasan los días, Amics de la Rambla pide concentrar fases, y pasar de las cinco en siete años y medio a un máximo de tres en cinco años “como mucho”, reclama Villar. Esto no está sobre la mesa. “No nos lo estamos planteando porque es una obra compleja”, detalla Rabassa.

Amics de la Rambla ha promovido una campaña para que los barceloneses bajen a la Rambla, si bien se ha visto deslucida por las restricciones por la pandemia

Quien se la conoce con profundidad es Itziar González, que ya comenzó a pensar en la reforma cuando era concejal en 2007. González tampoco cree que haya un motivo presupuestario detrás de no empezar aún la reforma. Más teniendo en cuenta que el proyecto ha sido informado favorablemente por todos los departamentos del Ayuntamiento y que el freno a la actividad motivado por la pandemia puede ser una oportunidad para iniciar las obras. “No entiendo por qué no lo hacen y, si es por cuestión presupuestaria, nos merecemos más explicaciones”, recalca, o sea, que se informe de cuáles son las inversiones o gastos que obligan a dejar la Rambla para más adelante. Asimismo ve un especial interés municipal para transformar el Eixample en detrimento de Ciutat Vella, donde reprocha que otros proyectos relevantes sigan en el cajón, como la reforma de la Via Laietana. La exconcejal celebra que, pese a todo, se ha avanzado en la transformación de la Rambla, pero no es muy optimista respecto a lo que queda de mandato, que se agota en 2023. “Me temo que si no lo hacen este año, no lo harán en este mandato “, admite.

Una de las antiguas paradas de los pajareros donde se siguen vendiendo productos para turistas. ©Jordi Bes

Así que la gran actuación de la Rambla a corto plazo puede limitarse a la retirada de las paradas de los antiguos pajareros, los cuales están dispuestos a negociar con el Ayuntamiento, pero no a irse a cualquier precio, según Mònica Trias, que desde hace años que es una de las caras visibles del colectivo de los antiguos pajareros. “Si tengo que ir a Europa, iré”, advierte, cuando se le pregunta si emprenderán acciones judiciales. Asegura que en el fondo no se les quiere sacar para ganar espacio de paseo, sino para poner terrazas de bar. “Me parece muy lícito que quieran crecer, pero no a costa de hacer daño a los que estaban antes”, avisa, y considera que sacar a los antiguos pajareros “no es más que una guerra comercial”. La retirada de sus paradas ya estaba prevista desde hacía tiempo y, respecto a si se deberá indemnizar a sus propietarios, Rabassa dice que se está estudiando desde los Servicios Jurídicos municipales y asegura que, “si se les debe indemnizar, se hará “. Ahora bien, otra cosa es el importe: no es lo mismo hacerlo para obligar al cese de la actividad original (venta de animales vivos) que no está permitida por ley que la presente de souvenirs, helados, turrones y venta de entradas.

En todo caso el activista Daniel Pardo, que es miembro de la Assemblea de Barris per al Decreixement Turístic (ABDT) y de la Associació de Veïnes y Veïns del Barri Gòtic, avisa que “pretender reformar la Rambla tocando solo la Rambla o alrededores no es real “. Insiste en que para “revertir dinámicas negativas” en el paseo se necesita una estrategia que pasa por “desturistizar la ciudad y su economía”, diversificando la economía y rebajando la presión turística. Lo ejemplifica con el hecho de crear plazas en el paseo. “Seguramente se romperá el flujo, pero los turistas vendrán igualmente a la Rambla”, defiende, y recuerda que “la Rambla se ha construido y vendido como símbolo, y la Boqueria es uno de los puntos que todo el mundo irá a ver”, sostiene. En el emblemático mercado, la actividad es floja, más aún cuando se intensifican las restricciones de la pandemia, y hay quien duda de que sea ahora el momento de iniciar la reforma. “Todo lo contrario. Si ponemos obras, ¿quién vendrá? Deseamos que se esperen a hacerla hasta que remonte la economía“, expresa Nuria, de la parada de verduras y zumos Diego i Nuri.

En algunos balcones cuelgan carteles que urgen a la reforma sobre algunos locales cerrados. ©Jordi Bes

Salir a ramblear

Mientras se está a la espera de que pase algo en la Rambla, no dejéis pasar la oportunidad de acudir a ella. Si sois barceloneses y aún no lo habéis hecho, bajad en la Rambla y disfrutad de ella paseando y observando, algo que el confinamiento perimetral municipal para frenar la pandemia no impide hacer. De gente hay, pero la justa como para no impedir que haya vecinos que pasean el perro o que acudan visitantes de otros barrios que caminan o la cruzan corriendo, en bicicleta o en patinete. También llaman la atención los múltiples riders que reparten comida a domicilio y que circulan por el asfalto. Las riadas de turistas hacían difícil que los vecinos pasearan por la Rambla, o al menos darse cuenta de que lo hacían, y de eso hace aún menos de un año. “Ahora han venido más barceloneses. Antes no veíamos, o tal vez no lo sabíamos“, cavila un trabajador de un quiosco de prensa, el cual comparte algunas reflexiones sobre el pasado, presente y futuro de la Rambla, pero pide no ser identificado porque de hablar con los periodistas se suele ocupar el propietario.

Si sois barceloneses y aún no lo habéis hecho, bajad en la Rambla y disfrutad de ella paseando y observando

“Con el turismo no nos dábamos cuenta de muchas cosas”, prosigue el quiosquero. Sí, los barceloneses han vuelto, y con ellos se han modificado sensiblemente los expositores del quiosco. Las figuritas y los platos con la Sagrada Família, los toros como si de un mosaico de Gaudí se trataran o las figuras de sevillana quedan inmóviles en los expositores. Ni los recuerdos del Barça se venden. Ahora los souvenirs han perdido protagonismo, y parte del lugar que ocupaban es para ofrecer algo “para la gente de aquí”: juguetes que agradan a los niños, unos de los grandes olvidados en medio del frenesí turístico que les impedía jugar en la Rambla. A pesar de que ha vuelto al visitante local, todo está muy complicado. En este quiosco cuatro de los cinco trabajadores han sido despedidos (ya no están ni en ERTE), y el negocio ha bajado entre el 90% y el 95%.

Hace meses que nadie se interesa por estos souvenirs que se exhiben en un quiosco de prensa. ©Jordi Bes

El trabajador que queda en este quiosco atesora una experiencia de 35 años en el paseo —llegó en los tiempos donde proliferaba la droga en la zona— y hace el cálculo: si son 10 quioscos de prensa en la Rambla, se están viendo seriamente afectadas quizás medio centenar de familias, o más. Y esto solo en cuanto a los quioscos. Con las restricciones contra la pandemia, que ahora están vigentes para la restauración o el fin de semana para los comercios, la Rambla se ha convertido en un espacio básicamente de paseo. Excepto farmacias, bancos, casas de cambio de moneda, algún restaurante que prepara básicamente comida para llevar o a domicilio, alguna tienda de souvenirs y poco más queda abierto en los laterales. Por ahora los únicos lugares en el exterior donde se puede sentarse a tomar algo en el horario permitido del mediodía es en la terraza del Cafè de l’Òpera y el Núria, o bien podéis adentraros al mercado de la Boqueria, donde se pueden comprar frescos o sentarse en bares como el mítico Pinotxo, donde ahora se respira tranquilidad entre semana.

La resistencia de la Rambla

En el tramo central sí que prosiguen con la actividad. Además de los quioscos de prensa, están abiertas las floristas, los puestos de los antiguos pajareros y hay unos pocos pintores y estatuas humanas. Representan la resistencia de lo que un día llegó a ser la Rambla, pero no esconden una mezcla de sentimientos entre el desánimo y la esperanza de que la llegada de la primavera y la vacuna lo mejore todo. Los pintores son uno de los colectivos que expresan su descontento con el momento, pero también con el trato que han recibido desde que hace una década se les restringió más su presencia en el paseo, y lo hacen con acciones: dicen que no se les deja estar en la Rambla por las medidas sanitarias, pero algunos se ponen igualmente. “Necesitamos comer”, expresan un pintor y una pintora, los cuales, como el quiosquero, tampoco son muy amigos de revelar su identidad.

La imagen habitual a principios de este 2021 es ver cerradas las amplias terrazas de los restaurantes de la Rambla. ©Jordi Bes

Reprochan que desde hace una década el Ayuntamiento ha centrado parte de sus esfuerzos sobre la Rambla a poner trabas. “Están buscando motivos para eliminarnos”, lamentan. Especialmente él añora la Rambla de los años 80 y 90, cuando “estaba divertida” con los pintores, los músicos callejeros y las estatuas humanas, pero desde entonces todos estos colectivos han quedado reducidos o han desaparecido, mientras que han proliferado los comercios dedicados a los turistas (como los de souvenirs) a costa de los de toda la vida. “¿Querían hacer aquí un Roca Village? ¿Otro Zara qué aporta para Barcelona?”, plantea ella, haciendo referencia a los grandes comercios de cadenas de ropa que también han recalado en el paseo en los últimos años. De Zara no hay ninguno, pero si un H&M y un Mango en lugares que en su día eran comercios emblemáticos, como la mítica librería Canuda.

Hacia el final de la Rambla, junto a Colom, está el espacio donde se ha relegado a las estatuas humanas. Hoy en día apenas se pueden ver un par, como Aníbal Bedoya, que se transforma en El Dragón de la Rambla. Antes de la conversación, y después de haberse hecho una foto con un niño, ruega dar un vistazo a cuánto dinero lleva hecho hoy. Por el diminuto agujero del gran bote donde se lo depositan se intuyen dos monedas de 50 céntimos y unos pocos céntimos más en total. Asegura que ahora solo hace unos 5 euros en cinco horas (20 o 30 euros en Navidad cuando se animó un poco la cosa), lejos de lo que podía llegar a hacer en la Barcelona abocada al turismo. Él hace de estatua desde 2008, tiene licencia desde hace una década y ahora, después de años de haber sido una de las imágenes de la Rambla, se plantea si dejarlo.

El Dragón de la Rambla sigue acudiendo al paseo, pero esta estatua humana duda de si podrá resistir. ©Jordi Bes

Como ocurre a tanta gente, nadie le ha preguntado si necesitaba algo y está tirando de ahorros. “Me siento como si me hubieran dejado solo”, confiesa, y se entretiene con algunas cavilaciones sobre el futuro. “Hoy antes de que llegaras tú estaba pensando en qué hacer”, reconoce, pero no deja de acudir al paseo. “Lo hago para no quedarme en casa, pero creo que esto no cambiará”, vaticina. Espera que hacia el verano se anime, pero tampoco las tiene todas. Entre las floristas, más de lo mismo, si bien con el agravante de que antes no se beneficiaban demasiado del turismo. “Ya estábamos mal, pero desde la pandemia estamos peor”, confiesa la florista Raquel Martí. “Las flores del turismo no vivimos”, recuerda, y los barceloneses “ya hace tiempo que dejaron de venir a pasear a la Rambla y comprar en ella”. Ahora sí que caminan, pero pasan de largo.

Volverá a renacer

Para explicar el divorcio de los barceloneses con la Rambla todo el mundo le atribuye la misma razón: abrazar en exceso el turismo. Los orígenes se remontan a la época olímpica. Desde entonces los visitantes comenzaron a incrementarse exponencialmente y a reducirse la atracción del paseo para los barceloneses, que perdieron las ganas de ir a comprar a la Boqueria. Esto junto con la sustitución de una parte representativa del vecindario de la Rambla y zonas adyacentes (especialmente el Gótic) y la proliferación de los alojamientos turísticos (como los pisos, legales e ilegales) hizo que quien iba a comprar el periódico o flores en el paseo también dejara de hacerlo progresivamente. El atentado yihadista del 17-A marcó un breve periodo incierto, pero no ha sido hasta la pandemia que todo el mundo se ha dado cuenta realmente sobre qué dirección había emprendido el paseo. Desde Amics de la Rambla, su presidente ya lo ha dicho públicamente y se ratifica para el The New Barcelona Post: “Nos pasamos de frenada”.

Una parada de de los antiguos pajareros que aún mantiene la fisonomía que tenían antes de dejar de vender animales. ©Jordi Bes

“Nos habíamos vendido el alma, ya lo vemos”, admite Villar, pero pide que todo el mundo haga autocrítica, y reivindica el papel de Amics de la Rambla al empujar para la reforma urbanística o el mantenimiento de los puestos de flores. Villar cree que es hora de mejorar “muchísimo la oferta”, sobre todo haciéndola atractiva para la gente de Barcelona, ​​y “reinventar” la actividad turística, pero no cortarla de raíz. “La Rambla volverá a ser la Rambla. Ahora lo que hagamos ahora dependerá qué visitante tendremos”, reflexiona. Es decir, que si no se hace nada avisa que volverán a proliferar la venta ambulante de cerveza, los locales cannábicos o la prostitución en la calle… “La Rambla en unos años volverá a estar llena de gente como en los últimos 300 años”, vaticina, si bien siempre es un reflejo de las tensiones sociales y ahora está “en coma”, admite. Por su parte, Mònica Trias, del colectivo de los antiguos pajareros, remarca que este paseo siempre resurge. “La Rambla es como el ave fénix, siempre vuelve a renacer, y se lo merece”, subraya. “Con todo lo bueno y malo que tiene, siempre defenderé a la Rambla canalla, siempre vuelve, siempre, es una de las maravillas de esta calle. Supongo que es gracias a la gente que la conformamos. Y la Boqueria, tanto que la critican, es de los mejores mercados. Qué lástima que esté demonizada de esta manera cuando es una maravilla“, concluye.



LOS INTENTOS DEL PASADO

En los últimos años no habían faltado de ideas para volver a hacer el paseo atractivo para los barceloneses, de iniciativa municipal o procedentes de otros ámbitos: limitar los pisos turísticos, poner freno a las tiendas de souvenirs o ganar espacio a costa de algunas actividades (de las estatuas humanas, como proponía el cronista barcelonés Lluís Permanyer, el cual opina que “la esencia de la Rambla es ramblear” y hay que desprenderse de lo que cierra el paso; las paradas de los antiguos pajareros o el tráfico). Más allá de si son o no las medidas acertadas, algunas han tenido una suerte desigual, si es que se han llegado a ejecutar nunca. Los souvenirs son una buena muestra: hace años que el Ayuntamiento limitó la proliferación de las tiendas de recuerdos, pero quedó la sensación de que la medida no tuvo demasiado frutos. Como ejemplos, los antiguos pajareros, que pasaron a vender souvenirs con el aval municipal, o la antigua camisería Bonet, que tiene una fachada única al estilo del modernismo vienés, transformada en tienda de figuras de Lladró, pero también llegó a vender souvenirs y camisetas de fútbol. De textil eran, pero no tienen nada que ver con lo que se ofrecía en la camisería.

La antigua camisería Bonet es de los establecimientos de toda la vida que han acabado dedicados al turismo. ©Jordi Bes
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