[dropcap letter=”C”]
atalunya aspira a recuperar el trono de las dos ruedas gracias a la movilidad eléctrica. Carlos Sotelo es el emprendedor que concentra todas las miradas para lograr este reto gracias a Silence, una compañía que en los últimos tres años ya ha puesto en marcha dos centros de producción de motos eléctricas en Molins de Rei y en Sant Boi de Llobregat y que ahora se postula también para ocupar en el futuro parte de la factoría de Nissan en el polígono de la Zona Franca si al final el cierre del fabricante nipón resulta inevitable.
El éxito de Silence en el mercado llena de optimismo a la industria catalana de la motocicleta, que lleva muchos años en declive y que se configura como un sector que puede ser clave para incrementar el tan necesario peso de la industria en la economía catalana.
TRADICIÓN INDUSTRIAL
Es bien conocido el dicho de que Catalunya huele a gasolina. La afición a las dos ruedas se remonta a hace más de un siglo, cuando en la comunidad se empezaron a fabricar los primeros ciclomotores autóctonos. Miquel Villalbí está considerado como el padre del sector, ya que fue pionero en la fabricación de motos en 1904, aunque se atribuye a la marca Simó, en 1924, la primera producción en serie, no solo en Catalunya, sino en toda España.
En esos felices años 20 nacieron marcas ya olvidadas como Salvador, Fusté, Lutétia, Pàtria y Alpha, pero fue a partir de la posguerra cuando se produjo el gran boom de la moto catalana, con la puesta en marcha de más de un centenar de fábricas por todo el territorio. Formaban parte de esa industria vanguardista de la moto catalana enseñas como Ardilla, Taber, Rex y Belfo, pero las que lograron poner los auténticos pilares del sector fueron las míticas Montesa, Ossa, Bultaco, Sanglas, Derbi y Rieju.
En pleno franquismo, en los años 50 y 60, ante la necesidad de desplazamiento de la población, la industria de la moto catalana brilló y era el líder absoluto gracias a la capacidad de emprendimiento local y ayudada también por el proteccionismo económico de la época.
Sin embargo, esa edad dorada, se esfumó al ganar protagonismo el coche y, especialmente, por la apertura de las fronteras, que supuso la llegada de las marcas y la tecnología japonesa, que fulminó prácticamente al sector. Así, en la crisis de los 80 desaparecieron firmas como Bultaco y Ossa y otras marcas míticas como Montesa pasaron a manos de los gigantes nipones, que supieron aprovechar el potente clúster catalán de la moto para ubicar en Catalunya sus fábricas europeas.
Así, Honda se quedó con Montesa y Yamaha con Semsa, heredera de Sanglas. Con los años también pasó a manos extranjeras Derbi, ya que la histórica familia Rabassa cedió el control de la marca ganadora de múltiples Campeonatos de Mundo de Motociclismo a la italiana Piaggio. Solo la gerundense Rieju se salvó de esa etapa convulsa, que también alumbró una nueva marca, Gas Gas, fundada en Salt en 1985 por dos ex-campeones de enduro, Narcís Casas y Josep Maria Pibernat.
La globalización, las deslocalizaciones y la crisis financiera de 2007 dieron la puntilla a la industria catalana de la moto. Así, en 2010 Honda dejó de fabricar en Santa Perpètua de Mogoda y en 2012 Yamaha cerró su fábrica de Palau-Solità i Plegamans. Piaggio hizo lo propio con Derbi en 2013 y trasladó la producción a Italia.
Actualmente, Rieju, propiedad de la familia Riera y,con planta en Figueres, fabrica unas 12.000 motos al año, con una facturación de alrededor de 25 millones de euros.
Por su parte, Gas Gas, tras suspender pagos, pasó a manos en 2015 de la compañía de motos eléctricas Torrot, impulsada por Iván Contreras y participada por el fondo catalán Black Toro Capital (BTC). Desde septiembre de 2019 la marca catalana de motos de trial está controlada en un 60% por la austríaca KTM, que ha garantizado al menos tres años de producción para la planta de Salt, donde también se ensamblan las motos eléctricas de Torrot.
SEGUNDA ETAPA
En este contexto, Silence se erige como la gran esperanza para que la industria de las dos ruedas recupere su esplendor en Catalunya impulsada por la enorme revolución que supone el impulso a la movilidad eléctrica y compartida.
La start up fundada por Carlos Sotelo nació en 2015 y el pasado año fabricó ya 8.000 unidades, con unos ingresos de alrededor de 30 millones de euros y la aspiraciœn de alcanzar las 20.000 unidades en 2020. Los principales accionistas de Silence son Repsol y Criteria (La Caixa), aunque recientemente Acciona ha negociado la compra de la empresa, que es la proveedora de las motos eléctricas de su emergente plataforma de movilidad, Acciona Mobility.
Silence se ha convertido ya en el líder en ventas en España y entre sus clientes estratégicos destaca Seat, con quien en noviembre de 2019 firmó un gran acuerdo para fabricar para la automovilística un e-scooter con un motor equivalente a una moto de 125cc de combustión y una velocidad de 100 km/h.
Según Sotelo, la pandemia del Covid-19 puede suponer una oportunidad para acelerar el impulso de la movilidad eléctrica, ya que los ciudadanos han visto cómo desaparecía la polución gracias al confinamiento. “Esta evidencia va a acelerar la transformación hacia una movilidad de cero emisiones; el cambio de modo de transporte va a ser una gran oportunidad, también para Silence”, ha afirmado recientemente Sotelo, que acaba de presentar un nuevo modelo de scooter eléctrico con una velocidad limitada de 45 km/h que amplía su target de usuarios, ya que puede ser conducida con licencia de ciclomotor.
Sotelo, sin embargo, piensa en grande y Silence ya trabaja en un modelo que le permita entrar en el mercado de las cuatro ruedas. Así, la compañía podría desarollar un coche eléctrico biplaza para ampliar su oferta y, para ello, podrían ser claves las instalaciones de Nissan en la Zona Franca, por lo que todas las Administraciones ya se han acercado a la compañía para extenderle la alfombra roja.