Hilarantes transformaciones desde la Jaula

La jaula de las locas, que protagoniza y dirige Àngel Llàcer, es una obra desvergonzadamente divertida. Un espectáculo que parodia y a la vez celebra el espectáculo, mostrando desde el humor la capacidad para transformarse sobre el escenario y llegar a ser uno mismo. La coincidencia de los opuestos, los desdoblamientos y juegos de espejos despiertan la risa de los espectadores gracias a un despliegue de medios visuales y sonoros que parece no tener fin en el Teatro Tivoli, y que eventualmente invierte la perspectiva más común acerca de la noción de “normalidad”.

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asado en la comedia de Jean Poiret, La jaula de las locas es un musical de Harvey Fierstein y Jerry Herman que se estrenó en Broadway en 1983 y pudo disfrutarse hasta 1987, con gran éxito de taquilla y reconocimientos en los premios Tony. Reestrenado en 2004, ganaría otro galardón, esta vez en la categoría “Mejor revival”. La sinopsis es sencilla, lo cual permitirá que los enredos se multipliquen y la trama alce el vuelo. Albin y Georges son una pareja homosexual que regenta La cage aux folles, cabaret de la Costa Azul donde programan números de danza y variedades.

Allí reina una atmósfera de apertura moral que difícilmente podrá ser tolerada por el futuro suegro de Jean-Michel (hijo biológico de Georges). Aquél, político del partido conservador, defiende un modelo de familia tradicional y se dispone a visitarlos junto a su mujer y Anne, su hija, para formalizar el compromiso de los jóvenes.

Una confrontación tan inminente e irreconciliable, a priori tópica, podría parecer poco interesante. De hecho, la película de 1996 Una jaula de grillos -basada en aquella obra de teatro, y protagonizada por Robin Williams- adolece de un ritmo cansino, al articular un cúmulo de situaciones falsamente imprevisibles. Pero nada de esto sucede en la versión de Àngel Llàcer y Manu Guix, por la frescura y calidad de las interpretaciones. Llàcer es el protagonista absolut@, ya sea como Albin, pareja de un Georges (Iván Labanda) con don de gentes, o transformado en “Zazà”, mientras que el mayordomo (Ricky Mata), histrión compulsivo, es el secundario más celebrado. Al desarrollo dinámico de la trama contribuye la música de cabaret en directo, que recuerda al ambiente desenfadado de las primeras décadas de jazz, con reminiscencias al Dixieland, también conocido como hot jazz.

 

Además de las actuaciones y la maravillosa interpretación musical (dirección a cargo de Andreu Gallén) cabe subrayar otros elementos de la puesta en escena especialmente efectivos, por ejemplo el “doble escenario”: por un lado, los números de baile, coreografiados por Aixa Guerra, se ofrecen al espectador como si en efecto se encontrara en el cabaret La cage aux folles, mientras que en otras ocasiones lo que se muestra en el Teatre Tivoli es el backstage del cabaret, desde el cual se vislumbra, al fondo y de forma simultánea, aquel otro escenario -el de La cage aux folles- con música y actuaciones en tiempo real. Ese recurso escénico permite contraponer la vertiente pública de los protagonistas, entregados al show, y la interior, en que el imposible entramado de relaciones afectivas se despliega sin control.

La risa del público se condensa y precipita, a medida que se acrecienta la tensión por la llegada inminente de aquel representante de un orden moral único y férreo.

Tramas paralelas o -mejor dicho- dos tipos de exhibición conforman la realidad de individuos nunca del todo atrapados en la jaula. Pues entran y salen del espectáculo para deleite de los espectadores, que son testigos de su día a día y de la transformación en el contexto burlesque (“si tengo roto el corazón, empiezo mi transformación, con solo un poco de rímel más…”, canta con desparpajo Albin/Zazà en su número de presentación). La risa del público se condensa y precipita, a medida que se acrecienta la tensión por la llegada inminente de aquel representante de un orden moral único y férreo, poco amigo de las ambigüedades, dobles lecturas o, por supuesto, transformaciones. Pero él mismo, futuro suegro de Jean-Michel y perfecta contrafigura de Albin, habrá de acceder a la transformación, como única salida al enredo final.

PIROTECNIA HUMORÍSTICA

Incluso si la mayoría de los asistentes saben que disfrutarán con la farsa, y se muestran de antemano ganados -palmas desatadas ya en el primer número musical, muy dicharachero pero de mera presentación- aquel individuo que pudiera no mostrarse especialmente motivado por el hecho de asistir a la función -allí se encuentra, haciendo de acompañante o por otro tipo de compromiso- también él, en gran medida, se ve invitado a aceptar la careta del carnaval o -lo que es lo mismo- a dejar caer la de su seriedad, en tantos casos coraza que nos protege ante lo desconocido o lo diferente.

El carácter burlesco de la función es asumido por los propios personajes, básicamente por el protagonista, que potencia hasta la exageración la forma bohemia de pronunciar la lengua de Baudelaire, poniendo el énfasis impéccablement en la interminable erre, que en fonología lleva el nombre de “rótica gutural”. Ya no es sólo que se refiera a su Georrrrrrrges -y abreviamos- con inequívoca afectación, sino que hace bromas tan explícitas que parecen incorporar la risa, que en efecto acaba despertando en los asistentes. Como cuando manifiesta, en uno de sus números cantados más lucidos que, aunque a primera vista puede parecer “un Ferrero Rocher” (por lo dorado, magnificente y pomposo de su vestido femenino), en el fondo es un “Kinder sorpresa”.

 

El espacio de reclusión de la Jaula de las locas es en realidad -abundando en la paradoja- la ocasión para la liberación a través de la fiesta, en que se producen efectos especulares, desdoblamientos e identificaciones a veces sorprendentes. Cuando se entera Georges de que su hijo se casa y repudia a la figura de Zazà como su madre, no duda en recriminárselo con palabras que confirman la humana tendencia a la descalificación: “Judas, traidor… ¡Heterosexual!”. Juegos de pirotecnia humorística delinean el carácter guasón y nada pretencioso de la función, siendo el chiste vehículo de verdades de otro modo incomunicables, como ya explicó Sigmund Freud en su célebre artículo, al afirmar que en broma se puede decir todo, hasta la verdad.

“Ay Georges, pero ¿qué hemos criado, un animal? Las serpientes viven juntas, macho y hembra, los gatos viven juntos, macho y hembra. Nosotros somos humanos, ¡sabemos más!”

Situaciones sólo aparentemente ligeras revelan desde una perspectiva nueva la existencia universal de prejuicios, lo cual permite tomar conciencia del carácter acostumbradamente tendencioso de la noción de “normalidad”. Al enterarse Albin de la futura condición civil de su hijo adoptivo tiene lugar una de las intervenciones más hilarantes, que pretende ser -en efecto- impecable desde el punto de vista de la lógica formal, pero que obviamente, como todos los asuntos humanos, revela una no menos comprensible parcialidad: “Ay Georges, pero ¿qué hemos criado, un animal? Las serpientes viven juntas, macho y hembra, los gatos viven juntos, macho y hembra. Nosotros somos humanos, ¡sabemos más! Pero si tu eres un chico… y ella es una chica… ¿de qué hablaréis?”.

CELEBRAR LA DIFERENCIA CON MICHEL (DE MONTAIGNE)

La obra que protagoniza y dirige Àngel Llàcer es desvergonzadamente divertida. Un espectáculo que tiene algo de parodia, siendo a la vez una celebración del espectáculo, de la capacidad para transformarse en escena y, con todo, ser uno mismo. La coincidencia de los opuestos despierta la risa, pues el despliegue de medios visuales y sonoros no parece tener fin. Incluso el que asiste por compromiso -o estando de mal humor, intuyendo que hoy sin duda no es el día para tirarse a la piscina de lo diferente o “meterse en la jaula”- se acaba sintiendo partícipe del show. Pues lo que se borra por un momento, a través de la magia de la risa, es la separación entre los que están afuera y los que están dentro. Anne, hija del político ultra-normativo, dice a Jean-Michel: “tienes tanta suerte de tener unos padres normales”. La parábola de la ficción y la falsa inocencia de la broma permite tomar conciencia de los estereotipos, adquirir perspectiva.

Y, con la perspectiva, el reconocimiento de que el otro, en el papel de “el diferente”, podemos estar representándolo también nosotros para otros. “Nada tan universal como la diferencia”, había señalado Michel de Montaigne ya en un remoto siglo XVI, en su ensayo Sobre la experiencia, tratando de rehuir asimismo los dogmatismos más operativos en su época y notando el poder de la costumbre. Y es que un individuo no sólo se distingue de sus semejantes, nunca del todo iguales, sino también de sí mismo, siendo “otro” en diversos momentos del día. El sujeto aparece como único, poseedor de una identidad en el documento que se acompaña de numeración y foto de carnet. Oficialmente se puede registrar y certificar el ser, pero no la cantidad de situaciones y afectos que experimenta en el curso de la vida, y a través de los cuales quizá no siempre se reconocerá con aquél.

La capacidad de reírse de uno mismo siendo otro, participando de posibilidades distintas, lejos de desubicar o corromper supone una recreación de la esencia mítica de la fiesta.

Esa diferencia intrínseca puede ser inquietante (el Doppelgänger de los literatos románticos) o todo lo contrario. La capacidad de reírse de uno mismo siendo otro, o participando de posibilidades distintas -extremas, incluso, como en La cage aux folles- lejos de desubicar o corromper recrea la esencia misma de la fiesta, desde tiempos inmemoriales: celebración que integra socialmente y hace sentir al individuo participe de la realidad, con una intensidad siempre nueva. La vivencia del presente, ajena a la gestión productiva del tiempo. “El mejor momento es hoy”, canta Llàcer, y progresivamente cada uno de los personajes. Como en los mejores musicales, se afirman a través de un espacio-tiempo mágico que la canción inaugura.