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Oculus, Nueva York, EEUU. Foto de Alex Iby

El congreso de futurología, una nueva visión en marcha

La lectura de la obra de Stanislaw Lem Congreso de futurología (1971) permite adentrarnos en ver nuestro futuro como si fuéramos ponentes de un congreso de futurología. Lo primero que podemos decir con entusiasmo es que estamos a pocos años de pasar las vacaciones en el espacio, en un satélite o en una nave que gire alrededor de la tierra. Algunos arquitectos plantearán, como ya se hace en el ayuntamiento de Chicago, crear un urbanismo equilibrado en lo que concierne al control de las bacterias.

El escritor polaco Stanislaw Lem publicó una estimulante distopía donde los sentimientos de los seres humanos son manipulados en el futuro. En el Congreso de futurología (1971) se discutía sobre la explosión demográfica hasta el punto de que, debido a ella, había tal exceso de futurólogos que casi no cabían en el congreso. El congreso estuvo marcado por manifestaciones, tumultos y violencia social contra el gobierno mientras se presentaba  un edificio volador de ochocientos pisos con maternidades, jardines de infancia, escuelas, tiendas, museos, zoológicos, teatros, cines, crematorios y, cómo no, cuarenta canales de televisión propios. La explosión demográfica se proponía “desalentar persuasiva y policialmente, deserotizar, instituir el celibato, el onanismo…”. Incluso uno de los profesores planteó que la siguiente fase de la civilización era el canibalismo.

“The futurological Congress” de Stanislaw Lem.

La lectura de la obra de Lem permite adentrarnos en ver nuestro futuro como si fuéramos ponentes de un congreso de futurología. Lo primero que podemos decir con entusiasmo es que estamos a pocos años de pasar las vacaciones en el espacio, en un satélite o en una nave que gire alrededor de la tierra. Algunos arquitectos plantearán, como ya se hace en el ayuntamiento de Chicago, crear un urbanismo equilibrado en lo que concierne al control de las bacterias. Los videojuegos se consolidarán como una realidad paralela en 3D como ya sugieren actualmente algunos expertos. La medicina dibujará un futuro donde nuestra esperanza de vida se elevará de la media actual establecida en 82,5 años en España a 120 años.

Los futurólogos empezarían el congreso anunciando un mundo mejor muy alejado de la visión catastrófica de Lem. Serían futurólogos que podríamos denominar tecnooptimistas, al trazar un futuro sin contradicciones. En el lado opuesto, un nutrido grupo de tecnopesimistas plantearían que el futuro, en sus diferentes derivas tecnológicas, cambiará negativamente la condición humana. Los agoreros, resistentes no tanto a los cambios como a la euforia tecnológica sin freno, plantearían los problemas de una Europa envejecida, incapaz de atender a sus mayores, con tan baja calidad democrática que afectaría a la libertad de expresión y a la circulación de las personas. Denunciarían la situación de indefensión de los ciudadanos ante las grandes corporaciones de comunicación que traficarán con los datos personales y el pasado de éstos. La robótica, los sensores, los drones y la vigilancia a través de nuestros móviles se verán como limitaciones de las libertades y no como una mejora de la seguridad.

Fotograma de la película “The congress” d’Ari Folman, una adaptación de la novela original.

El congreso de futurología quedaría dividido entre la posición de los favorables y la de los críticos; entre resistentes y colaboracionistas. Como ya ocurriera con el optimismo científico y tecnológico de finales del siglo XIX, los tecnooptimistas deberán convivir con aquellos que creen en los espíritus, como aquellos que utilizaban la fotografía para captar el aura. La diferencia es que entonces resultaba aún posible reconducir los males de una mala aplicación tecnológica, al incidir en un pequeño número de personas. Mientras que ahora un invento exitoso llega a todos las personas en cualquier lugar del mundo. El congreso debería preguntarse si la reducción de necesidad de trabajo humano frente a la evolución de la robótica supondrá más desigualdad social, o cómo se financiará el estado del bienestar, dónde fallarán las redes sociales, dónde empieza y dónde acaba la privacidad, qué implicará que ya no controlemos nuestros datos, cómo conseguirá limitar el monopolio del conocimiento, establecer los límites éticos de la manipulación genética, quién controlará los flujos financieros, quién controlará los conflictos y, en consecuencia, qué valor tendrá la diplomacia para solucionarlos. Actualmente, un congreso de futurología sería muy distinto al jocoso, incendiario y provocador futuro que narra Lem en su libro, pero en un aspecto coincidiría: en el hecho de que  miles de personas se manifestarían a sus puertas reclamando que los hombres fueran capaces de afrontar el presente antes de definir el futuro.