Cuesta llegar a la base del Orient Express Racing Team, pero la acogida es la mejor que ofrece cualquiera de los equipos participantes este año en la Copa del América. A primera hora de la mañana, ya está todo el mundo en marcha, con la música sonando en su gimnasio, con vistas al Hotel W y los ventiladores funcionando sin parar. Los franceses son capaces de encontrar fuerzas para sonreír y bromear hasta con el primer café del día, sin importar que el cielo esté un poco tapado y amenace con chispear. Como no podía ser de otra manera, llegan pedidos de Decathlon.
Fueron los últimos en apuntarse, con un nuevo equipo impulsado por los regatistas Stephan Kandler y Bruno Dubois, después de que el primero se enamorase de los barcos que vio en la anterior edición de la regata celebrada en Auckland y quisiese volver a probar suerte en la competición deportiva más antigua del mundo. Les ha tocado la zona más apartada, alejados del bullicioso Port Vell en el que se encuentran los neozelandeses o los suizos, muy cerca de donde atracan los constantes cruceros que llegan a Barcelona durante todo el año. Desde la plaza de las Drassanes, hay que caminar un cuarto de hora para llegar a sus instalaciones, pasando por la terminal de embarque de ferrys Transmed, con destino Baleares. Aunque algún bus agiliza el trayecto, la mayoría de los integrantes del Orient Express se mueven en bici, viviendo todos muy o bastante cerca, sobre todo en Paral·lel, pero también en el Born, el Gòtic, la Barceloneta o el Poblenou, barrios que hace tiempo que suenan a ciencia ficción para los barceloneses. Solo hay uno que llega en coche y es porque viene de Castelldefels.
Con el muelle adosado de fondo, su base queda justo por debajo del puente de la Puerta de Europa, por donde circulan los autobuses que acercan a los cruceristas a la ciudad para excursiones de pocas horas. Poco importa porque el Orient Express ha venido a jugar y a pasárselo bien, sabiendo darle la vuelta a todo lo que se les ponga por delante. Y sin olvidarse de recordar que, aunque ellos se estrenen este año, los equipos franceses son de los que más han participado en los últimos 50 años de la regata, solo por detrás de los estadounidenses y por delante de los neozelandeses. “Es verdad que estamos un poco alejados de todo, pero aquí lo tenemos todo. Nuestra base es la más grande de todas. Estamos en nuestra burbuja pero tenemos las mejores vistas”, dice con un muy buen castellano Alexander Champy-McLean, del equipo de comunicación, mientras señala a la Sagrada Família, la Catedral y Colón, “además, somos los únicos que vemos a todos los demás equipos cada vez que entran y salen del puerto”.
Para su día a día, el equipo francés ha alzado un total de seis edificios, la mayoría hechos a partir de contenedores marítimos. Unas instalaciones para un centenar de integrantes del Orient Express, con 17 nacionalidades y, aunque sorprenda de los franceses, el inglés como idioma oficial. En una superficie de 5.000 metros cuadrados encajada en plena trama portuaria, tienen espacio para las oficinas, el gimnasio, las duchas, la cocina, más de una terraza y, lo más importante, el taller donde se custodia su barco, muy parecido al del ganador de la anterior edición y organizador de la actual, el Emirates Team New Zealand. Los neozelandeses les han vendido el diseño de la tercera versión de su AC75 —con una longitud de 75 pies (unos 23 metros)—, ya que, sumándose tan tarde, los franceses no disponían del tiempo suficiente para hacerlo por su cuenta. Por ello, en el agua sonarán igual, a diferencia de otros como los estadounidenses que, directamente, ni se les escucha.
Como tenían espacio de sobras, hasta han podido construir una nave específica solo para las velas y el mástil. Esta última pieza es la que justifica que en cada base haya una grúa, necesaria para colocarlo. Es también donde se cuelga, obligatoriamente, la bandera cuando el barco está en el mar, con un tamaño proporcional al ego de cada una de las naciones participantes.
Preocupados por la sequía, ahora más apaciguada pero un gran problema hace un año, cuando se instalaron en Barcelona, los franceses han instalado un sistema para reutilizar el agua, además de medidas para reducir el consumo, con unas duchas que se ponen de color rojo si se gastan demasiados litros. Tal y como indica la responsable de Logística y Sostenibilidad del Orient Express, Emilie Lorens, aprovechan el agua de la lluvia —cuando hay—, las duchas y el aire acondicionado. Se acumula en tanques hasta que se pasa por un filtro, elaborado por la empresa francesa de gestión del agua Saur, con lo que luego se puede volver a usar para tirar la cadena o limpiar el barco. También tratan las aguas negras —cocinas y lavabos—, con una parte pudiéndose devolver al mar después de haberla purificado con bacterias.
Si en el gimnasio los regatistas entrenan una hora cada día, nada más llegar a la base sobre las 8 de la mañana, la actividad no decae tampoco en el taller, con 60 trabajadores dedicados al cuidado y la supervisión del barco. Prepararlo para salir al mar lleva su tiempo, por lo que los operarios se ponen pronto a dejarlo todo listo. Solo para los foils, esas alas acuáticas que consiguen hacer que las embarcaciones de la Copa del América vuelen, tres trabajadores se dedican cada día a lijarlos y pintarlos. Y, por si acaso, se les echa una manguera antes de meterlos en el agua. No puede quedar ni una mota de polvo porque es la única parte que está en contacto con el mar y tiene que estar lo más pulida posible para ser los más rápidos.
A medida que el barco se va poniendo a punto para salir a entrenar o competir, según el día, los regatistas se reúnen con sus correspondientes entrenadores y equipo técnico, entre los que hay analistas de datos, para preparar la jornada. Aquí los preparativos se multiplican por tres, con el equipo masculino, el juvenil y el femenino, con casi 30 deportistas en total. Con una hora para cambiarse y comer, avanzando el horario francés y haciéndolo a las 11 de la mañana, cuando llega el mediodía, toca echarse al mar. Unas cuatro horas en la franja más calurosa del día, así que mangas largas, cascos y mucha crema solar, agradeciendo que el Orient Express haya pintado la parte superior del barco de blanco, a diferencia del negro de otros equipos. “Vemos como les echan agua a los demás para refrescarlos. Así que podría ser peor”, señala uno de sus ciclistas, Antoine Nougarède, un ingeniero de la compañía ferroviaria SNCF que venía de competir en campeonatos internacionales de remo. “Acabas cansado y con un poco de dolor de cabeza, pero, con el viento y la velocidad, no notas tanto el calor”, añade.
Muchos son los remeros como Nougarède que ocupan la posición más desconocida de los barcos de la Copa del América. Con ocho tripulantes por equipo, hay dos regatistas dedicados a tomar el timón (helmsmen), dos más a desplegar las velas (trimmers) y cuatro ciclistas (cyclors), encargados de generar la energía suficiente para mover el barco, teniendo que hacer cambios cada hora dada la intensidad de su posición. Entre los ciclistas, también hay crosfiteros y, en el caso del Orient Express, está Maxime Guyon, primer francés en convertirse en el campeón mundial de esta popular disciplina en 2021, además de gendarme durante 22 años y licenciado en Contabilidad. En redes, como señala Nougarède, leen comentarios que comparan a los ciclistas de la regata con esclavos, pero él se siente afortunado de poder trabajar practicando deporte, aunque le toque la parte más dura. “Lo disfrutamos muchísimo, las sensaciones en el barco son muy fuertes. Además, en nuestro caso, cuando se acaba el entrenamiento, ya está, mientras que el resto de tripulantes se dedican a analizar cómo ha ido todo y tienen que quedarse más rato”, remarca.
Está claro que en la Copa del América se trabaja mucho, alargando las jornadas hasta la madrugada si algo falla en el barco, y se libra poco, entrenando todo lo que se pueda y reduciendo los fines de semana. “Cuando tenemos un día libre, aprovechamos para limpiar la casa, hacer la compra e intentar tener una vida normal”, dice Champy-McLean, quien se ha mudado aquí con su novia, diseñadora gráfica del equipo, “es una pena estar en Barcelona y no poder pasar más tiempo descubriendo la ciudad”.
Le pasa lo mismo a Nougarède: “No estoy teniendo tiempo para hacer turismo. Ya estuve en Barcelona hace diez años y vi lo más importante, así que cuando tengo un par de días sin entrenos prefiero salir de la ciudad”, apunta, habiéndose ido a Montserrat e Ibiza porque le resulta más fácil desconectar. En el Orient Express tienen un grupo de WhatsApp para salir a correr o ir al rocódromo, aunque a los ciclistas cuesta verlos ahí. “Cuando no entrenamos, solo queremos recuperarnos. Estamos demasiado cansados para ir a jugar a pádel”, sostiene. Él prefiere quedar con los demás para tomar algo.