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i un compositor está inyectado para siempre en el cerebro de los que nacimos en la década de los setenta, este es Claude Debussy. Planeta imaginario, uno de los primeros programas juveniles que emitía TVE el sábado por la mañana en catalán, tenía como banda sonora su Arabesque número 1, una melodía ondulante que invitaba al ensueño y que hoy suena en mi móvil cada vez que me llaman. Debussy también está detrás de uno de los ballets más rompedores de principios de siglo XX, el Prélude à l’après-midi d’un faune. En esta pieza, un poseído Nijinski escandalizó al público del Théâtre des Champs-Elysées de París al esbozar un gesto de onanismo. Luego también está el Debussy de Pelléas et Mélinsande, una ópera de inspiración wagneriana que fascinó a un coetáneo suyo, Marcel Proust. Uno de los personajes de A la búsqueda del tiempo perdido, Madame Verdurin, luce ojeras por Debussy, que le provoca una adicción “más fuerte que la cocaína”.
Entre las facetas del considerado aún hoy, cien años después de su muerte, un músico misterioso —hay escuchar sus Ephigraphes antiques— y fuera de la norma —La Chute de la Maison Usher—, quizá la que menos se conoce es la de crítico musical y teórico. Fue en el pequeño municipio bretón de Bécherel, paraíso de los literatos, que hace unos años cayó en mis manos Monsieur Croche Antidilettante (Gallimard, 1926), de Claude Debussy. La primera edición es de 1921. El volumen recoge las críticas que el compositor hizo entre los años 1901 y 1914 de forma intermitente en varias publicaciones. Comenzó con La Revue Blanche y luego escribió para Gil Blas i S.I.M. Pero Debussy —amigo de Mallarmé, Rimbaud y Verlaine— no se limitó a escribir críticas convencionales. Se sacó de la manga un personaje, el señor Croche (Corchea), con el que dialoga para exponer su estética. Antidiletante es la “profesión” de este opinador incisivo, asmático y noctámbulo: “El señor Croche ama la música y este es su principal tema de conversación. Para él la música no es ninguna diversión fantasiosa, sino un asunto serio”. Más adelante, Debussy lo evoca como un amigo a quien ha perdido de vista: “Hablaba muy bajo, no reía nunca, a veces subrayaba su conversación con una sonrisa muda que empezaba por la nariz y arrugaba toda su cara como el agua calma donde se lanza una piedra”.
El señor Croche arremete contra el público por su “indiferencia” y los “especialistas”, a los que califica de cortos de miras. ¿La música? Intenta olvidarla porque le molesta a la hora de escuchar la que aún no conoce. “Intento ver, a través de las obras, los movimientos múltiples que las han hecho nacer y lo que contienen de vida interior”. Croche defiende les “impresiones”, un concepto que le deja “la libertad para preservar su emoción de cualquier estética parasitaria”, y recrimina a los músicos no prestar atención a “la música que está inscrita en la naturaleza”. “No deben escucharse los consejos de nadie, sino el viento que pasa y nos cuenta la historia del mundo”. A pesar de su sabiduría, Croche desaparece al cabo de tres crónicas y es Debussy quien toma la palabra. Sorprende su método: ¿Se puede silbar o no se puede silbar una partitura? Este es su baremo para separar a los buenos de los malos compositores. El “gran” Bach, por ejemplo, no se puede silbar; Wagner, sí. Saint-Saëns, Massenet… no son santo de su devoción, mientras que R. Strauss lo seduce porque “hay sol en su música”, sin olvidar a Mussorgsky, su ídolo. “Hoy en día la música sirve cada vez más de acompañamiento a anécdotas sentimentales o trágicas”, se lamenta. En cambio, considera que hay que renunciar a los “desarrollos parasitarios que estropean bellas cosas” y liberar a la música de ciertas “manías de forma”. “No se trata de cargar los ecos que se repiten con un repique excesivo, sino de aprovecharlos para prolongar el sueño armónico en el alma de la gente. La colaboración misteriosa de las curvas del aire, del movimiento de las hojas y del perfume de las flores se cumple, ya que la música es capaz de reunir todos los elementos en un entendimiento tan natural, que parece participar de cada uno de ellos.”
Achille-Claude Debussy murió el 25 de marzo de 1918 víctima de un cáncer a los 55 años, olvidado de todos y sin ver el final de la Gran Guerra. Su semilla impresionista sigue viva en compositores del siglo XXI, como la finlandesa Kaija Saariaho. Quizá por eso uno de sus artículos, “L’oubli”, nos interpela más que nunca: “No tengo ninguna intención de contribuir a la historia de la música. Solo quería insinuar que quizás estemos equivocados si siempre tocamos las mismas obras, ya que puede hacer creer a la gente que la música nació ayer, cuando en realidad tiene un Pasado del que deberían removerse las cenizas: estas contienen la llama inextinguible a la que el Presente siempre deberá una parte de su esplendor”.
Imágenes destacadas:
1. Retrato del músico Claude Debussy. Junio de 1908. Foto de LIFE Photo Archive
2. Págino del libro The dilettante Hater, de Monsieur Croche.