Cuentan que cierta vez un chamán inuit, tocando un tambor como es ritual, entró en trance y su alma comenzó a deambular por la aurora boreal, esa descarga loca de luces de colores que fascina a quienes la ven. Allí se encontró con unos haces de luz que resultaron ser espíritus jugando con una bola, que a su vez resultó ser el cráneo de una foca… Y la historia continúa. Son muchas las leyendas de los inuit sobre las auroras boreales. Los occidentales, en cambio, hace tiempo que concluimos mediante la ciencia que este fenómeno del cielo nocturno no era más que los destellos intensos y frecuentes que producen las partículas solares al chocar con la atmósfera terrestre. Punto final. Quizá nuestra ciencia sea superior. Pero quizá podamos aprender algo de una cultura que convive en un punto de equilibrio con el cielo, el duro clima polar y la naturaleza.
La palabra inuit significa ‘pueblo’. Ellos rechazan que se les llame con el término esquimales (‘comedores de carne’) que consideran despectivo. La relación de los inuit con el cielo es muy especial. Desde Groenlandia y los pueblos canadienses y estadounidenses que habitan, las estrellas se ven con especial fuerza y las auroras boreales toman el cielo con un aire misterioso y encantador.
Desde la terraza del Observatori Fabra, en la montaña del Tibidabo de Barcelona, sin embargo, las luces de la ciudad se despliegan con vehemencia y a veces, a simple vista, es difícil hasta divisar la Osa Mayor. Pero en las Cenas con Estrellas, organizadas por Sternalia e impulsadas por la Obra Social ”la Caixa”, además de degustar nuevos sabores ante una de las mejores vistas de la ciudad, podemos aprender sobre el cielo y más allá de la mano de sabios como el antropólogo cultural Francesc Bailón, que hoy nos cuenta las particularidades del mundo inuit.
Mientras lo hace, la luna llena brilla imponente sobre la ciudad —con más fuerza incluso que los miles de vatios de hogares y farolas— y nos avisa del eclipse que en unos días la va a teñir de sangre. El público murmura sorprendido cuando Bailón cuenta que, para los inuit, un eclipse significa la violación de la diosa Malina, representante del Sol, por parte de Anningan, dios de la Luna… La ciencia, de nuevo, contraargumenta que los eclipses son fenómenos de luz que se dan cuando el Sol y la Luna se alinean de manera determinada. Sin embargo, como les sucede a los privilegiados que han visto una aurora boreal, cuando observamos un eclipse no podemos evitar sentirnos abrazados por cierta mística inexplicable.
De la cultura inuit nos llegan algunos mitos que Bailón desmiente como, por ejemplo, que no tienen tantísimos nombres para definir el color blanco como se cree ni tampoco la tradición de ceder a las esposas, y que ni siquiera la mayoría de ellos viven en iglús. Cazadores a caballo entre la tradición ancestral y el contagio con las culturas de sus conquistadores, los inuit contemporáneos tienen móviles, estudian carreras universitarias y muchos son cristianos (por lo que la mitología de la que hablábamos pervive para algunos tan solo como una anécdota).
Pero si pensamos que no hay ninguna relación entre la mirada científica de los astros y el mundo inuit, nos equivocamos profundamente. Cinco de los 55 satélites que rodean Saturno, por ejemplo, tienen nombres de su mitología: Ijiraq, Sedna, Paaliaq, Kiviuq y Tarneq.
Como maravilloso postre de esta cena, un agradable paseo nos descubre la historia del Observatori Fabra. Primero, nos dejan ver durante unos segundos —para algunos, los únicos de nuestras vidas— a Saturno a través de un telescopio con más de un siglo de antigüedad. Después nos explican que con otro de los telescopios de la casa, el astrónomo y primer director del centro, Josep Comas i Solà, descubrió la atmósfera de Titán en 1908, el mayor satélite de Saturno. Sus observaciones eran tan avanzadas a la tecnología de su tiempo que no pudieron confirmarse ¡hasta 1944! Quién sabe si el astrónomo barcelonés no tenía algo de mago, de chamán, como los inuit, a los que de alguna manera estaba conectado por el planeta de los anillos.
Una vez asimilada esta clase exprés de cultura inuit, podemos pensar que tal vez ellos no tengan un conocimiento tan avanzado de las estrellas como el que ha desarrollado nuestra civilización a través de la ciencia. Que tal vez tampoco tenía razón, hace pocos años, el consejo de sabios inuit cuando advirtió a la NASA de que el eje de la Tierra se estaba desplazando y que por eso se estaban derritiendo los polos. Y que tal vez el pueblo inuit no sepa que, viviendo lejos de estos polos, los occidentales hemos hecho mucho más por derretirlos que ellos…
Por algo será que los inuit no tienen una palabra para designar el egoísmo. Ellos siempre piensan en la colectividad. Mantener la paz entre los suyos es otro de sus valores vertebradores. Y, aunque tradicionalmente se repartieran las tareas en función del género (los hombres cazaban y las mujeres elaboraban comida y pieles), según Bailón no existe hoy una sociedad con tanta participación femenina en política como la de Groenlandia. Además, su estilo de vida sencillo, basado en la caza y la pesca, está pensado para convivir armoniosamente con la naturaleza. Así que, independientemente de si entendemos el mundo a través de los mitos o de la ciencia, tal vez ahora debamos pensar nosotros que lo que nos puede ayudar a relacionarnos mejor con el universo es intentar, algún día, tener unos valores tan sólidos, puros e inquebrantables como los del pueblo inuit.
Texto: Germán Aranda
Fotografía: Laia Sabaté
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