En el balcón de casa, en el hogar familiar de la calle Gran de Gràcia, David Bagué construyó un violín. Tenía doce años. Había tomado de muestra un violín que su padre había comprado por si alguno de sus tres hijos quería aprender a tocarlo. La música y la pintura hacían vida en aquella casa, donde la madre tocaba el piano y solía recibir la visita de una cantante de áreas de ópera, mientras que el padre dedicaba su tiempo libre a dibujar. En aquella atmósfera de tanta sensibilidad artística, David, el más pequeño de los hermanos, desarmó el violín que había comprado su padre. Lo deshizo, y se sintió “un niño dentro de una catedral de madera”.
Él era un niño con dislexia y TDAH y llevaba aparatos ortopédicos en las piernas, no podía jugar con sus compañeros de escuela, en el patio. Sin embargo, era una criatura con una solemnidad de adulto, “cuando vi por dentro aquel violín, supe que me dedicaría a hacer violines”. Lo dijo a sus padres y recuerda perfectamente su reacción: “Nosotros te ayudaremos, me dijeron. Y no tendré suficiente vida para agradecer que dejaran a su hijo hacer lo que él quería ser”.
Era 1977, y aquel juego de niño se fue convirtiendo en su vida, una vida que ha transcurrido entre herramientas de carpintería y ebanistería en la planta baja de su casa, en el barrio de Gràcia. Es un lugar en el que guarda la esencia y toda la verdad de los instrumentos hechos a conciencia. Con la misma actitud de aquella criatura de doce años, violines nacidos entre sus manos han llevado la marca Barcelona muy arriba, sonando en manos de músicos de prestigio internacional como el violinista griego —y probablemente uno de los mejores violinistas del mundo, según Bagué— Leónidas Kavakos, o el norteamericano Ruggiero Ricci.
“Siempre he hecho violines para mí, dedicados a los otros. Es muy emocionante formar parte de la vida de un músico. Creemos los unos en los otros desde el amor y la sinceridad. Construir instrumentos significa esto”. Que uno de los primeros violines de la Filarmónica de Viena haya hecho sonar en el famoso concierto de Fin de año un violín hecho por él, es la guinda en la brillante carrera de aquel niño que encontró la complicidad de sus padres. Bagué dice que “hay dos días importantes en la vida: aquel en el cual nacemos y el día en que sabes qué quieres ser”.
También considera una suerte haber nacido en el barrio de Gràcia, la Gràcia bohemia que ahora no es nada de lo que había sido cuando él era pequeño, con tantos talleres de artesanos, pero que todavía —afirma— vive del residuo de aquello que fue. “Salías de la escuela y sentías el olor a madera y barniz de un taller donde hacían santos”, rememora. Hoy todavía tiene un fabricante de pianos muy cerca de donde él hace sus violines.
El arte que alimenta el alma
Cada pieza que crea este lutier es única. “La artesanía es un medio. El instrumento es para hacer música que emociona, es el alimento del alma. El arte sirve por eso, para alimentar el alma. Aquí hago una pieza con un magnetismo que transcenderá en ella misma porque irá a un intérprete. El instrumento está cargado de esencia humana”.
Cada mañana, en su espacio de trabajo, en la calle Virtut, se encara con el principal material: la madera que —dice— se comporta como un mapa de vida. “Las betas son las señales que la vida ha ido dejando en el árbol”. Cada expresión de David Bagué rezuma conciencia y pide reflexión.
“Puedes vivir de manera superficial, estratégicamente, o profundamente. Y yo he procurado siempre vivir profundamente. Intento mantener un espíritu del siglo XIX”
Son casi cincuenta años abrazado a algo más que un oficio, una manera de hacer, de perseverancia, un viaje vital, un oficio que —sabe— lo vino a encontrar, ya de muy pequeño. Y de aquel niño, en él permanece todavía “esta inquietud de la espera del día siguiente, la espera de la noche de Reyes, la ilusión del regalo de la vida. Y así tienes mucho ya ganado como humano”.
Herramientas al alcance sobre sus mesas de trabajo, como todo el espacio donde David pasa todavía tantas horas creando instrumentos de cuerda, principalmente violines, no han salido nunca de una época. “Este vintage es de verdad”, específica. Sabe que al glamur de ciertas maneras de hacer como antes se apunta mucha gente. Pero su manera romántica de vivir y trabajar, él la lleva en el ADN. “Puedes vivir de manera superficial, estratégicamente, o profundamente. Y yo he procurado siempre vivir profundamente. Intento mantener un espíritu del siglo XIX”, precisa.
La música clásica envuelve la atmósfera en la que se desenvuelve y en la que llegan al mundo sus violines. “Hace treinta y cinco años que el dial de la radio no se ha movido”, puntualiza el artesano de los instrumentos, rodeado de violines y fotografías de recuerdos que hablan de todos estos años preparando el camino de la música.
“He procurado hacer la versión más artística de mi oficio. Soy un militante de mi trabajo”
Su espacio y obrador también lo considera su sanatorio, porque a los 30 años, los médicos le dieron un año de vida, pero acaba de cumplir 60, tocando madera cada mañana y cada tarde, mientras va dando forma a su próximo violín. “He procurado hacer la versión más artística de mi oficio. Soy un militante de mi trabajo. Esto a veces se puede confundir con arrogancia, pero lo que haces te lo tienes que creer”, declara. Y él se lo cree, cree, sobre todo, en su impronta personal, en la profundidad de campo en cada instrumento que realiza. “Lutieres mejores que yo los hay, pero no hay ninguno igual que yo, con mis virtudes y con mis defectos. Y esto es el que hace única cada pieza que hago, y le confiere la humanidad que los músicos ven y notan”.
¿Cómo ha cambiado, sin embargo, el mundo de la música y los músicos desde que él empezó? “De cuando yo era niño al de ahora, el mundo musical es incomparable, ahora hay una calidad increíble en todo, pero el romanticismo de antes ya no está”, comenta. A los 17 años, sus padres lo enviaron a Cremona, al sureste de Milán. Allí un maestro holandés ordenó el caos de aquel niño y le dio la parte técnica. Después, y hasta hoy, a base de prueba-error ha ido él mismo enriqueciendo su manera de hacer.
Los violines sociales
Siempre había trabajado únicamente por encargo, hasta que, durante la pandemia, se planteó que, como menestral que se siente, tenía que dar salida en su conciencia social como parte de su oficio. Y puso en marcha el proyecto Alta Cultura Social que, simple y llanamente, quiere decir que se puso a hacer violines prêt-à-porter para los jóvenes músicos del futuro.
Pertenecer a una familia trabajadora, pero con un gran sentido artístico, lo ha llevado a comenzar una nueva línea de trabajo, creando instrumentos de calidad, pero más al alcance de quienes empiezan. Esto ha hecho que, de ver sus instrumentos solo en las principales salas de conciertos del mundo, se hayan empezado a ver también en las principales escuelas y conservatorios que acogen a los talentos del futuro. “Es una manera de esponsorizar, te haces mecenas con piezas que son más accesibles”, dice. Y se explica: “Son instrumentos con acabados diferentes, más ligeros y adaptados, con menos complicación, pensando, crematísticamente, en un público más joven”. Y justifica el nombre de Alta Cultura Social. “El buen nivel tiene que llegar a todo el mundo. La filarmónica de Berlín, por ejemplo, es una cooperativa, pero de alto nivel. La belleza siempre es buena”.
David Bagué continúa haciendo, de todos modos, instrumentos para quienes tienen más posibilidades. Los de los cuartetos Cosmos y Casals los ha hecho él. Ahora siente la ilusión de poder ver pronto en Barcelona una orquesta de cuerda en la cual todos los instrumentos sean hechos por él. Sería otra gran conquista del trabajo intuitivo y heterodoxo de este lutier barcelonés convencido de que “las normas te las puedes saltar, una vez las conoces”.
Treinta años de veraneo en Pollença, donde se celebra el Festival de Música clásica, le han permitido combinar el ocio y su escasa desconexión de su espacio de trabajo con ese nexo musical que impregna su vida desde que, en un balcón de Gràcia, siendo un niño, hiciera su primer violín, que todavía hoy conserva, “un violín cargado de sinceridad y perspectiva”, concluye.