Carlos Zanon, comisario de BCNegra.
El Bar del Post

Carlos Zanón: Sin deudas pendientes

“Un gintónic. La ginebra suave. Especias si quieres, pero, por favor, con mesura. Que no parezca que meto la cabeza en una sopa juliana”.

Atardece cuando Carlos Zanón llega al bar y pide su consumición con una sonrisa amable y la mirada puesta en distintos lugares, alguno de los cuales están aquí, pero no todos, porque la cabeza sólo es una y los frentes abiertos son multitud.

“Soy escritor —asevera—. Sólo eso. No sé hacer otra cosa bien. Tengo la cabeza desordenada y apenas sé hacer nada que no sea ficción. Escribo novelas, poemas, artículos, críticas de discos y libros”, explica quien todos sabemos que es algo más, mucho más, de lo que dice: nada menos que el comisario de BCNegra, uno de los más prestigiosos certámenes dedicados a la novela negra de Europa, cargo heredado de la mano del mítico y añorado Paco Camarasa.

Lo más significativo es que Carlos ha llegado donde está por sí solo. “Lo que tengo no ha sido por tener padrinos, por vender mi alma al diablo, por contentar al amo”. De familia de clase trabajadora, este cincuentón barcelonés que se define a sí mismo como “obsesivo, muy competitivo y cada vez, supongo, más insoportable”, se enorgullece de no haber contraído deudas con nadie.

Yo fui Johnny Thunders, y también Pepe Carvalho

Cuando se trata de hablar de momentos clave, de esos que te cambian la vida, la perspectiva, los objetivos, la hoja de ruta, cita tres: “Escribir Tarde, Mal y Nunca y que llegara a manos de Rosa Mora y de Paco Camarasa; cuando gané el Hammett por Yo fui Johnny Thunders y cuando fiché por Editorial Salamandra”.

Curiosamente no habla de aquella misión suicida en la que se enroló con la ciega temeridad de un mercenario en la selva del Congo para salir, además de vivo, inerme y victorioso: recoger un testigo candente como el del mítico Carvalho de Manuel Vázquez Montalbán, y devolverlo a la vida a través de Problemas de Identidad; una reinvención del mítico detective que matara (presuntamente) a Kennedy, que eludía con maestría una mímica que hubiese condenado el proyecto a un fracaso sísmico y, en cambio, lograba mantener las esencias básicas de este personaje tan barcelonés y, a la vez, tan universal.

La ciudad narrada, la ciudad vivida

“Hay muchas Barcelonas, y dos lenguas para hacerlas hablar”, afirma el autor de obras tan de aquí como No Llames a Casa o Taxi, antes de desear “que la capital de Catalunya se traslade a Girona y nos dejen un poco en paz a los barceloneses”.

Carlos Zanón dice no amar su ciudad. Ni siquiera, asegura, sabe si la quiere. “Ahora me cae mejor, cuando ya no dicen todos que es maravillosa y rica y golosa. Me gusta ahora que le gritan fea, vieja, enferma. Una ciudad es gente aquí y ahora”. Y ésta le gusta más en estos momentos en que “no es ni suficiente catalana para unos, ni suficientemente española para otros”.

Carlos Zanón, autor de Carvalho. Problemas de identidad.

Sea como sea, la Barcelona dura, inhóspita, cruel, afilada, ladina, alevosa, reumática que Carlos describe —que escribe— ha sabido granjearse el interés, cuando no el amor, de miles de lectores en todo el mundo. Una ciudad vivida en días sin nombre y noches que no se terminan, explicadas con minuciosa verdad por parte de quien niega ser ave nocturna, pero domina los rescoldos de nuestra húmeda y sombría madrugada metropolitana.

Con una tirria especial por su “burguesía ociosa e inculta, su supremacismo clasista y la purria de su quinquería local”, para ilustrar cómo ve él la ciudad, se remite a la elocuencia de un episodio histórico: “En la guerra civil los antiaéreos colocados en la montaña del Carmel tenían por objeto defender la ciudad de la aviación italiana que apoyaba a Franco. Nunca derribaron a ningún avión. Pero, en su afán por defender la ciudad, la munición que disparaban caía sobre la misma. Es decir, le hacían daño tanto los que la atacaban como los que la defendían. Eso es muy Barcelona”.

—¿Vas a tomar algo más?

—Sí, otro Gintónic—, pide, mientras saca un paquete de tabaco rubio para salir a fumar.

—¿Y luego, vas a querer cenar?

—Venga.

—Tengo menú y también raciones muy ricas, hoy.

— Menú, por favor. Lo de la ración, como lo de picar en una barra, no lo entiendo. Yo soy de sentarme a comer.

—También tenemos platos combinados.

—El plato combinado es algo que debería ser dirigido al Código Penal.