La soprano Montserrat Caballé en el Festival de Peralada de 2012. © Mar Martí / ACN
LA PUNYALADA

Caballé, una estatua

Antes de honrar la extraordinaria figura de Freddie Mercury, el Ayuntamiento debería regalar una estatua a Montserrat Caballé

Leía hace semanas que el Ayuntamiento, a propuesta del PP, está ponderando la posibilidad de erigir una estatua de Freddie Mercury y Montserrat Caballé alrededor de la Font Màgica de Montjuïc. Al enterarme de la nueva, sentí la típica punzada de orgullo de aquel niño que pudo vivir y crecer en el optimismo descarado de la Barcelona olímpica, uno de cuyos apogeos —por si me está leyendo algún miembro de la generación Z o posterior— fue la actuación de estos dos gigantes musicales en Montjuïc cantando la canción Barcelona (que a su vez, y es algo que no recuerda a mucha gente, fue el título de un álbum espléndido, aunque desaforado en la línea kitsch del último Mercury), que acabó convertida en el himno no oficial pero más popular de la orgía del 92. Paralelamente, pensaba también que me sería muy difícil oponerme a un monumento que saldaría una deuda con dos de los artistas sonoros que más me han hecho gozar a lo largo de toda mi vida.

Sin embargo, y entendiendo que todos los partidos catalanes (incluso los anticatalanistas) están muy interesados ​​en resucitar aquella Barcelona olímpica que vivía pacíficamente dentro del sistema autonómico español, empecé a fruncir la nariz; conociendo el gusto del actual consistorio por ensuciar nuestra bellísima ciudad con esculturas auténticamente espantosas —una pésima consuetud que va desde el horripilante Pink Barcino de Lluís Lleó arriba en el Eixample a las delirantes testas animales de Xavier Medina Campeny en las torres de Marc y Lluc de la Sagrada Família— imaginé rápidamente la mona de pascua que nuestros responsables podrían llegar a empotrarnos en un lugar tan noucentista como la falda de Montjuïc; un paraje de la ciudad al que, dicho sea de paso, a los barceloneses nos da una pereza supina de visitar, aunque se trate de uno de los lugares más dignos de nuestra ciudad.

De hecho, el Ayuntamiento ya había aprobado que Mercury y Caballé fueran recordados en un mirador cercano a Glòries (concretamente, junto a la calle de Castillejos), con lo que podríamos acabar pecando de sobreabundancia de honores. Visto todo ello, este apasionado de Barcelona propondría una vía con mayor sentido patrimonial. Por mucho que Freddie Mercury haya compuesto alguna de las canciones que me llevaría a una isla desierta y que de pequeño intentara bailar torpemente como él —ataviado con unos zapatos de esgrima—, la figura de Caballé, por su relación de nacimiento y artística con la ciudad, es quien merece un monumento exclusivo sin ninguna objeción. Nuestra Montserrat, y el tiempo nos dará razón a los caballistas, no sólo acabará siendo recordada como la mejor soprano del siglo XX, sino como una de las intérpretes más excepcionales de toda la historia musical de Occidente. No exagero ni una sílaba.

 Ya que estamos, y puestos a discurrir un homenaje que sea digno, yo propondría erigir una estatua de nuestra soprano en la plaza de Catalunya. Poca gente lo recordará, pero —como explicó la propia artista en el documental Caballé, más allá de la música— cuando su familia fue desahuciada de su casa y antes de empezar a trabajar en un taller recortando pañuelos, nuestra música más universal había llegado a pasar las noches durmiendo con sus padres en los bancos de este emplazamiento barcelonés. Sería de justicia poética, en definitiva, enmendar estos inicios paupérrimos de la soprano con una estatua de la Caballé ataviada de Norma, dirigiéndose a las divinidades griegas desde el centro de nuestra ciudad. Este emplazamiento no sólo sería biográficamente justificable y honoraría a la homenajeada, sino que se convertiría en la ocasión perfecta para replantear la fisonomía de la plaza y su conjunto escultórico.  

 La mayoría de barceloneses lo desconocen, pero la plaza de Catalunya alberga un patrimonio artístico importante, repleto de obras escultóricas de aire postnoucentista que fueron creadas en ocasión de la Exposición Internacional de 1929, con una galería de autores tan admirables como Eusebi Arnau, Pau Gargallo y Josep Llimona. El problema de este conjunto, y de ahí que los conciudadanos no lo admiren, es que está distribuido y patrimonializado como el puto culo, en medio de unos jardines inservibles en los que sólo se acumulan desperdicios y homeless. Cuando hay luz todavía puedes acercarte a contemplar alguna de las piezas, como la espléndida Barcelona de nuestro genial Frederic Marès, pero de noche no se ve una puñetera mierda, lo que no sólo dificulta la esencia de una plaza con un patrimonio indiscutible, sino que tampoco hace mucha gracia a la hora de ejercer ese derecho ciudadano llamado andar.

Este barcelonés militante reclama, pues, una estatua para nuestra Montse, la voz más extraordinaria de todos los tiempos. Y pide al Ayuntamiento, si no es molestia, que empiece a ponderar cómo puede transformar plaza de Catalunya de uno de los centros urbanos más feos de Europa a, por lo menos, un lugar que rinda honor a sus artistas y por donde caminar sea gozoso. Todo esto, a Caballé le hubiera hecho mucha gracia. Cuando tengamos el primer tema resuelto, ya os daré algunas ideas de cara a Freddie.