Gastronomía, música y cultura popular serán protagonistas de un icónico...
La feria ofrece la oportunidad de volver a vivir la...
El nuevo espacio, ubicado en el Palau Moja de Barcelona...
El grupo Familia Torres recupera la actividad en su local...
La ruta gastronómica de Paseo de Gràcia introduce el tardeo...
El espíritu navideño comienza a invadir la capital catalana, y...
La fiesta mayor de Barcelona conmemora su 150 aniversario con...
A un año vista de la gran competición en Barcelona,...
La exposición 'Ptolomeo, faraón de Egipto. El descubrimiento de su...
Por segundo año consecutivo, el Hotel Neri ofrece a las...
El estudio para desarrollar nuevos tratamientos y vacunas innovador para...
“Ya sé que no descubro nada si digo que la...
El ancestral 'mueblé' de Barcelona se convierte en un hotel...
Esta semana en The New Barcelona Post, como ya hicimos...
La presidenta de la comunidad de 'business angels' inversoras WA4Steam...
Las mujeres representan en torno al 20% de los fundadores...
Laura es científica, viste bata blanca y raramente sale de...
La Universitat de Barcelona (UB) ha sido, históricamente, una institución...
Conseguir que el conocimiento traspase aulas y laboratorios y poder...
Catalunya despunta en producción científica, unas investigaciones que, sin embargo,...
Un 22 de agosto de 1939, Gombrowicz pisaba por primera vez tierra argentina, sin saber que iba a estallar la Segunda Guerra Mundial y quedaría varado en Buenos Aires un cuarto de siglo. No fue hasta otro día 22 –abril, 1963– cuando al desembarcar por unas horas en Barcelona camino de Francia, volvió por fin de nuevo a pisar la vieja Europa. Al día siguiente ya estaba en Cannes y “corría hacia París en el tren Mistral”. En aquel abril acababa de cumplir yo 15 años y llevaba un diario, en realidad una desabrida y fría anotación en estilo telegráfico –exenta de cualquier tentación literaria– de los nombres y hechos que se cruzaban en mi vida. En la mañana de aquel 22 de abril en el que Gombrowicz pasó por primera y última vez por la gris Barcelona de entonces, anoté (como si todo allí fuera una fiesta): “He ido a un festival de música. Los Pájaros Locos y Los Salvajes”.
Un 22 de octubre de 2001, antes de conocer a la viuda, a Rita Gombrowicz, en el hotel Avenida Palace de Barcelona, descubrí que el polaco había narrado en su obra maestra, Diario (1953-1969), su breve paso por la ciudad: “Hoy, día 22, estoy en Barcelona. Desde hace mucho tiempo sé que el doble dos es mi número. También por primera vez toqué tierra argentina un 22 (de agosto). ¡Bienvenida la magia! (…) Llegué a la plaza donde está el monumento a Colón y lancé una mirada a la ciudad, en la que tal vez me instale permanentemente después de mi estancia en Berlín…”. Durante el coloquio en el que presentamos Ferdydurke en Barcelona, le pedí a Rita que nos ampliara la información sobre los pasos de su marido por la parte baja de la Rambla. “Bueno, en realidad, lo más probable es que ni bajara del barco”, dijo. Recientemente se ha descubierto y publicado en París Kronos, el otro diario de Gombrowicz: la cara B o, mejor dicho, los “bajos fondos” de su obra maestra.
En cuestión de diarios, Gombrowicz también parece haberse apuntado al doble dos: el más conocido tiene un profundo acento literario, y en él una poderosa subjetividad se reafirma en cada página a través de una personalidad inventada que no desfigura jamás la intimidad del autor; en el otro, en el recién encontrado Kronos, se dedica a una desabrida anotación en estilo telegráfico -exenta de cualquier tentación literaria– de nombres y sucesos. Cuando en ese segundo duro diario, desprovisto de florituras, llegamos al 22 de abril de 1963, el autor se descuelga con una fría –pero pienso que tan lúcida como elocuente– única anotación: “Barcelona. ¡Nada!”. ¿Dice alguno de sus dos diarios la verdad? Y de decirla, ¿quién tendría más tendencia a exponerla? ¿El literario, o el diario frío, sin emociones? Se admiten apuestas por el doble dos.
Un 22 de agosto de 1939, Gombrowicz pisaba por primera vez tierra argentina, sin saber que iba a estallar la Segunda Guerra Mundial y quedaría varado en Buenos Aires un cuarto de siglo. No fue hasta otro día 22 –abril, 1963– cuando al desembarcar por unas horas en Barcelona camino de Francia, volvió por fin de nuevo a pisar la vieja Europa. Al día siguiente ya estaba en Cannes y “corría hacia París en el tren Mistral”. En aquel abril acababa de cumplir yo 15 años y llevaba un diario, en realidad una desabrida y fría anotación en estilo telegráfico –exenta de cualquier tentación literaria– de los nombres y hechos que se cruzaban en mi vida. En la mañana de aquel 22 de abril en el que Gombrowicz pasó por primera y última vez por la gris Barcelona de entonces, anoté (como si todo allí fuera una fiesta): “He ido a un festival de música. Los Pájaros Locos y Los Salvajes”.
Un 22 de octubre de 2001, antes de conocer a la viuda, a Rita Gombrowicz, en el hotel Avenida Palace de Barcelona, descubrí que el polaco había narrado en su obra maestra, Diario (1953-1969), su breve paso por la ciudad: “Hoy, día 22, estoy en Barcelona. Desde hace mucho tiempo sé que el doble dos es mi número. También por primera vez toqué tierra argentina un 22 (de agosto). ¡Bienvenida la magia! (…) Llegué a la plaza donde está el monumento a Colón y lancé una mirada a la ciudad, en la que tal vez me instale permanentemente después de mi estancia en Berlín…”. Durante el coloquio en el que presentamos Ferdydurke en Barcelona, le pedí a Rita que nos ampliara la información sobre los pasos de su marido por la parte baja de la Rambla. “Bueno, en realidad, lo más probable es que ni bajara del barco”, dijo. Recientemente se ha descubierto y publicado en París Kronos, el otro diario de Gombrowicz: la cara B o, mejor dicho, los “bajos fondos” de su obra maestra.
En cuestión de diarios, Gombrowicz también parece haberse apuntado al doble dos: el más conocido tiene un profundo acento literario, y en él una poderosa subjetividad se reafirma en cada página a través de una personalidad inventada que no desfigura jamás la intimidad del autor; en el otro, en el recién encontrado Kronos, se dedica a una desabrida anotación en estilo telegráfico -exenta de cualquier tentación literaria– de nombres y sucesos. Cuando en ese segundo duro diario, desprovisto de florituras, llegamos al 22 de abril de 1963, el autor se descuelga con una fría –pero pienso que tan lúcida como elocuente– única anotación: “Barcelona. ¡Nada!”. ¿Dice alguno de sus dos diarios la verdad? Y de decirla, ¿quién tendría más tendencia a exponerla? ¿El literario, o el diario frío, sin emociones? Se admiten apuestas por el doble dos.