Baiona, donde Europa descubrió el Nuevo Mundo

Protegida del Atlántico por las islas Cíes y con su fortaleza medieval siempre vigilante sobre las rocas, la pequeña localidad pontevedresa de Baiona es puro encanto marinero. Aquí arribó la carabela Pinta días antes de que Colón, a bordo de la Niña, pudiera anunciar él mismo el descubrimiento de América.

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l aroma de mar que impregna Baiona se ha mantenido inalterable desde los tiempos del descubrimiento. Las mañanas veraniegas se levantan a menudo brumosas sobre la bahía pero, con el paso de las horas, el imponente perfil de las islas Cíes se va dibujando en el horizonte. Aunque es en ese paraíso natural protegido donde el diario británico The Guardian encontró la mejor playa del mundo –Praia das Rodas– no es necesario salir del núcleo urbano para disfrutar de un buen arenal. Baiona cuenta con cuatro kilómetros de playa de seis idiosincrasias distintas: A Concheira y Os Frades son calas de aguas frescas y batidas que miran al Atlántico; Barbeira y A Ribeira, al abrigo de la península de Monte Boi, son el reverso de las anteriores; Santa Marta es una playa tranquila y familiar de tradición marisquera, y Ladeira, la más larga del municipio, ofrece dunas y aguas mansas protegidas por la bahía de las corrientes y de los vientos.Los veranos en Baiona son temperados y saben a sal. Sus paisajes cambian varias veces al día gracias a la magia de las mareas. Aquí, los botes de pesca amanecen flotando sobre un espejo de agua para vararse en la tierra húmeda a media mañana y volver a navegar a la hora del te sin ni siquiera haberse movido del sitio. Es una auténtica gozada recorrer a pie o en bicicleta los seis kilómetros de paseo marítimo desde Monterreal hasta La Foz a cualquier hora del día: junto al mar, sobre las marismas, es fácil notar como el viento se acompasa con las subidas y bajadas del agua y ver como cambia la luz con en función de los reflejos del mar.

ALMA DE MAR, CUERPO DE PIEDRA

El casco antiguo de Baiona es un pequeño laberinto de piedra y granito. Sus edificios de poca altura componen calles estrechas, a menudo con soportales, capaces de cambiar de carácter en función de la meteorología. Son brillantes bajo la lluvia, frescas y sombrías bajo los rayos del sol, silenciosas y protegidas en los días de temporal y viento y animadas y ruidosas durante las cálidas noches de verano. En la fachada portuaria, los ventanales de las antiguas casas marineras otean el horizonte mientras, en sus bajos, la vida comercial no se detiene hasta que termina el verano.

A mediodía o al atardecer, los baioneses se reúnen en las terrazas de la Rúa do Reloxo para disfrutar de un aperitivo antes de comer o cenar. La gastronomía es un deporte que se practica (y mucho) entre las paredes de piedra del casco antiguo, pero también en locales escondidos en el monte o asomados al mar. La Galería, Porto dos Barcos, Fonte de Zeta o Casa Rita son sólo algunos ejemplos de estilos y presupuestos variados que comparten un denominador común: la calidad de sus pescados y mariscos. Aquí no hace falta recurrir a recetas complicadas para disfrutar de una cocina excelente. Una ración de empanada de xoubas, un pulpo a feira, unas zamburiñas a la plancha o un coruxo al horno pueden ser, en su simpleza, memorables. En cuanto al postre, la heladería artesana Bico de Xeado (beso de helado, aunque pronunciado suene a “beso deseado”) es el peregrinaje veraniego ineludible después de cualquier buen ágape.

Los veranos en Baiona son temperados y saben a sal. Foto de Manel Cervera

EL MONTE Y EL MAR, FRENTE A FRENTE

Las lomas verdes de pino y eucalipto son el marco permanente de esta postal marinera. Sobre el mar mismo, ocupando la península homónima, emerge Monte Boi: un cerro de cuarenta metros de altura que ya ocuparon celtas, fenicios y romanos. En su cima se recorta el perfil de la fortaleza medieval de Monterreal –antigua residencia del Conde de Gondomar y actual Parador Nacional–, y a su alrededor discurre un agradable paseo que ofrece impresionantes vistas sobre el mar y el pueblo.

Ya en la orilla, la tierra se alza hasta los cien metros cincelando el Monte Sansón, trono de la Virgen de la Roca. Aunque esta estatua de granito de quince metros de altura sostiene en su mano un mirador en forma de barco, ninguna vista es comparable a la que ofrece el mirador natural de O Cortelliño (648 metros), en lo alto del monte de A Groba. Encaramarse al punto más elevado del municipio permite percibir a simple vista el perfil de las Rías Baixas y disfrutar de la frondosidad de unos bosques en los que no es extraño encontrarse a una familia de caballos salvajes paciendo en una ladera.

DONDE EUROPA DESCUBRIÓ A AMÉRICA

Fondo de monte verde, calles de granito y una apacible bahía salpicada de botes de pesca de colores: esa fue la primera imagen de tierra firme que divisaron los marineros de la Pinta tras meses atravesando cordilleras de agua en el Atlántico. Una tempestad les separó del resto de la flotilla colombina pero la pericia de su capitán, Martín Alonso Pinzón, les permitió arribar a tierra firme cuatro días antes de que Cristobal Colón alcanzara Lisboa. Era el 1 de marzo de 1493 y los increíbles relatos sobre el Nuevo Mundo se propagaron por las estrechas calles de esta villa marinera antes incluso de los Reyes Católicos recibieran la noticia. Hoy, Baiona viaja en el tiempo cada primero de marzo para rememorar la efeméride y celebrar que esta pequeña localidad marinera fue el primer lugar del mundo donde Europa conoció a América.