A estas alturas, lleva ya vividas unas cuantas vidas. “Tengo dos pasaportes, francés y español, y he estado diez años en Madrid, un poco en el País Vasco, un poco en Ibiza, aunque la mayoría de mi vida la he pasado en Barcelona, donde nací. Antes de dedicarme a contar cosas en programas de televisión, documentales y videos, que es lo que hago ahora, fui guionista de ficción y humor, periodista de viajes y de economía, azafata, camarera, dependienta en Cortefiel y otras muchas cosas”. Ana Montserrat ríe, mientras alterna a pie de barra una copa de garnacha blanca y una botella de Vichy y, de fondo, deja que la programación de Radio 3 acompase la conversación.
“A veces me llaman divulgadora cultural y estoy bastante centrada en Ciencia —prosigue—, pero no en exclusiva. Durante ocho años dirigí el programa científico tres14 en La2, y después abrí una productora pequeña, y entre buena y buenísima, B23 Films, desde la que dirijo y produzco mis proyectos”. Entre sus hitos se cuentan el guion del documental 72h: del 11 M al 14M, la dirección de los documentales Aún nos mantenemos en pie y Efecto fama y haber participado en la creación del formato de Aquí la tierra, que logró un Ondas en 2017.
Una actividad frenética —“en mi cabeza hay ahora mismo unos diez proyectos, como siempre”— a la que suma clases, conferencias y charlas y, además, libros como el recién publicado Soc la Dolors Aleu (Ajuntament de Barcelona), una impresionante autobiografía ficticia que, en forma de diario póstumo, recoge la vida, circunstancia, creencias y almas de la barcelonesa Dolors Aleu Riera (1875-1913), primera mujer licenciada en medicina de España y segunda en alcanzar el título de doctora, además de una ferviente higienista y divulgadora científica durante sus 25 años de carrera.
La obra, magníficamente editada gracias a las ilustraciones de Marta Barceló García, nos acerca a una figura injustamente desconocida de nuestra historia. La cosa parece que va a ir a más: “Estoy buscando financiación para estrenar un documental que adapta el libro, que ya hemos rodado y está casi terminado”, anuncia Ana, entre las diversas trincheras creativas en las que anda batallando.
Suma y sigue
De natural proclive a liarse, hace unos años la parroquiana fue a Madrid a hacer las prácticas de un máster de guion, “y aquello lo cambió todo, porque iba para tres semanas y me quedé una década”. Ahí, dice, aprendió mucho, trabajó en un montón de productoras y cadenas “y perdí un poco la timidez”. Y, por supuesto, de ahí volvió con más ideas, con con más ganas y empuje para seguir metiéndose en líos maravillosos como rodar un cortometraje, Un beso a tres, cuando el formato todavía no estaba de moda, y ganar el Medina Film Festival. “Aquello me dio seguridad”.
Más adelante, con Desesperado club social, el primer programa en el que trabajaba como guionista, ganó el Ondas. “Lo del corto y lo del programa me animaron a creerme capaz y a ver mi profesión como real, a pesar de lo salvaje que es el modelo laboral del sector audiovisual”.
En este suma y sigue no faltaron momentos difíciles, como cierto trabajo horrible en un programa matinal, “el único que borraría de mi CV”, que dejó para irse al festival de cine de Venecia “a ver pelis; muchas, muchas pelis. A veces hay que comer comida y otras hay que comer historias”.
Pero donde la cara le cambia de verdad es cuando cita otro punto de inflexión en una de sus muchas vidas: “Tener una hija, por supuesto. Eso me distanció un ratito de mi carrera, pero también cambió completamente mi perspectiva sobre la vida, el trabajo, las personas, los personajes, las historias… sobre todo, ¡menos sobre las croquetas, que forman parte de mi receta de la felicidad!”.
—¿Las croquetas? ¿Felicidad? No entiendo…
“Sí, es que creo que he dado con una receta de la felicidad bastante asequible y, de hecho, la quiero compartir: nadar a menudo, comer croquetas bien concretas e invertir menos en bitcoins y más en aire acondicionado”. Vuelve a reír, porque quien sabe reír es quien sabe contar las mejores historias.
Santa María del Mar, y el mar
A la hora de pensar en un rincón mágico de su ciudad natal, Ana se decanta por Santa María el Mar. “Me maravilla todo de ella. No hay un rincón donde se calme una mejor y piense más claro que ahí dentro”. Y entre todas las leyendas e historias que atesora el templo, selecciona la del indultado como su favorita. “En la entrada del ábside hay una Virgen María con la cabeza volteada. Cuenta la leyenda que un joven barcelonés fue injustamente condenado a la pena capital por asesinato. La comitiva de los condenados bajaba por la calle Montcada hacia la muerte. El joven lloraba y gritaba su inocencia y, a su paso por la basílica, la Virgen se giró hacia él y lo miró con compasión. El pueblo saltó de alegría y el joven fue indultado”.
Ana Montserrat defiende que “a veces hay que comer comida, y otras hay que comer historias”
Puede que a la parroquiana le gustara más la Barcelona de antes, “con sus adoquines preolímpicos, y sin el exceso de turistas”, pero hay cosas de la actual que no cambiaría por las de antaño. “En la ciudad de entonces tampoco teníamos playa y yo vivo junto al mar. Y, aunque el verano no es su mejor momento, ahí está, todo el año, azul y relajante”, reflexiona dando cuenta del último trago de su vino, antes de sentenciar: “Claro que, antes, las tapas eran más baratas y no había humus en todas y cada una de las cartas de los garitos de Barcelona”.
—Ya que sacas el tema, aquí tenemos tapas asequibles y riquísimas, por si quieres acompañar con algo tu próxima copa de vino…
—Pues espero a gente, así que alguna ración para compartir. ¿Qué me recomiendas?
—Tenemos gambas fresquísimas y una selección de quesos que quita el hipo.
Ana Montserrat estalla en una carcajada que se contagia entre el paisanaje del Bar.
“¡Qué puntería! —replica—. Soy alérgica a las gambas, porque comí demasiadas, y odio el queso”. Y no deja de reír, mientras echa un vistazo a la carta buscando alternativas más apetecibles.