Entramos de lleno en la recta final de la legislatura municipal y también, menuda coincidencia, de las obras de la superilla del Eixample, uno de los grandes proyectos de transformación de la ciudad impulsados por el gobierno de Ada Colau y, justamente por ello, también uno de los más controvertidos. Para unos, sus partidarios, se trata de un sueño hecho realidad, un gran paso en la buena dirección con el que Barcelona volverá a ser referente. Para otros, sus detractores, una ocurrencia pijipi, la destrucción del legado sagrado de Cerdà, un atentado prácticamente equiparable a la mutilación de los budas de Bamian perpetrada, veinte años atrás, por los talibanes. ¡Iconoclastas!
Las grandes transformaciones urbanísticas son siempre polémicas y fuertemente contestadas. Basta con repasar la prensa de finales de los 80 para comprobar que la creación de la Barcelona olímpica no fue ni mucho menos del agrado de todos. Por no hablar, por supuesto, de la apertura, hace más de un siglo, de una de las arterias de la ciudad: la Via Laietana (1908-1913). Se calcula que para la creación de esta calle que conecta el Eixample con el puerto, atravesando la abigarrada Ciutat Vella, se demolieron cientos de edificios, entre los cuales un puñado de palacios de gran valor patrimonial, lo que obligó a desplazar a la fuerza unas 10.000 personas.
Semanas atrás, el responsable de la cuenta de Twitter @CatalunyaColor publicó con gran éxito una serie de fotografías interesantísimas de ese gran proceso de transformación urbanística oportunamente coloreadas. Muestran imágenes de algunas de las ochenta y cinco calles que desaparecieron en esa gran remodelación. También el testimonio de lo que fueron plazas humildes, pero llenas de rincones con encanto, como la de los Argenters o de l’Oli. Las fotografías que más impresionan son las que muestran los grandes espacios abiertos por los derribos. No tanto por lo que aparece en ellas como por lo que intuyes que antes había: casas, comercios, vida. Una ciudad borrada en la que todavía no se ha empezado a dibujar de nuevo.
Las imágenes de este proceso de destrucción y posterior construcción eran de sobra conocidas, pero hasta ahora solo las habíamos visto en blanco y negro y me da la impresión de que, por esa misma razón, nos afectaban menos. Sospecho que nos cuesta mucho más reconocernos en las fotos en blanco y negro. La empatía va ligada al color. Supongo que es por ese mismo efecto que cuando vemos documentales coloreados de Hitler, Stalin o Franco, de los campos de exterminio, de los horrores de la guerra, se nos hiela la sangre… Las víctimas podríamos ser nosotros. Pero esta sería otra historia. Volvamos al urbanismo:
Pase lo que pase en las próximas elecciones, nadie podrá borrar ya los cuatro ejes verdes y las nuevas plazas que conformarán dentro de unas semanas la superilla del Eixample. Los coches ya no serán nunca más los dueños de estas calles del meollo la ciudad. ¿O sí? Seguramente que el ideólogo de la reforma olímpica de las Glòries, el arquitecto Andreu Arriola, tampoco pensaba que el ambicioso anillo vial elevado que proyectó entonces, el controvertido tambor de la plaza de las Glòries, acabaría derribado, poco más de dos décadas después
de inaugurarse.
Es evidente que periódicamente es necesario redibujar la ciudad para adaptarla a los nuevos tiempos, pero hay que hacerlo siendo conscientes de que este proceso innegablemente apasionante también es doloroso.