El Ayuntamiento de Barcelona ha decidido alegrarnos las fiestas con un polémico spot, La taula infinita, en el que admiramos a una señora perteneciente a lo que antes llamábamos la tercera edad (pero muy bien conservada) cocinando ensimismada una tradicional escudella. La cosa pinta dramática hasta que una serie de voces en off se autoinvitan a comer a su casa y lo que podía haberse convertido en un anuncio de Cáritas acaba en una bacanal de vecinos que desbordan el almuerzo y okupan la cocina de la protagonista. Transforman así la comida en una cena multitudinaria que debe acabarse celebrando en su azotea, deviniendo una fiesta coronada con rumba y ballaruca. Previo a cualquier crítica, el producto ha hecho fortuna por el nombre de la abuela ermitaña; Cora, un palabro de origen griego (κόρη) que significaba joven o doncella pero que remite al nombre original de Perséfone, bellísima diosa de la vegetación, quien fue raptada por Hades para casarse con ella bajo el precio de vivir la mitad del año abandonada en los infiernos.
Nuestra administración tiene a chavales que saben manejar Wikipedia y el mensaje más obvio de este pequeño audiovisual no es que Zeus (o el hecho de haber ingerido sólo seis gramos de una granada) te puedan salvar de vagar por el inframundo, sino que la Navidad viene a ser la posibilidad de volver a la vida, en este caso, gracias a la comunidad de vecinos amables que te depositan en tu casa un extra de galets y garbanzos para cocinar una escudella (y la persistente guitarrilla, tan necesaria a la hora de perpetrar un achilipú). A pocos días de emitirse el anuncio, muchos conciudadanos de la tribu clamaron indignados, acusando a los guionistas de cargarse toda la base de la catalanidad. En efecto, esto de preparar una escudella para cenar y terminar las comidas a ritmo aflamencado en la azotea es algo poco nuestro, ya que somos gente más bien acostumbrada al aburrimiento de una comida ancestral que debe hacerse de día, básicamente porque cuando llega la tarde ya estamos hasta los cojones del apocalipsis moral del cuñado, con miedo a Chat GPT.
“Pon un plato más en la mesa, cuenta conmigo esta noche, será una cena infinita”, reza la canción que corona la parte final de esta felicitación, y ahí radica la problemática de todo el asunto. Evidentemente, lo de cenar escudella y sacar las seis cuerdas para cantar resulta algo que castellanea demasiado, muy ajeno a nuestro espíritu. Pero en casa estamos dispuestos a tolerar ciertas horteradas; por donde no pasamos y mostramos toda la repulsa posible es en el hecho pernicioso de improvisar una cena y de invitar a gente a mansalva (a la que no conocemos en profundidad) dentro de casa. Hay que repetirlo hasta la náusea; los catalanes somos como la Cora de la primera parte del anuncio, una especie curiosa de gente que antes se pimplaría los galets en la más estricta soledad que se obligaría a preparar una comida rebosante de gente random en el hogar. Los catalanes tenemos el catau en alta estima; un lugar donde, básicamente, aprovechamos para vivir aislados del mundo y sólo dejamos entrar a gente con la que hemos compartido toneladas de sal.
Se trate de Navidad o de un martes cualquiera, nosotros en casa sólo jalamos como ejercicio de mera subsidencia, y el resto de actividades que perpetramos se basan estrictamente en cosas como leer, defecar o fornicar con la costella (sólo si es estrictamente necesario). Esto de abrir la puerta y sorprenderse con la siguiente manada de aprovechados que no tienen dónde caerse muertos (ni suficiente energía como para hacerse una tortilla en su refotuda cocina) no es de nuestro mundo. Comida infinita, tu tía en patinete. Afortunadamente, no imagino a ninguna de nuestras altísimas autoridades municipales abriendo la puerta a los conciudadanos de la barriada para organizar un picapica. Poca broma, señores, ¡que som barcelonins! Ello no nos priva de una sola onza de dignidad ética; si Cora nos necesita porque le falta un poco de sal, media barra de pan o incluso un huevo acompañado de unas láminas de jabugo, se lo daremos encantados. Pero tendrá que ingerirlos en su casa, sea Navidad, San Esteban, o la sacrosanta Diada Nacional.
Barceloneses, hagamos el favor de no perder las costumbres. Somos gente de comidas finitas. Recibimos en casa sólo a la gente de la que conocemos el linaje completo y los antepasados ancestrales. Quien quiera improvisar, que llame a Glovo. Y feliz inicio de año, queridos lectores de mi Post.