Barcelona sin techo, pero con alma

Se llama Bartolomé, es alto y buen mozo, tendrá unos 70 años, habla un castellano con un marcado acento catalán. Es educado, seductor y coqueto. Más que coqueto, presumido. Sabe hablarte y escucharte, se nota que ha sido comercial, y de los buenos.

Había sido pescador; eso conectó mucho conmigo, con mis orígenes y con la dureza de este trabajo tan vocacional y esclavo a la vez. Una verdadera escuela de empatía, de venta y de vida, que forja carácter. Bartomeu llegó a ser director de expansión de una empresa textil en la comarca barcelonesa del Maresme. Se había pateado toda España vendiendo lo que fuera. Le fue más o menos bien, se casó, tuvo un hijo, tuvo una casa, y un coche. El coche es lo único que conserva.

Lleva tres años viviendo en la calle, concretamente en su coche. Se le ve valiente, fuerte, más o menos feliz y mantiene sus rutinas. Va a comedores sociales, se asea en baños públicos, tiene su asistente social, se medica por un problema de circulación, va limpio y tiene muy buen aspecto. Es la resiliencia hecha persona. Dice que no tiene amigos, que no sabe nada de su hijo, que quiere arreglarse una autocaravana y viajar por Europa. Se ríe. Cuenta chistes. Tiene una novia colombiana que cuida de unos niños en la zona alta de Barcelona y solo se ven un día cada dos semanas.

Conocí ésta historia hace apenas una semana participando como voluntaria en una investigación que dirige la Fundación Arrels para saber el estado del sinhogarismo en Barcelona. Yo estuve solo tres mediodías en un comedor social en el Distrito de Sant Martí, pero fue suficiente para ver un mundo dentro de otro mundo. Barcelona tiene identificadas unas 1.300 personas que viven al raso. Un 1% de la población. En tres días, entrevistamos a 676 personas entre 271 voluntarios y voluntarias, la mayoría mujeres. Desde Arrels nos formaron y acompañaron.

Estoy familiarizada con el tercer sector, pero esta vez fue distinto. Tuvo una dureza especial. Conocí a Ahmed, Manuela y Bartomeu; tres seres humanos que abrieron su corazón y me contaron cómo llegaron a vivir en la calle. Por malas decisiones. Por separaciones. Por quiebras. Por herencias, envidias, adicciones, o simplemente, por mala suerte.

Los servicios sociales no están a la altura. Lo repiten. Me cuentan que caminan hasta siete kilómetros diarios para cubrir sus necesidades básicas. Que los miramos como basura. Que en el Parc de la Ciutadella hay urbanos y operarios de limpieza que los gritan y los echan. Que la vida al otro lado de la orilla es un infierno.

Desde este pequeño espacio quiero celebrar a quienes les hacen la vida menos hostil: las entidades, organizaciones y personas que acompañan a quienes han salido de la carretera y están en la cuneta. Gracias, Fundació Arrels, y a las empresas que financian estudios como este. Gracias a las empresas de impacto social como TU TECHO. Y gracias a los medios que dan visibilidad a esta Barcelona que también es nuestra y debemos cuidar. Las políticas públicas que visibilicen esta cara de la ciudad y le den soluciones, construirán una Barcelona más justa y digna. BAR-CEL-ONA; este CEL, este cielo, debe ser estrellado y bonito. No debe ser el único techo de estas personas que les ha tocado el palito corto de la caja.