En los años 30, dos mujeres catalanas, Mari Pepa Colomer y Dolors Vives, conquistaron los cielos de Barcelona, desafiando un mundo que reservaba las alas para los hombres. Hoy, la Sala Colomer en la T1 del Aeropuerto Josep Tarradellas Barcelona-El Prat, frente a las puertas del Puente Aéreo, rinde homenaje a Mari Pepa, mientras el eco de sus hazañas y las de Dolors resuenan en cada despegue. Esta es la tercera entrega de The New Barcelona Post sobre las historias que tienen relación con el aeropuerto, donde la aviación y los sueños acaban convergiendo.
Alas de libertad
En los años 20 y 30, Barcelona vibraba con el futuro. Los aeródromos de Canudas, la base Aeronaval y el campo francés en El Prat eran más que tierra y hangares: eran el escenario donde los sueños tomaban vuelo. Entre el rugido de los motores y el olor a combustible, Mari Pepa Colomer y Dolors Vives, amigas unidas por la pasión de volar, decidieron que el cielo también era suyo. Sus historias, tejidas en los aires de Catalunya, son un testimonio de valentía y lucha por un lugar en un mundo que no siempre las acogía.
La pionera del cielo catalán
Mari Pepa Colomer nació en la Barcelona de 1913, hija de un industrial textil progresista y una maestra que defendía la educación femenina. Desde niña, soñaba con volar: a los siete años, saltó de un balcón con un paraguas, lo que le costó dos piernas rotas y una lección clara: el vuelo requería preparación. En 1930, con 17 años, pedaleaba desde Gràcia hasta el aeródromo Canudas, convenciendo a Josep Canudas, director de la Escuela de Aviación de Barcelona, para ser su primera alumna femenina. Su madre, creyendo que asistía a clases de cultura general, descubrió la verdad al verla en la portada de La Vanguardia el 22 de enero de 1931. Con 60 horas de vuelo, Mari Pepa se convirtió en la primera mujer catalana con licencia de piloto.

No se conformó: en 1932, destacó en el concurso de aviación de Cardedeu, y en 1935 se convirtió en la primera instructora de vuelo en España, formando pilotos en la Escuela Catalana de Aviación y la Cooperativa de Trabajo Aéreo de Catalunya, que ayudó a fundar. Para ella, volar era su manera de demostrar que las mujeres podían liderar.
Dolors: La determinación que alzó el vuelo
Dolors Vives, nacida en Valls en 1908, encontró su vocación en 1932 al ver a Mari Pepa aterrizar en El Prat. Ese momento la marcó. Se matriculó en la Escuela de Aviación de Barcelona, también bajo la tutela de Canudas, y en 1934, gracias a una beca de la Aero Popular, obtuvo su licencia de piloto. Más reservada que su amiga, Dolors dejaba que su determinación hablara por ella. Voló sobre los Pirineos en una travesía aérea a La Seu d’Urgell en 1932 y, como Mari Pepa, se convirtió en instructora en 1935. En los hangares de Canudas, ambas compartían risas, confidencias y un vivir algo en común: un cielo sin barreras.

Heroínas del cielo republicano
Cuando estalló la Guerra Civil en 1936, el rugido de los motores se mezcló con el estruendo de la guerra. Los campos de aviación de Barcelona se convirtieron en el corazón de la resistencia, y Mari Pepa y Dolors no dudaron en unirse. Colomer, instructora en la Escuela de Pilotos Militares, formó a unos 70 aviadores para la Fuerza Aérea Republicana. Pilotó misiones de reconocimiento en las costas catalanas y trasladó heridos desde el frente de Aragón a hospitales en Barcelona. En un de Havilland Dragon, transportó suministros y lanzó propaganda antifranquista. En los últimos días de la guerra, arriesgó su vida evacuando a miles de republicanos a Francia bajo la amenaza de cazas enemigos.
Dolors, con el rango de alférez, patrulló los cielos de Barcelona y Valencia, vigilando movimientos aéreos y apoyando misiones logísticas. Junto a Mari Pepa, entrenó a jóvenes pilotos y compartió momentos de camaradería en los hangares de El Prat, donde el polvo y el cansancio no apagaban su esperanza. Los aeródromos Canudas y Aeronaval, hoy parte de las pistas de El Prat, fueron su base y su orgullo.

El exilio y un legado eterno
La victoria franquista en 1939 las alejó de los aviones. Mari Pepa huyó a Toulouse y luego a Inglaterra, donde se casó con Josep María Carreras, su instructor y compañero republicano. En Surrey, crió a su familia, sin volver a volar profesionalmente. Su legado perdura: Iberia nombró un Airbus A320neo en su honor, que hoy cubre entre otras la línea Barcelona-Madrid, saliendo a menudo desde las puertas frente a la Sala Colomer. Dolors se quedó en Catalunya, cuidando de sus padres, y se casó con un médico viudo, padre de 10 hijos, ejerciendo como profesora de piano. Nunca volvió a los mandos de una aeronave.

Un homenaje a las mujeres y a Barcelona
Mari Pepa y Dolors no solo conquistaron el cielo; desafiaron los prejuicios de su tiempo. En la Segunda República, cada vuelo fue una victoria contra un mundo que las quería en tierra. Los aeródromos de Barcelona, desde Canudas hasta la Aeronaval, fueron su hogar y su escenario. Hoy, cada avión que despega desde El Prat lleva un poquito de sus alas, recordándonos que el cielo pertenece a quienes se atreven a soñar.